na vez controlada la crisis sanitaria, hay que abordar las consecuencias del tsunami que ha asolado la actividad económica, de consecuencias sociales hoy imprevisibles. Con el objetivo más urgente de que las empresas sobrevivan, lo que es de vital interés tanto para los propietarios como para los trabajadores, pero también para las administraciones públicas que recaudan impuestos derivados de la actividad empresarial y, como consecuencia, para todos los ciudadanos.

Sería ahora el momento, por tanto, de formular en las empresas un proyecto compartido por propietarios, directivos y trabajadores, centrado en su supervivencia, por encima de intereses particulares de cualquiera de los grupos citados. Lo que supondría la renuncia a una cultura de confrontación y su sustitución por una cultura de cooperación, corresponsabilidad y participación. Es el momento de la cooperación, cuya responsabilidad de liderazgo se debe situar en los directivos y empresarios, aunque para su efectiva implantación sea necesario concitar las adhesiones de los trabajadores y el interés de los sindicatos.

Posiblemente sea el comportamiento y el compromiso de los máximos dirigentes de la empresa, con su ejemplo en el día a día, lo que más puede contribuir a una cultura imprescindible para sobrevivir. Pero ¿por dónde empezar para ello? Destacados empresarios y sindicalistas coinciden en señalar como primer paso establecer una información transparente, veraz y sistemática sobre las variables y políticas más importantes de la empresa. Incluiría consultar con los representantes de los trabajadores las decisiones más relevantes que no exijan un tratamiento confidencial.

Información que debe llegar a todos los trabajadores y, en especial, a sus representantes, como inicio de un cambio en el modelo de relación tradicional entre empresarios y trabajadores en el que se replantee también el reparto de la riqueza que se cree por la empresa. Ello exigiría, asimismo, desarrollar planes de formación para los representantes de los trabajadores, a fin de que puedan tener una mejor opinión sobre las decisiones sobre las que se les consulten. De forma complementaria, sería prioritario establecer sistemas periódicos de evaluación de las necesidades de los trabajadores y, consecuentemente, buscar fórmulas que favorezcan la conciliación de la vida profesional y familiar, sin perjuicio del desarrollo empresarial.

Con un horizonte mayor en el tiempo, sería recomendable una cultura de corresponsabilidad que lleve a que haya un equilibro en los sacrificios de accionistas y trabajadores cuando sean necesarios y que se establezca, cuando sea posible, un objetivo conjunto de mejorar a la vez la rentabilidad sobre fondos propios para los primeros y la retribución global para los segundos. Siendo, si cabe, más rigurosos con el destino de los resultados positivos, de forma que al menos el 50% se destine a incrementar los Fondos Propios. ¿Y cómo se puede ayudar a ese cambio desde instituciones exteriores a la empresa?

Desde la Fundación Arizmendiarrieta hemos valorado como prioritarias las aportaciones siguientes: identificar las mejores prácticas en la implantación de políticas de comunicación interna en las empresas, la definición de objetivos compartidos, selección de indicadores..., que se consideren claves para el cambio propuesto. Así como aportar a las empresas ejemplos útiles de cara a implantar una participación de los trabajadores en los resultados (aspectos ambos en los que sería deseable que la CEN y el Gobierno continúen profundizando en sus respectivos programas). Sin olvidar, por fin, la necesidad de desarrollar actividades de formación sobre aspectos de gestión empresarial, estrategia... dirigidas a componentes de comités de empresa, delegados y liberados de sindicatos y que, deseablemente, deberían ser lideradas por éstos. De forma que "salvemos lo salvable" de cara a un futuro que se presenta particularmente negro para todo el mundo y, en especial, para los más débiles.

El autor es presidente de la Fundación Arizmendiarrieta