muchas veces nos refugiamos en simplismos para tratar de entender la realidad o de argumentar nuestras opiniones. Cuanto más simples y más gráficos mejor. Sirven para explicar cosas que probablemente sean mucho más complejas, pero que necesitamos reducirlas a algo fácilmente medible, comparable, comprensible.

Hoy hemos buscado estos datos. No significan nada (o quizá sí), pero ayudan a entender cómo está repartido el queso urbano entre los distintos usos que se pueden hacer del mismo. Está claro que el espacio urbano es finito y sus usos están no sólo regulados, sino priorizados. La lógica de su reparto depende muchas veces de criterios de idoneidad y equidad proporcionados, pero otras atiende a inercias asumidas a lo largo de la historia y que se han hecho incuestionables.

Recuerdo que hace unos años una campaña de una asociación que defendía el derecho peatonal en Madrid demostraba la desatención municipal de esta gran mayoría visibilizando que no había fuentes en esa ciudad. Fuentes. Claro que sí.

En una ciudad que alardea de sus espacios verdes y de su calidad de vida hemos querido fijarnos en cosas tan tontas como estas: cuántos aparcabicis, cuántos árboles, cuantas plazas de aparcamiento en superficie (para coches) y cuántos bancos (de sentarse) hay disponibles en la vía pública. Son elementos que mantenemos y pagamos todos los contribuyentes y que deberían responder a una proporcionalidad y a una racionalidad, así como a una tendencia y a una exigible atención del interés general por encima de los intereses particulares privativos de cada ciudadano.

Está claro que atiende al bien común la masa arbórea o el número de fuentes de boca que hay en una ciudad (en la mía 340), también parece que los bancos son un bien público que atiende a un interés general en una ciudad donde la mayoría de la gente camina para desplazarse. No sé si la cifra de 5.000 plazas de aparcamiento para bicicletas responde de alguna manera al interés general, viendo que muchas de ellas son utilizadas privativamente por la ciudadanía, pero lo que está claro es que una ciudad con 200.000 habitantes (y aquí contamos infancia, adolescencia y tercera edad) cuente con 130.000 plazas de aparcamiento de gestión pública es un despropósito monumental, sólo para tratar de atender las necesidades privadas y privativas que la tenencia de coches conlleva.

Dicho así en bruto puede no parecer mucho, pero comparando con el número de vehículos censados, que no llega a los 120.000, la cosa ya empieza a tener una cierta entidad. Máxime cuando una parte muy importante de la población cuenta con plazas de aparcamiento privadas.

Ahí va la pregunta: ¿Tiene un ayuntamiento que dotar tantas plazas de aparcamiento en superficie como coches tenga censados? ¿Más, para las visitas? ¿Más todavía para la deseada rotación de plazas? Habrá gente que piense que sí, que es una responsabilidad pública, que es el bien común. A otras personas se nos hace sospechoso que esto tenga que ser así.

Dice una leyenda urbana que para adquirir un coche en Tokio hay que demostrar que se está en posesión de una plaza de aparcamiento privada para guardarlo, porque no quieren más coches en esa ciudad.

A los más ilusos nos sigue rechinando que la mayor parte del espacio público en nuestra ciudad se haya destinado a montar un monumental garaje (por no hablar de las fabulosas autopistas que la surcan). Un garaje en el que los coches están más de un 95% del tiempo estacionados, se convierte en una apropiación privada de un bien público escaso. Si esos coches contribuyeran a mejorar la calidad de dicho espacio público, estaríamos conformes, pero son los responsables principales de su contaminación, de su ruido y de su peligrosidad.

A cambio, tan sólo una de cada 20 bicicletas que se calcula que hay en esta ciudad tienen derecho a un espacio público de aparcamiento, aunque sea de rotación. Y ahí sí nos parece regular que la gente lo utilice de trastero privado porque muchas se ven abandonadas y afean la ciudad. Sin embargo las bicicletas contribuyen a hacer las ciudades y a su ciudadanía más saludables.

Pero no es mejor la cuenta de los bancos (sin caer en el chiste fácil). Si es verdad que hay 8.500 bancos que pueden ser utilizados por toda la población sin diferenciar sexo, edad o estar en posesión de coche y su correspondiente carnet de conducir, observaremos que tan sólo hay una plaza de banco disponible para cada 12 habitantes. Nos tocan a más árboles por cabeza, casi uno para cada 3 habitantes.

Por cierto, hay el doble de plazas de aparcamiento que de árboles en una ciudad que alardea de sus espacios verdes. Que cada cual saque sus conclusiones.