l libro El Calibán y la bruja resulta imprescindible para comprender el primer feminicidio de la historia. Su autora, la historiadora feminista Silvia Federici, nos advierte que la historia no es neutra, ni puede ser amable, ni siquiera equidistante. Por eso se debe escribir contra el olvido; "para garantizar que las luchas que las mujeres han llevado adelante y las lecciones que hemos aprendido de ellas no sean enterradas ni tergiversadas". Porque la historia tiene la obligación de conjugar correctamente el verbo recordar. Y porque la realidad no se puede mirar de reojo.

En estas líneas se reconoce el esfuerzo para producir la exposición de documentos en el marco de la investigación sobre la brujería en el Reino de Navarra realizada por el Archivo General de Navarra y cuyo resultado final ha sido la exposición Maleficium. Navarra y la caza de brujas (siglos XIV-XVII). Pero quienes firman este artículo quieren hacer las siguientes valoraciones.

Esta exposición habla de brujas y brujos, de su fenómeno social. Pero hay que mencionar que no menos del 80% eran mujeres. Y no explica las razones profundas por las que ellas fueron encausadas y acusadas. La razón última de sus muertes y torturas. No analiza sus roles, sus cuerpos, sus transgresiones, sus posiciones en los contextos históricos y sus dominaciones. En este sentido, esta exposición carece de perspectiva de género. Porque hablar, exponer, mostrar la caza de brujas y la persecución de las mujeres que asoló nuestros valles y pueblos, dentro del contexto europeo, y que posteriormente se exportó a América, necesariamente exige nombrar este exterminio femenino. En esta exposición ese concepto transversal, tan integrado en múltiples disciplinas, brilla por su ausencia.

La exposición Maleficium nos susurra nombres propios, los de algunas mujeres sentenciadas, pero sin vincular el hecho de ser mujer y ser acusada de bruja a un riesgo y precipicios históricos. Y ese riesgo no fue otro que la construcción de un nuevo orden patriarcal basado en la exclusión de las mujeres del trabajo asalariado y su subordinación a los hombres. En esta exposición se nombra a algunas mujeres, pero se ignora, se bordea la gran pregunta que presidió este gran feminicidio: por qué y para qué se creó ese entramado religioso-civil que secuestraba a las mujeres, que las raptó de sus casas, de sus pueblos, y las encerró en cárceles insalubres camino de una hoguera aleccionadora. Pero no se trataba sólo de aleccionar. Sostiene Federici que la persecución de las brujas en Europa y en América fue tan importante para el desarrollo del capitalismo como lo fue la expropiación del campesinado de sus tierras. No abordar estas cuestiones es blanquear o trampear la historia. Porque esta historia se narra sin esa perspectiva feminista, perpetuando la misoginia y el androcentrismo históricos. Como si las mentalidades explicaran por sí solas lo ocurrido. Lo explican si se rastrean las desigualdades de género. Y la caza de brujas trató de destruir el control que las mujeres habían ejercido sobre sus cuerpos, sobre su función reproductiva. Y ello sirvió para poner en marcha el régimen patriarcal más represivo. Porque la mayoría de las mujeres acusadas eran campesinas solteras o viudas pobres y, por ello, sin voz. Mujeres expertas conocedoras del entorno en el que vivían, supervivientes de una sociedad rural que atesoraban una sabiduría y un modo de vida. Y también una sexualidad no normativa que era considerada un peligro para las élites religiosas y civiles patriarcales de finales de la Edad Media. Pero no solo fueron represaliadas por sus saberes, saberes que competían con la nueva racionalidad y ciencia que se estaba monopolizando por los hombres durante la transición del feudalismo al protocapitalismo. Fueron exterminadas porque suponían una competencia brutal frente a las nuevas economías que entraban en funcionamiento con la constitución de los estados modernos.

En el año 2019 se celebró en Pamplona el I Congreso sobre Caza de Brujas de Europa. Encuentro en el que se evidenció que, siendo una cuestión crucial, pues la mayoría de procesos de brujería, más del 80%, se realizaron contra las mujeres, esta cuestión está ausente en los libros de historia. Entre nosotras, la historiadora feminista navarra Amaia Nausia Pimoulier, en su libro ¿Vírgenes o putas?Más de 500 años de adoctrinamiento femenino, aborda los cambios sucedidos en Navarra tras la conquista castellana. Pero supera el androcentrismo clásico de este acontecimiento para mostrar qué supuso para las mujeres navarras el disciplinamiento y sometimiento dirigidos a afianzar su rol de madre modélica dentro del modelo de familia cristiana que se impuso desde entonces.

La historia de las mujeres no es una novedad. Tiene ya una larga y fructífera trayectoria en las universidades de todo el mundo. Son muchas y muy interesantes las aportaciones que se han hecho y siguen haciendo las investigadoras feministas a la historia.

Una institución pública como el Archivo General de Navarra, como han hecho otras entidades similares, debería contribuir con sus estudios e investigaciones a la difusión de la historia con perspectiva de género. Por justicia social e histórica con la mitad de la población navarra. Estas mujeres necesitan justicia y reparación. Pero nunca folclorizar ni etnografiar sus vidas.