La ikurriña no es solo la bandera de la CAV, sino símbolo de toda Euskal Herria, conformada también por Navarra e Iparralde. Dadas las mayorías sociales actuales, parece aceptable y natural que se rebata o se rechace el carácter político o nacional de este territorio, pero resulta incomprensible por irracional negar su realidad sociocultural. Que Navarra forma parte de Euskal Herria, conglomerado territorial, cultural, social e histórico diverso, se entiende fácilmente al constatar el sustrato y el estrato vascos en esta tierra, es decir, la perduración de la cultura vasca, de sus tradiciones y de su folklore en la toponimia, la onomástica, las fiestas populares, costumbres, religión, mitología y en la persistencia del euskera en el habla de sus habitantes pese a la represión y persecución que ha padecido a lo largo de la Historia. La cultura vasca forma parte de la personalidad e idiosincrasia navarras, por más que afortunadamente esta sociedad se muestre cada vez más abierta y receptiva a todo tipo de influencias y admita como propias y como algo mucho más genuino que un mero superestrato impuesto las culturas hispana y franca y otras tradiciones culturales milenarias que han coexistido en este país, así como la aportación enriquecedora de los fenómenos migratorios y los efectos beneficiosos de la globalización. Así pues, la ikurriña no pertenece en exclusiva al nacionalismo vasco, trasciende el ámbito político e institucional y complementa el acervo cultural navarro.

La pervivencia del Reino de Navarra, originario principado vascón, durante siete siglos como estado soberano y el carácter militar de su conquista por las tropas enviadas por Fernando el Católico en 1512, con el duque de Alba al mando, podrían presentarse como sólidos argumentos jurídicos para solicitar formalmente ante los tribunales internacionales la aplicación del derecho de autodeterminación proclamado por la ONU. Esto sería así, sin duda, en el caso hipotético de que una mayoría amplia de la sociedad navarra tomase esa decisión, algo que en la actualidad parece bastante improbable, pues el nacionalismo vasco obtiene entre un quince y un veinte por ciento de los sufragios en la Comunidad Foral. Tras casi cuatro décadas de elecciones ininterrumpidas, se puede afirmar que los navarros y navarras no se posicionan mayoritariamente a favor de la unidad nacional vasca, ni de su soberanía como estado independiente en Europa. Y en democracia son las mayorías las que deciden. Ahora bien, el respeto a las minorías constituye uno de los principios fundamentales de las verdaderas democracias. Y en Navarra el nacionalismo vasco es una minoría importante. Existe, además, un extenso vasquismo no nacionalista, transversal e integrado en diferentes formaciones políticas, que en determinadas zonas de Navarra, sobre todo la Zona Media y la Ribera, ha actuado en momentos históricos muy complejos con claro perfil revolucionario frente a caciquiles grupos de poder marcados por una virulenta hostilidad hacia todo lo vasco, animadversión que ya en 1933 frustró el estatuto de autonomía vasconavarro, anterior por lo tanto al fenómeno del terrorismo etarra.

El euskera y la cultura vasconavarra en su conjunto deben superar la exclusión histórica a que se han visto sometidos. La parte de la sociedad navarra que siente lo euskaldun como propio tendrá que poder mostrar sus sentimientos aunque sin imposiciones a través de una bandera o estandarte que en nuestra tierra ha estado ilegalizada durante el franquismo y también en el periodo de gobernanza de UPN. La Ley Foral de Símbolos, que aprobaron el partido regionalista y el PSN, ha impuesto una prohibición antidemocrática, pues está diseñada ad hoc para un único emblema o enseña, la ikurriña, hecho discriminatorio grave que se debería subsanar en aras de una convivencia más normalizada.

El autor es escritor