lgunas expresiones han creado historia, se mantienen en el tiempo y persisten en la memoria, implosionando y convirtiéndose en nuestros referentes íntimos.

Cada cierto tiempo encontramos argumentarios que nos reafirman en nuestra veracidad y actualidad de ellas. Abarcan todos los sectores sociales, políticos, económicos, y han sido formuladas por diferentes actores de cualquier época y cualquier ámbito ideológico, profesión, religión o historial médico.

Contextualizar las mismas e imaginar las escenas en que se dijeron pueden ser aclaratorias de su potente significado.

No las creemos hasta sus últimas consecuencias, no somos tan cretinos. Don Mújica, cuando un periodista le preguntó su opinión sobre un determinado tema le contestó, con sonrisa burlesca: pues mire usted, en estos momentos pienso x, pero quizás mañana pienso y.

Hay frases que son más una declaración de intenciones que un postulado seráfico: lo primero, la salud; continuando con la afirmación: la salud no tiene precio

Debemos mirar con lupa para encontrar un infeliz que se posicione en contra del glamour de las mismas; lo lapidaríamos en la plaza pública sin contemplaciones

Pero todo ojal tiene un botón, y toda réplica una contrarréplica. Y recuerdo cuando en la campaña electoral de Clinton (sí, el mismo), un asesor popularizó la afirmación: es la economía, estúpido; y ganó las elecciones y el estrellato.

Entre la una y la otra podemos situar a la acción política, capaz de jerarquizar los problemas, aunar voluntades y proponer acciones y soluciones concretas, sin prisa pero sin pausa; y olvidarnos, al menos temporalmente, de los señuelos lingüísticos. Muy desvalorizados en estos tiempos, nadie exige la pureza mental y la consiguiente espiritualidad de acción; únicamente pedimos que nos traten como si fuéramos inteligentes; no necesariamente deben usar corbata, pero tampoco beber la cerveza directamente del grifo.

Recordemos aquellos años de la abundancia en que todos parecíamos ricos. No valía el usar y tirar; queríamos más, de todo, aeropuertos, tren de alta velocidad, autopistas; era un no parar. Consumimos demasiadas calorías y nutrientes equivocados.

Si un político no despilfarraba era considerado un ser insociable, propio de la época medieval; había que tirarlo a la basura y sustituirlo por alguien más consecuente con el momento. Todos, la sociedad entera, caímos en las garras de los memes, ya presentes en ese momento, pero sin ser considerados todavía fake news.

Entiendo que hubo varias razones que justificaron aquel derroche del que todos debemos sonrojarnos. Para los bienpensantes, ello estuvo dirigido a lograr la armonización territorial; puro altruismo distópico. Otras razones eran más maliciosas y cínicas, lógico. Pero los intelectuales, los pensadores, no cumplieron con su obligación, que es ayudarnos a pensar. Algo o alguien, quizás un algoritmo matemático, nos va a volver a engañar, pero al menos pensemos para saber que nos han engañado.

Tras esos días de vino y rosas, de borrachera monetaria con la consiguiente corrupción inherente a la misma, aparece el desastre económico y social. Tasas de paro inasumibles con una autoestima lastimosa con los consiguientes problemas de inclusión social. Económicamente nos fuimos recuperando, pero anímicamente y culturalmente ya asumimos el interruptus: precariedad y bajos sueldos como parte inherente de nuestro ser. Los anteriores millenials eran considerados glotones crematísticos, habitantes de otra galaxia.

En un chasquido de dedos pasamos de la obesidad a la desnutrición. En el plano social pasamos de unos servicios públicos básicos que fueron la envidia de países de nuestro entorno a contabilizar más de 10 millones de personas aseguradas en la sanidad privada, indicador de un mal funcionamiento de la sanidad pública; otras muchas causas pero un mismo efecto.

La única duda es si todo ello estaba premeditado y en qué porcentaje, o más bien fue un cúmulo de desaciertos de todos los eslabones de la cadena de mando

Y sobre ello aparece la pandemia del covid. Nos habían golpeado con la puya del picador y estábamos heridos. Un apocalipsis maloliente cual nube tóxica se cierne sobre nuestras cabezas; solo cabía esperar los fondos de la UE, aunque su efecto no será milagroso: miles de millones de euros (11% del PIB) prestados, con condiciones. Se publicita la gestión en teórica cogobernanza entre Madrid y la periferia; unos delegan responsabilidades sin derechos y los otros aspiran a reducir los desequilibrios y desigualdades territoriales, también en materia sanitaria. Entre ello y las emisiones de deuda del Tesoro hacen actual el milagro de la multiplicación de los panes y los peces sino fuera porque este dinero es, en su mayoría, intangible por medio de ingeniería contable y de plazo largo.

La frugalidad de las ayudas de antaño se ha superado. En la actualidad todos defienden las ayudas sociales de protección en diferente formato: renta básica, ERTE, autónomos. Todos los países son defensores de dichas ayudas. No es exclusivo de las democracias liberales, socialdemocracias; la lectura ideológica es cuestionable. El esperpento capitalista Donald también las asimila. Cambia la intención: aviesa en unos, como derechos de ciudadanía en otros.

Pero en economía los recursos son, por definición, escasos; y las necesidades infinitas.

Gestionar la escasez es difícil, pues deben diferenciar lo importante de lo urgente. No queremos robots políticos, pero tampoco prestidigitadores.

La promiscuidad debe ser el modus vivendi del político en su actividad, dejando el fetichismo para su vida particular.

El presupuesto es obligatorio, pero no es un fin en sí mismo. La ética de los principios y la ética de las acciones deben ser los dos manifiestos que, aunados, guíen nuestra racionalidad política.

El autor es médico. Servicio Navarro de Salud