Va esta conocida cita;

“–Cuando yo uso una palabra significa lo que yo quiero que diga–, dijo en tono desdeñoso Humpty Dumpty. A lo que Alicia replicó:

—El problema consiste en saber si puedes hacer que una palabra tenga tantos significados distintos.

—El problema consiste en saber quién manda. Eso es todo” (L. Carroll, Alicia a través del espejo).

Esta conocida cita a propósito de los lamentos de Iñaki Iriarte cuando sostenía que “en los artículos en euskera, ni ETA ni sus miembros son habitualmente designados como terroristas”. Añadía que, incluso, se los jaleaba. ¿Y qué esperaba? ¿Que los llamasen, no solo terroristas, también, gentuza, asesinos, criminales y crápulas?

Cuenta Plutarco que, cuando el procónsul Julio César arrasó la Galia, fueron conquistadas 800 ciudades, 300 tribus sometidas, un millón de prisioneros vendidos como esclavos y otros tres millones muertos en batalla (se estima que la población gala era de 3 a 15 millones de habitantes). Sobra decir que César en sus escritos jamás denominó a sus soldados con la calificación de asesinos; menos aún de terroristas, aunque el terror que sembró en la Galia fue de récord.

Los ejemplos similares tomados de los anales bélicos de la antigüedad son innumerables. Pero mucho mejor que concitarlos será tomar el ejemplo de Navarra tras el golpe, cuando, a partir de mayo de 1937, las ciudades de Tudela, Lumbier y Pamplona –esta lo fue de nuevo en enero de 1938–, serían bombardeadas por aviones rusos al servicio del ejército republicano. ¿Qué imagina el diputado aludido que dijeron los líderes políticos navarros afectos al golpismo cuando eso sucedió? Pues lo que cabía esperar. Que dicha barbarie era un acto de terrorismo vil, producto de gentes sin corazón. ¿Cómo era posible bombardear unos lugares ubicados en Navarra donde no había frente de guerra? Pero, ¿qué sucedió cuando en 1936 los carlistas y falangistas asesinaron a miles de navarros por ser republicanos? ¿Alguien invocó el argumento de que Navarra no era frente de guerra? ¿Alguien, afecto al Glorioso Movimiento Nacional, llamó a esos facinerosos con el nombre de criminales y asesinos? Para nada. Al contrario. Recibieron toda clase de parabienes y, en algunos casos, ascensos sonoros en la Administración Foral.

Los bombardeos de Pamplona, Tudela y Lumbier fueron fruto de una horda criminal y comunista. Por el contrario, los bombardeos de Guernica, Durango y Eibar, no solo fueron obra de ángeles salvadores de la civilización cristiana, sino que, acuciados por la prensa internacional, los golpistas negarían ser los co-autores de semejante vileza, traspasando a los rojos dicha responsabilidad.

Actualizando el contenido de lo dicho hasta aquí, recalamos en el homenaje a Miguel Ángel Blanco. En él, su hermana dijo que “no podemos aceptar que los culpables se borren de la memoria. Necesitamos que se respete la verdad de lo que ha ocurrido dejando claro que unos mataban y otros morían. La justicia y la verdad, sin intoxicaciones, debería ser siempre la prioridad de cualquier gobierno”.

Es increíble el cinismo con el que la derecha navarra y española se han escaqueado una y otra vez de una de sus más graves responsabilidades históricas, las víctimas de la guerra civil

Justas y acertadas palabras, ciertamente. Ahora bien, ¿hasta dónde llega su aplicación en la práctica? Debería recordarse que quienes perdieron la guerra llevan esperando más de ochenta años para conocer “la verdad sin intoxicaciones”, saber, por ejemplo, los nombres y apellidos de aquellos que “mataban y otros morían”. ¿Cuándo ha sido la prioridad de cualquier gobierno de la transición investigar estos asesinatos? Desde luego, los gobiernos de derechas jamás lo intentaron. En cuanto a los herederos ideológicos de quienes ganaron la guerra en Navarra nunca se han preocupado de publicar el repertorio onomasiológico de aquellos asesinos en serie. Y no será porque no conocieran sus nombres y apellidos.

Es increíble el cinismo con el que la derecha navarra y española se han escaqueado una y otra vez de una de sus más graves responsabilidades históricas contraídas con las víctimas de la guerra civil. Lleva ochenta años huyendo de la verdad y de la justicia, escudándose en ETA para evadirse de ella.

Así que dudamos que sea la lingüística, en su higiénica praxis de llamar al pan, pan y al vino, vino, quien rompa el nudo gordiano de la cuestión

Y por los últimos acontecimientos no parece que su actitud vaya a cambiar. Por un lado, en un alarde de osadía mayúscula, la Fundación Miguel Ángel Blanco otorga a Carlos Iturgaiz el premio a la Convivencia. ¿Cómo se puede conceder tal galardón a un individuo que, cada vez que abre la boca, despierta la alarmas de un nuevo enfrentamiento cainita y tribal? Por otro, la declaración del líder del PP diciendo que lo primero que hará, cuando sea presidente de gobierno, será derogar la le Ley de la Memoria Democrática, porque “ni es memoria, ni es democrática”. Menos mal que es una ley aprobada por el Parlamento.

No parece, pues, que el deseo de la hermana de Blanco de “respetar la verdad, la justicia y la reparación de las víctimas y el conocimiento permanente de los asesinos y sus cómplices salgan a la luz pública”, sea de aplicación universal, sino, más bien particular, únicamente para “los nuestros”, importándole nada las otras víctimas y los nombres de sus verdugos.

Así que dudamos que sea la lingüística, en su higiénica praxis de llamar al pan, pan y al vino, vino, quien rompa el nudo gordiano de la cuestión. Más bien parece que, como dijo L. Carroll, el problema planteado depende, más que de denominar, de dominar.

Los autores son Víctor Moreno, Clemente Bernad, José Ramón Urtasun, Carolina Martínez, Jesús Arbizu, Carlos Martínez, Txema Aranaz, del Ateneo Basilio Lacort