En las próximas semanas no menos de 50.000 millones de aves estarán viajando. El flujo mana desde latitudes septentrionales y medias de los continentes del hemisferio Norte. Por rutas casi invisibles, una marejada de cuerpos calientes se arrumba hacia los países con inviernos suaves o descaradamente tropicales y ecuatoriales. Pocos fenómenos naturales resultan más vastos y complejos. Aunque ya no nos guste mirar al cielo, y raramente seamos capaces de percatarnos, los aires, tanto de día como sin luz, están cuajados de un leve tiritar de alas. La magnitud de los implicados desborda incluso a la imaginación. Y no sólo por el número, sino ante todo por la multiplicidad. Nada menos que unas seis mil especies diferentes migran.

Navarra es un lugar privilegiado para admirar el fascinante viaje de las aves, ya que la comunidad foral se encuentra en plena ruta migratoria occidental europea. Todos los años son millones de aves las que utilizan este territorio en sus desplazamientos. Muchas especies prefieren volar sobre tierra que hacerlo por encima del mar, y en su camino a latitudes más al sur o hasta África, las aves se encuentran en esta ruta con una cadena montañosa transversal, los Pirineos, que generalmente atraviesan por sus zonas más favorables. Por lo tanto, el pasillo situado entre el Pirineo navarro y el mar Cantábrico concentra en las épocas migratorias una gran cantidad de aves.

Pero retomando las cifras, resultan por completo superfluas si las comparamos con el significado, el balance y el destino de semejante fluir.

En primer lugar, porque por ahí anda volando una globalización que sí es unificadora y hasta equitativa. Las aves van a donde están los recursos, no hacen que los recursos vuelen hacia ellas. Viajan gastando energía conseguida en la opulenta primavera del norte y se dirigen hacia las vastas despensas del sur. Pero demostrando que unas y otras son exactamente lo mismo.

El planeta viviente es un consumidor que sólo puede consumirse a sí mismo y por eso intenta permanentemente no agotar para no agotarse. Los ritmos vitales y los nómadas del cielo son uno de las mejores sugerencias. Pretenden ser coherentes con la evidencia de que todas las riquezas las lleva ya puestas el derredor y que son únicas, irrepetibles y limitadas.

Se aprovecha solamente lo que la propia dinámica de la renovación pone al alcance. Por eso hay que alcanzarlas, aunque sea tras recorrer miles de kilómetros sobrevolando continentes enteros. Recordemos que el esfuerzo energético desarrollado por una sola de esas aves migradoras equivale a cuatro de las expediciones a la luna que se han hecho. Pero el impacto ambiental es cero. Ni contaminan, ni desgastan las fuentes de nutrición, ni reducen el paisaje a pasillos muertos. Todo lo contrario, los colman de alegría.

No es el único flujo, claro está. En estos mismos momentos nosotras y nosotros, las y los sedentarios, hacemos que otra avalancha -ingente, muerta, acaparadora y excluyente- se dirija hacia nuestras residencias. Energía, agua, materiales y alimentos en una cuantía de unos 70.000 millones de kilos diarios, sólo en los países industrializados, son imantados hacia un sin retorno. Es un gasto sin reposición y con la aberrante secuela de una fétida estela de residuos.

Se trata de un fenómeno diametralmente contrario al vaivén de las aves. Un consumismo que no se percata de que, nos pongamos como nos pongamos, todo en este mundo es importación. A no ser que le dejemos trabajar a lo espontáneo y sepamos aprovechar su imponente capacidad de renovación a partir de los ahorros acumulados a lo largo de miles de siglos.

No lo hacemos y la humanidad lleva desde los años 70 devorando recursos más rápido de lo que crecen. Y no hay signos de mejora. Consumimos recursos como si tuviéramos a nuestra disposición 1,7 planetas Tierra, según el Informe Planeta Vivo 2018 de la organización mundial de conservación WWF.

El efecto combinado del cambio climático y la extensión de la agricultura y la ganadería intensivas está provocando el agotamiento de los acuíferos y la pérdida de fertilidad de las tierras en amplias zonas del planeta. El sexto informe de la ONU sobre Perspectivas del medio ambiente mundial (GEO, por sus siglas en inglés) prevé que la falta de agua y la inseguridad alimentaria aumentarán la pobreza y las migraciones masivas. La lucha por control de unos recursos hídricos escasos será una nueva fuente de conflicto. A todo ello hay que añadir la pérdida sostenida de biodiversidad. Entre 1970 y 2014 la población de vertebrados terrestres se ha reducido en un 60% y el número de especies en riesgo de extinción no deja de crecer. Las zonas protegidas apenas alcanzan el 15% de la superficie terrestre.

Una comunidad de cientos de científicos, revisores, instituciones colaboradoras y socios garantiza que los informes de GEO se basen en un conocimiento científico sólido que ofrezca a gobiernos, autoridades regionales y locales, empresas y ciudadanos y ciudadanas la información necesaria para guiar a las sociedades hacia un mundo verdaderamente sostenible, aunque vamos por mal camino, ya que los datos citados así lo indican.

Nada más sencillo que calcular el tiempo que, de seguir así, le queda a la insostenibilidad de nuestro modelo de vida. No se trata de nomadear, sino de no agotar amparados por la distancia entre la producción y el consumo. Por supuesto, ni el Fondo Monetario Internacional ni el Banco Mundial abordan esta otra cuenta de resultados.

Experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente