si Navarra no quiere sucumbir ante la gran coalición neoliberal, que no disimula su connivencia con la ultraderecha, no solo tiene que ser económicamente competitiva, sino que también debe dar prioridad a las políticas progresistas y a la cohesión social, además de aceptar la pluralidad social existente y evitar su confrontación. Sin embargo, esta voluntad política, opuesta a las políticas de austeridad y a los severos recortes sociales, no está exenta de dificultad. Es obvio que la política, subordinada al poder financiero, no funciona en términos de deberes u obligaciones, sino de prosaicas ambiciones económicas. Por ello, la libertad y la justicia social, esto es, el proyecto heredero de la Ilustración ha sido y sigue siendo difícilmente compatible con el orden social que el capitalismo salvaje requiere. La historia, lato sensu, nos ha demostrado que una sociedad justa y satisfecha no ha sido posible ni hay ninguna garantía de que se vaya a lograr, lo cual ha causado una gran desesperanza y decepción entre la población.

El neoliberalismo ha sabido trasmitir a la sociedad la falacia de que no hay más solución que optar por una política pragmática, basada en propuestas utilitaristas, esto es, efectuada en función de sus efectos calculables y previsibles. Hasta tal punto ha arraigado socialmente esta afirmación que la mayoría marginada, lejos de tener una clara conciencia solidaria, convive fragmentada y en dura competencia de unos contra otros. Horkheimer no termina de comprender por qué la humanidad en vez de entrar en una etapa solidaria y decididamente colaboradora, se hunde en un mundo hobbesiano, en el que el ser humano sigue siendo lobo para sí mismo. Lo cierto es que desde los albores de la humanidad y hasta la actualidad, el conocimiento científico y técnico, con el apoyo del poder religioso, han sido siempre instrumentos de dominación al servicio de las minorías privilegiadas. Según el filósofo Byung-Chul Han lo que hace que la dominación neoliberal se sostenga y sea difícil su erradicación, se debe sencillamente a la capacidad de su poder para fomentar la resignación y atemorizar a los disidentes con la descalificación y la mentira, utilizando sin escrúpulos sus medios de comunicación afines, o las redes sociales, un gran panóptico que nos vigila a todos cada vez con más sofisticación y eficacia. Heidegger subrayó el poder desmedido que la tecnología y la ciencia procura a los distintos ámbitos de su aplicación, ya sea político o económico. Según él, el mal tiene su origen en el conocimiento científico y técnico puesto al servicio de quien ostenta el poder, porque tras él no hay una verdadera voluntad de servicio, sino de control y dominación de la ciudadanía. En este sentido, las dietas opulentas, los sustanciosos sobresueldos, los fastuosos despachos, los lujosos coches oficiales, la privilegiada condición de aforados y el afán de enriquecimiento desmesurado, que finalmente conduce a algunos políticos a la corrupción, son inherentes al ejercicio del poder. Y sus consecuencias, como la precariedad laboral o el desempleo, se consideran simples efectos per accidens, atribuidos a la competitividad del mercado industrial, pero nunca al sistema neoliberal y al mal uso del poder. La realidad es que el mercado financiero y empresarial se rige por la defensa de sus propios intereses y su desmesurada ambición, bloqueando cualquier atisbo de justicia social.

El poeta alemán Höderling, en el siglo XIX, dijo que la ciencia y la técnica son necesarias, pero no han dado sentido a la vida humana. Al contrario, lejos de ser neutrales, han contribuido a la dominación del hombre por el hombre. Lo cierto es que históricamente el mundo siempre ha estado dividido en clases: amos y esclavos, señores feudales y siervos de la gleba, aristócratas y plebeyos, y, actualmente, capitalistas y asalariados. Y en opinión de Foucault y Guattari no hay indicios objetivos de que esta tendencia vaya a cambiar. Por ello, estos autores proponen la resistencia ciudadana permanente que no aspira al poder, sino solo a controlarlo, criticarlo y limitarlo. Si la dominación es la solidificación de las relaciones de poder que se fijan entre dominadores y dominados, la resistencia ciudadana pacífica representa la obstrucción permanente que evita y frena su consolidación. En este sentido, la movilización ciudadana organizada y pacífica se revela como una forma eficaz y operativa para ejercer oposición, resistencia, denuncia, protesta, reivindicación y reprobación. Por ello, los seres humanos deben tomar conciencia de que si no colectivizan su sufrimiento, sus protestas se convierten en algo infructuoso. Deben, si realmente pretenden hacer de su necesidad individual un proyecto común eficaz, propiciar una unidad de acción efectiva, capaz de superar la situación injusta. Sin embargo, es poco realista pensar que, en una sociedad democrática y representativa, la ciudadanía pueda alcanzar un nivel de organización lo suficientemente eficaz como para transformar la sociedad por si sola. En consecuencia se hace necesaria, más que nunca, la presencia y la unidad coaligada de la izquierda como fuerza política organizada y efectiva que canalicen y orienten, como es el caso de Navarra, las demandas ciudadanas hacia su consecución.

El autor es presidente del PSN-PSOE