A los 655 trabajadores y trabajadoras de BSH y a otros 400 empleos indirectos, la multinacional les ha inoculado el virus de la deslocalización pese a que sigue sumando beneficios tal y como anunció hace seis meses. Sin olvidar a los trabajadores directos e indirectos de Sunsundegui en Altsatsu y de Nano Automotive en Tudela, ambas cerradas ya, y a los empleos en riesgo en Arcelor en Lesaka. Cada una con sus propias casuísticas. Admito que este tiempo he tenido sensaciones más optimistas que pesimistas sobre BSH, pese a que las percepciones generales tanto entre los trabajadores como en las propias instituciones apuntaban a una falta absoluta de interés por parte de la empresa por apostar de verdad por vías alternativas ganando tiempo para poder consolidar alguna de las propuestas de inversión que han llegado a Navarra.
Pero una vez más, el capital muestra su cara más deshumanizada. La multinacional alemana, con el centro de decisión alejada del terreno real y sin arraigo social alguno, ha parasitado durante unos años en Navarra, ha disfrutado de la cesión de terrenos, de ayudas, de una fiscalidad cada vez más baja y de las plusvalías del trabajo de una plantilla cualificada y con años de experiencia, que ha aportado no solo beneficio humano sino también nuevas ideas, avances tecnológicos, nuevos diseños e importantes mejoras en los tiempos de producción. Todo ese valor añadido viaja ya para otro lugar, ya sea Polonia, Turquía o Zaragoza, para parasitar allí otra temporada. Nada nuevo, no son más que los síntomas de unas claves económicas y empresariales y una ingeniería financiera afianzadas más en el puro mercado y los fondos de inversión que en la creación de empleo o la cohesión social. Un sistema del que la mayoría de los altos directivos de BSH han participado en el mejor de los casos mirando para otro lado como si el cierre de la planta no fuera con ellos. El malestar y el enfado del Gobierno de Navarra que expresaron la presidenta Chivite y los consejeros Irujo y Maeztu tras enterarse del cerrojazo final es lógico.
Tanto el Gobierno de Navarra como el Ministerio de Industria han estado desde el primer momento presionando a BSH para que aceptara ampliar los plazos de cierre y buscando al mismo tiempo alternativas que pudieran mantener la actividad y buena parte del empleo. Una exigencia a la que se suma ahora la Comisión Europea, a través de los gabinetes de los comisarios de Empleo e Industria con quienes se juntaron ayer representantes del comité de BSH en Navarra. De hecho, como dijo Irujo, el Gobierno foral no se cerraba a ninguna posibilidad y los contactos han abierto puertas a la implantación de nuevos sectores, desde la automoción, a las renovables o la defensa. La propia presidenta Chivite avanza que en solo 15 días podría haber un proyecto la mesa. La puerta no está cerrada del todo, pero es claro que el silencio de BSH ante las peticiones reiteradas para aplazar el cierre deja claro que su intención desde el principio ha sido poner fin a la planta y a su plantilla, buena parte con muchos años de vida laboral invertida ahí. Es cierto que hay demanda de empleo cualificado en Navarra y que habrá oportunidades de trabajo, pero queda un mes aún de plazo para buscar alternativas al final de la planta de Esquíroz.