De la necesidad humana de pertenecer a un grupo
Reflexiones de un día de calor. Los perros del pipican situado a 10 metros de casa me han despertado a las 6:45 de un caluroso domingo estival. Tras remolonear en la cama un buen rato, he decidido salir a caminar por el río antes de que apriete el calor.
El número de perros con sus correspondientes dueños me ha sorprendido. También por la mañana hay paseos de confraternización en los que los dueños y perros variopintos intercambian palabras, olfateos y hasta lametones.
El recelo que últimamente se está instalando en mi mente inquieta respecto al aumento exponencial de perros en la ciudad mientras una buena parte de nuestra sociedad, de la raza humana y de nuestro planeta se va a la mierda se ha visto iluminado por la comprensión de que a la vez que una falta de confianza en las bondades del contacto humano está llevando a una buena parte de la población del primer mundo a volcar sus afectos con los chuchos, estos a su vez hacen que estás personas sientan algo en común con los demás dueños de chuchos y esto les lleva de nuevo a compartir, a intercambiar, y a sentirse miembros de un grupo.
Es de todos sabido que también la guerra se vale de esta necesidad inherente al ser humano. El autor de Sapiens nos dice que la humanidad empezó a unirse y a ser capaz de lograr grandes empeños cuando, a través del lenguaje, alguien fue capaz de convencer al resto del grupo de las posibilidades de conseguir grandes cosas juntos. Cosas que estaban por encima de la persona: ideas.
Se me antoja posible el iniciar a nuestros vástagos (vamos a dar un respiro a las escuelas en este empeño) en el temprano descubrimiento de aquellas cosas que nos hacen sentir bien y, si es posible, encontrar algún miembro de ese grupo de personas que comparten nuestro sentir, pero con la condición de que sean cosas que no perjudiquen ni a otras personas, ni a otros seres, ni a nuestro planeta. Esto unido a la práctica, al hábito de estar atentos a nuestro alrededor y pendientes de nuestro bienestar y del de las personas que tenemos cerca con aquello que tengamos a mano nos puede llevar a reconducir esta sociedad que nos asusta con su aislamiento.
Las buenas prácticas o los buenos hábitos pueden asustar a quienes desconfían del orden, pero la atención a lo que sucede alrededor deja entrar al caos en el orden, deja entrar a la sorpresa, a lo inesperado.
Sin embargo no han sido los perros con sus dueños los que me han impulsado a compartir mis reflexiones, sino un señor que en mitad de mi paseo se ha acercado a mí sonriendo con un: “¿qué, qué tal va usted con los palicos?”.
Hemos dedicado unos minutos a comentar las virtudes de andar con palicos, sean ellos nórdicos o meridionales, y cada uno ha seguido su camino sintiéndose parte del grupo de caminantes con palicos.