tras casi dos meses de zozobras, conversiones instantáneas con abrazos efusivos incluidos, donde antes había desdenes y malos modos y negociaciones opacas en busca de la abstención de un partido catalanista, vital para que cuadraran las cuentas de una investidura exitosa, nos trajeron los "Reyes", al fin, un Gobierno por la mínima para inaugurar el año, la década y la legislatura.

Pocas veces hemos asistido a una sesión de investidura más bronca y montaraz, sobre todo por parte de los líderes de la derecha, cuyo léxico se nutre del insulto y la descalificación del adversario con un estilo tremendista y apocalíptico, seguramente para ocultar su falta de razones y argumentos con un mínimo de coherencia y mesura.

Oyendo a esos "caudillos" uno se acuerda de las reseñas y testimonios de los meses anteriores al golpe de Estado e inicio de la última guerra civil. Tales expresiones de odio, no solo falta de respeto al adversario, dejan traslucir una saña cainita muy preocupante, llegando en algún caso a pedir explícitamente en el colmo de la desvergüenza la traición de algún diputado de la bancada socialista, para conseguir el bloqueo de la investidura. El infame y descarado acoso al diputado por Teruel, Tomás Guitarte, para que se cambiara de chaqueta destila zafiedad y villanía. La actuación de los diputados de Navarra Suma no desmerece una vez más de la de los más egregios exponentes de la derecha más cerril.

Ante este panorama nada ejemplar de una oposición dispuesta a "echarse al monte" no se puede menos de pensar qué hubiera pasado ya en España, con el conflicto catalán en plena efervescencia y varios diputados de grupos independentistas profiriendo expresiones poco favorables a las instituciones españolas, si no estuviéramos integrados en la Unión Europea. ¿Cuántos golpes de Estado, o "pronunciamientos", de los de verdad, o sea modelo del siglo XIX o primeras décadas del XX, hubiéramos sufrido ya? La pertenencia a la UE nos ha librado por ahora de ese azote, aunque, vista la actitud de la misma en los casos de Hungría y Polonia, tampoco estemos para echar cohetes.

En cuanto al Gobierno en sí podemos decir que reúne en general personas capaces y experimentadas. Los nombres del juez Grande Marlaska, Isabel Celáa, Nadia Calviño, o Teresa Ribera, junto con los nuevos fichajes de Manuel Castells, Arantza Gonzalez-Laya o J. Luis Escrivá, forman un buen elenco.

La aportación de UP, con la incorporación de un sociólogo de talla mundial como Manuel Castells y los otros miembros, representa el necesario refuerzo de las políticas sociales para revertir los injustos recortes del PP en sanidad, educación y dependencia, en busca de la necesaria igualdad, el bienestar de los más vulnerables y mejora de la condición de la mujer. Corolario de estas políticas es la justa elevación del salario mínimo y el mantenimiento o mejora del poder adquisitivo de los pensionistas. Nada de esto se podría llevar a cabo sin una subida razonable de impuestos directos de los que más ganan, tanto personas físicas como grandes empresas, todo ello en línea con los países más avanzados de nuestro entorno.

El presidente, voluble y desconcertante a veces, perseguido por las hemerotecas por sus cambios de opinión o de principios, quizás, como diría Groucho Marx, parece que nos ofrece en estos momentos el perfil de un político más en sintonía con sus votantes de izquierda, esto es más auténticamente socialista y menos, por el contrario, asimilado a los barones del PSOE, más apoltronados en sus dorados retiros, cargos diversos o variadas prebendas.

En el haber del nuevo presidente hay que reconocer su actitud coherente respecto a Navarra, después de las desgraciadas experiencias anteriores de imponer, desoyendo la opinión de los socialistas navarros de establecer alianzas con los partidos defensores de la identidad y la izquierda, pactos contra natura con los más retrógrados exponentes de la derecha. Ahí Sánchez ha sido leal a los acuerdos y merece nuestro sincero reconocimiento.

El cambio climático, por su parte, requiere una atención primordial, en línea con las unánimes advertencias de los expertos y tal como se va a poner en práctica por la nueva Comisión Europea, con su iniciativa de dotar un fondo de más de un billón de euros para combatir el calentamiento global. El hecho de reconocer el buen hacer de la ministra Teresa Ribera, elevando su estatus a vicepresidencia, así parece atestiguarlo y merece sin duda nuestro aplauso.

La política territorial es otro epígrafe necesitado del máximo esfuerzo. Así, el reconocimiento de que España es un Estado plurinacional, una nación de naciones, es un primer paso, precursor de una negociación generosa y sin desmayo en busca de la efectiva resolución del problema catalán o vasco. No más judicialización de la política. Los problemas políticos se tratan y resuelven por los políticos, si son además estadistas mejor, tal como lo entendieron no hace mucho Canadá y el Reino Unido y antes Checoslovaquia y Dinamarca y Noruega o incluso Serbia y Montenegro. La aplicación estricta del art. 155 de la Constitución no resolverá ningún problema, antes bien lo enconará todavía más.

Creo que es hora de usar la cordura y la negociación, ahora que estamos aún a tiempo desoyendo los venenosos cantos de sirena en forma de intolerancia y violencia verbal que pueden muy bien convertirse, si se desbocan, en precursores de guerras fratricidas e incluso genocidios, tal como ocurrió en el 36 en España, o en los años 20 y 30 del siglo pasado en Italia y Alemania con sus fascismos asesinos, según nos describe en el caso italiano un autor como Antonio Scurati, en su bien documentada obra El Hijo del Siglo, referente a la irrupción de Mussolini en el país transalpino.

En neta oposición a las actitudes frentistas y de tierra quemada de la actual derecha española es digno de hacerse notar por su buen sentido y patriotismo genuino, no de bandera, cartera y boquilla, la postura del antiguo ministro de Asuntos Exteriores del PP, Garcia Margallo, de saludar con respeto e incluso afecto a la nueva ministra de Asuntos Exteriores, Arantza González-Laya, ofreciendo su colaboración leal.

Ojalá estemos a tiempo todavía de evitar lo peor.

El autor es doctor en Derecho