cualquier historiador sabe que en la primera página de El Pensamiento Navarro, 24 de julio de 1936, y resaltado con un recuadro, se insertaba un comunicado de su Jefatura Provincial que decía lo siguiente: “Los carlistas, soldados, hijos, nietos y biznietos de soldados, no ven enemigos más que en el campo de batalla. Por consiguiente, ningún movilizado voluntario, ni afiliado a nuestra comunión debe ejercer actos de violencia, así como evitar se cometan en su presencia. Para nosotros no existen más actos de represalia lícita que los que la Autoridad Militar, siempre justa y ponderada, se vea en el deber de ordenar. El jefe regional Joaquín Baleztena”.

A los dos meses, el Boletín Oficial de la Provincia, en su número 110, del 14 de septiembre de 1936, el gobernador civil, Modesto Font, recordaría por segunda vez a los alcaldes el contenido del oficio dictado el 21 de agosto, donde “se prohibía detener y violentar a ninguna persona, a no ser que dichos actos de criminalidad manifiesta vinieran firmadas por la autoridad correspondiente”. Añadiendo que “serán severamente castigados, por haberlo dispuesto así el excelentísimo señor general jefe del Ejército del norte”.

Durante el mes de agosto, algunas personalidades salieron a la palestra, alarmados por el cariz que estaba tomando la depuración. Lo haría el coronel Solchaga el 4 de agosto y el obispo Olaechea el 25 de agosto.

A este cuadro de humanísimos corazones se uniría Manuel Hedilla, II jefe nacional de la Falange, en la Nochebuena de 1936, en Radio Salamanca. Felicitó la Navidad a sus correligionarios con estas evangélicas palabras: “Sembrad el amor por los pueblos por donde paséis, tratad de un modo especialmente cordial y generoso a los campesinos y a los obreros, porque ellos son, por ser españoles y por haber sufrido, nuestros hermanos (...). Vuestra misión ha de ser obra de depuración contra los jefes cabecillas y asesinos. Pero impedid, con toda energía, que nadie sacie odios personales, y que nadie castigue o humille a quien, por hambre o por desesperación haya votado a las izquierdas. Y es que sabemos que había -y hay- derechistas que eran peores que los rojos. Queremos la salvación y no la muerte de los que en su inmensa mayoría tenían hambre de pan y justicia”.

¿De qué sirvieron tales llamadas? Los crímenes se siguieron cometiendo de forma sistemática desde julio hasta diciembre. No hubo ninguna protesta formal ni por parte de la dirección del carlismo, ni, tampoco, de la Falange. Ninguno de los asesinos notables de la provincia fue llamado a capítulo por el Gobierno Civil, ni la Junta Carlista, ni la Falange. Ninguno. Ni en 1936 ni durante los cuarenta años sucesivos. Al contrario, los mayores matones, carlistas y falangistas navarros, fueron enaltecidos y exaltados como héroes.

Ahora bien, si el carlismo tenía, como insinúan para justificarse, tal cueva de traidores, de Juntas de Guerra que tomaban decisiones contra natura -pero seguidas con unánime fe ciega, con tal disciplina y matonismo práctico, que no se conoce ningún caso de rebelión en las abundantes fuerzas carlistas, y así se elogiará desde El Pensamiento en años posteriores-; si, además, los requetés desfilaron victoriosos en Madrid ante el generalísimo; si el pretendiente autogestionario y socialista vino a homenajear a Mola ¡en 1964! y en 2002 legó el Archivo Carlista (40.000 documentos) ante una ministra del PP; si los colegas de la Hermandad siguen en la Cripta sin que los antifranquistas digan ni pío en contra; si continúan con los golpistas viacrucis por Montejurra, etcétera, etcétera, etcétera, ¿cómo es posible que sigan reivindicándose de un partido, de su integrista historia y de sus símbolos, con tal cúmulo de indecencia y basura ideológica?

Dicen que, tras la Unificación en 1937 en un partido único formado por falangistas y carlistas, estos se volvieron feroces antifranquistas. Una investigación de Cristian Matías Cerón sostiene que en 1949 Navarra tenía 73.816 afiliados a FET de las JONS y una militancia de 60.380, la primera del Estado en ambas modalidades, con mucha mayor diferencia si se aplica la proporcionalidad (“El partido único durante el franquismo. FET y de las JONS en Málaga”, Baetica 30). Cifras que cuestionan seriamente el desmarque de la sociedad navarra respecto al primer franquismo, pregonado por algunos autores, sin olvidar que el apoyo al Movimiento procedía en Navarra sobre todo del carlismo. La Agrupación Montejurra, que reunió a los votantes de EKA, aún no legalizados, consiguió 8.451 votos en las generales de 1977. En 1979, el Partido Carlista de EH/EKA, con el pretendiente a la cabeza, se quedó en 12.165. En cambio, UCD y UPN obtuvieron más de 100.000. ¿A dónde fueron a parar los votos de los carlistas rabiosamente anifranquistas?

Terminamos. En un lapsus del subconsciente, con la misma y rancia terminología del régimen, se nos tacha de “anticlericales” y de “come curas”. Pues bien, si por el primero se entiende la defensa del poder civil frente al poder religioso; si se acepta como rechazo la injerencia de los obispos en la vida pública dictando normas por encima de la Constitución y del Código Civil; si se plantea como una separación absoluta entre el Estado y la Iglesia, sin que ninguno de ellos interfiera sus esferas de actuación, es verdad: somos anticlericales.

Y en cuanto a comer carne cocinada o asada de gente consagrada a Dios lo dejamos en manos de los carlistas. Seguro que la saborean mucho mejor que nosotros.

Y hasta aquí hemos llegado. Es inútil razonar con quienes se presentan con el revoltijo de “autogestionarios-monárquicos-antifranquistas” para travestir su pasado -negando su decisiva participación en el golpe del 36 y la matanza que llevaron a cabo en Navarra- alegando excepcionales errores, traidores ocasionales y otras triquiñuelas oportunistas.

Antifranquistas sí lo fueron quienes se enfrentaron a ellos para defender la República, y otra cosa muy diferente es cabrearse con Franco porque no les dio la recompensa que creían merecer tras su decisiva contribución al golpe y a la Victoria franquista. Si el dictador les hubiera coronado a su pretendiente otro gallo cantaría en el antifranquismo de ocasión.

Mark Twain tenía razón sobre discusiones inútiles, así que hasta nunca.

Firman este artículo: Víctor Moreno, José Ramón Urtasun, Carlos Martínez, Carolina Martínez, Pablo Ibáñez, Orreaga Oskotz, Clemente Bernad y Txema Aranaz Miembros del Ateneo Basilio Lacort