na de las pocas sensaciones positivas que el covid-19 ha traído al ser humano, junto a la recuperación del medio ambiente que ha dado un pequeño respiro al planeta, ha sido el silencio.

Según diferentes informes, incluidos algunos de la OMS y la ONU, el ruido, la antítesis del silencio, es una de las peores contaminaciones que afectan al ser humano. Produce un daño a veces irreparable no sólo en lo físico, especialmente en lo emocional y psicológico, y también se ha demostrado científicamente que ese daño incide igualmente en los animales e incluso en las plantas.

Hace varios años el Defensor del Pueblo de Navarra elaboró un informe, en respuesta a las quejas de una vecina contra el Ayuntamiento de Villava-Atarrabia. En ese documento, además de dar la razón a esa vecina que se quejaba de los ruidos producidos por una puerta metálica, incluía varios estudios en los que diferentes organismos internacionales, entre ellos la misma ONU, equiparaban al ruido con la tortura. Sí, sí, con la tortura.

Es cierto que hoy en día es casi imposible disfrutar del silencio. Un silencio que te permita relajarte, reflexionar, leer, o simplemente mirar el paso de la vida con un mínimo de tranquilidad. El silencio es salud al igual que el ruido es enfermedad.

Incluso en los lugares más apartados es prácticamente imposible disfrutarlo. La incivilización de nuestra sociedad actual, la falta de respeto a los demás, a su derecho (inalienable según todos los expertos) al descanso hacía imposible su disfrute.

La música a toda pastilla de los niñatos (y menos niñatos) que se creen con capacidad de imponer ésta a los demás, los ladridos constantes de los perros que en soledad esperan a sus dueños (es curioso ese empeño que tenemos en sustituir a personas por animales), las motos y coches trucados que indican la manera en que sus conductores se quieren dar a conocer.

Incluso el indirecto, pero no por ello menos molesto del run run del tráfico que a veces resultaba insoportable, estropeaba la posibilidad de escuchar ese silencio reconfortante.

Si tuviéramos que valorar algo que nos faltaba antes de aparecer el virus era la ausencia de sonidos estridentes y molestos. Pero no nos dábamos cuenta hasta ahora de que era uno de los bienes más preciados que nos estaban arrebatando sin que hiciéramos nada por conservarlo. Hasta ahora.

Porque esta pandemia ha tenido la virtud de recuperar ese silencio casi olvidado, que ha producido un efecto balsámico y curativo en otras sensaciones crueles provocadas por el monstruo, como la angustia o el miedo.

Por eso, al salir a la calle esa primera parte del confinamiento, lo primero que nos llamaba la atención era esa falta de ruido producto de la ausencia de los humanos.

Pero lamentablemente lo bueno dura poco y con este bien no podía ser menos, y así las fases 0, 1, 2 y la 3 que comenzó ayer, han ido trayendo poco a poco esa tortura que día a día vuelve a recuperar su efecto destructivo anterior.

El ser humano dicen que aprende rápido, pero quizás olvida más rápido aún. Aunque cabría esperar que esta vez, entre las enseñanzas que sacáramos de estos difíciles tres meses, estuviera la de que por un lado deberíamos limitar al máximo el nivel de ruido que generamos, especialmente en donde podemos incidir, en lo privado, y al mismo tiempo que tenemos que cuidar con más cariño a la naturaleza.

¿Quién debía ayudar a conseguirlo? Sin duda la propia ciudadanía recuperando viejos hábitos de respeto, pero si eso no es así y no parece que lo sea, los poderes públicos, especialmente los ayuntamientos, que son los más próximos a los ciudadanos, que deben poner medidas, educativas por un lado y coercitivas por otro, para hacer que esto pueda ser realidad.

Un mundo en el que se pueda disfrutar del silencio, o al menos solo con los sonidos del trinar de los pájaros, el aire al rozar las hojas de los árboles o el murmullo de un torrente es muy difícil, quizás imposible, pero sí lo es evitar que el ruido se convierta en una tortura. Hagamos algo para evitarlo.

Por ejemplo, ahora que tanto se estilan diferentes campañas; ¿por qué no poner en marcha una reivindicando ese silencio del que hemos disfrutado durante unas semanas? ¿Por qué no llevar iniciativas a los diferentes ayuntamientos declarándoles zonas libres de ruidos?

¡Reivindiquemos el silencio, porque es salud!

El autor es exparlamentario y concejal del PSN-PSOE