l problema de Cataluña se prolonga a través de los años, porque los dos patriotismos en liza mantienen (más o menos ocultos) elementos de tribalismo en sus posturas y se niegan a abordar el núcleo del problema. Hay además una cuestión previa, en la que ninguna de las dos partes parece reparar: vivimos en un planeta cuyo futuro se halla en riesgo por el cambio climático. Podría ser que, de no tomar las medidas precisas, en unas pocas generaciones ya no existan, como sociedad, ni Cataluña ni España. La ignorancia de este marco general da cierto aire de irrealidad a todo el proceso.

El ser humano es un simio y parte de su conducta se explica por ese sustrato biológico. Las muchedumbres que gritan entusiasmadas ante algo tan insustancial como el fútbol, lo ponen de evidencia continuamente. Pero la tendencia al gregarismo es algo que no puede ser erradicado, aunque cabe disminuirla y canalizarla mediante los mecanismos que ofrece la cultura. Por ello, hay que intentar el examen de los fenómenos identitarios con distancia y asepsia a fin de minimizar la interferencia psicológica, actuando de la forma más racional posible.

Un elemento a considerar es que, habitualmente, a las sociedades humanas les gusta tener una buena imagen de si mísmas. Se trata de la grandeur de Francia o ese deseo de que Cataluña vuelva a ser "rica y plena", como señala la letra de Els Segadors. Aquí está el núcleo del problema. Tanto el patriotismo catalán como el español quieren para sus correspondientes territorios la máxima catagoría: el estato nacional. El deseo es lícito, pero sucede que (tan solo en este concreto punto) ambos proyectos han sido incompatibles hasta la fecha.

Pero algo está cambiando. Aunque las dos partes han tendido a la mitificación de la idea del estado independiente, en el seno de la Unión Europea éstos ya no existen. Perdieron su moneda propia, hace años que armonizan su legislación -a veces hasta en los aspectos más nimios- o existe la posibilidad de recurrir las actuaciones estatales ante los tribunales europeos.

Además, un ámbito en el que ambas partes esconden sus vergüenzas es el lingüístico. El art. 3.1 de la Constitución establece respecto a la lengua castellana que "Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla". Pero cuando en la reforma del Estatuto de Cataluña se intentó incluir el deber de conocer el idioma catalán, el Tribunal Constitucional resolvió que no era posible. Por lo tanto está consagrada la primacía (al menos simbólica) del castellano, lo que implica una desigualdad. Pero, mirando al otro lado, hay que recordar que el proyecto de Constitución catalana, difundido por los independentistas, establecía que serían idiomas oficiales el catalán y el aranés (que es hablado por unas pocas miles de personas), pero no el castellano.

Como punto de partida, lo correcto hubiera sido modificar la Constitución para permitir un referéndum legal, tal como hicieron con Quebec o Escocia. Conforme a los datos existentes, la secesión hubiera sido entonces rechazada y ahora tendríamos una situación notablemente mejor. Pero esta España que ha permitido que los restos mortales del dictador ocuparan durante cuatro décadas de libertad un lugar de honor en un mausoleo público, si bien es una democracia consolidada, no se halla situada entre las más avanzadas.

También en el seno del nacionalismo catalán hay cosas que no quieren verse. Si en nombre de la libertad puede ser cuestionada la unidad de España, lo mismo sucede con la de Cataluña. En el hipotético caso de que ganara la opción secesionista, si una parte de su terriorio quisiera, de forma mayoritaria, mantener la unión con España, habría que respetar esa voluntad. Teniendo en cuenta esto y el mapa electoral, ¿resulta factible formar un estado catalán?

Por otra parte, con un estado propio, la sociedad catalana resultante sería muy similar a la actual. El castellano figuraría como una lengua oficial (en la Europa democrática es impensable otra opción), los partidarios de la unión con España seguirían existiendo, y además de marcar este aspecto simbólico en las administraciones controladas por ellos (como los ayuntamientos), en el futuro podrían pedir (y tal vez ganar) un referéndum para la reincorporación.

De todas formas, será preciso realizar la consulta, si es solicitada por el Parlamento de Cataluña. La libertad resulta imprescindible. Solo con ella se puede facilitar el que los patriotismos catalán y español coexistan.

Pero éstas son soluciones drásticas. En nuestro mundo es muy importante que todas las identidades nacionales resulten compatibles entre sí. Los mejores elementos de siglos de evolución cultural constituyen un valioso patrimonio para todos los humanos. A fin de lograr esto, resulta también necesaria una cierta concienca de grupo, de forma que cada sociedad valore y mantenga su cultura. En consecuencia, un estado democrático debe facilitar el desarrollo simbólico pleno de cada uno de sus componentes nacionales (en este caso, tanto el catalán como el español).

Por ello, el impulsar los Països Catalans como ámbito cultural resulta positivo. Es una entidad que, aunque parece no tener viabilidad política -ya que afecta a territorios de España, Francia, Andorra e Italia (Alguer, en Cerdeña)- posee un intenso componente afectivo y cultural. Se trata de contar con una buena imagen de conjunto, al igual que sucede en el ámbito hispanoamericano o con la Commonwealth británica. También Francia o Portugal impulsan respectivamente los ámbitos de la francofonía o la lusofonía. Es normal que se haga lo mismo con el de la catalanofonía.

El autor es doctor en Filosofía