Coincidiendo con el Día Mundial del Hábitat, el primer lunes de octubre se conmemora cada año el Día Mundial de la Arquitectura. Este año, la Unión Internacional de Arquitectos (UIA) y el Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España (CSCAE) ponen el foco sobre el Diseño para la Salud.

La elección del tema no es baladí. Estamos inmersos en un contexto convulso de grandes cambios, y aún mayores serán los que están por venir. Creo necesaria una llamada de atención dentro de la cotidianeidad de nuestra vida. Vivimos en una sociedad en la que hemos normalizado el tenerlo todo, y cuando lo perdemos es cuando nos preocupamos y valoramos lo que ya teníamos.

Arquitectura es la ciudad, o la mayor parte de ella, gestada mediante la planificación urbanística con su tedioso, largo y complejo proceso; y la urbanización de la misma, y los parques, y los edificios residenciales y dotacionales que la componen. La arquitectura la conciben y desarrollan los arquitectos. Una sentencia que sonroja plasmar, pero por obvia, se nos olvida, ayudados por el uso permanente que todos hacemos de ella. Ciertamente esto ya no es así, hoy en día requiere un trabajo multidisciplinar en el que intervienen numerosos agentes, pero ahí es donde la visión holística derivada de nuestra formación humanística y politécnica se hace aún más necesaria que nunca.

Recorremos las calles de nuestras ciudades, nos alojamos en casas, disfrutamos de eventos culturales de todo tipo, nos reunimos con los amigos en sociedades y bares, realizamos nuestras gestiones en edificios de organismos oficiales, nos formamos en los centros de enseñanza, trabajamos en oficinas, celebramos actos religiosos o laicos, practicamos deporte en diversos escenarios, incluso bailamos alguna noche o acudimos a los toros en Sanfermines…todo se desarrolla en un escenario que parece haber estado ahí siempre, que ha surgido por generación espontánea. No se gestó de este modo, en algún momento hubo un papel en blanco donde un arquitecto, hombre o mujer, dejó muchas horas de esfuerzo con absoluta generosidad, la que con orgullo puedo decir que ofrecen mis colegas teniendo como premisa fundamental que podamos desarrollar nuestras vidas de la mejor manera posible en este entorno simbiótico que por consenso hemos decidido adoptar. Porque el ejercicio de concebir un edificio no es una cuestión de buen gusto que pudiera parecer connatural, ni de darle a la tecla del ordenador como en alguna ocasión lamentablemente he escuchado, sino una ardua labor que exige en primer lugar conocer (de ahí nuestra extensa formación humanística), someterse a multitud de variables que deben casar, entender y aplicar la numerosa normativa existente, definir con qué y cómo construir, realizar complejos cálculos estructurales de los que dependerán nuestras vidas, evitar que nos llueva dentro de casa, favorecer la relación de los usuarios, buscar la privacidad cuando corresponda, valorar cómo exprimir los recursos para conseguir la mayor eficiencia energética posible y contribuir a que el planeta sea más sostenible, aplicando la extensa e intensa formación técnica adquirida. Pero todo ello tiene un fin, un fin prioritario, y fundamental, único incluso. Y tenemos claro cuál es, clarísimo.

Existen profesiones más vocacionales que otras, lo que no indica que sean ni mejores ni peores, pero esta es una que, al igual que ocurre en la docencia y el ámbito sanitario, tiene como objetivo casi único a la persona y su bienestar, muy por encima de otras consideraciones estrictamente mercantiles de las que no formamos parte, por desconocimiento, desinterés o torpeza generalizada, por esa vocación que nos hace mirar hacia delante, por y para el usuario final, por y para su disfrute.

Soy consciente de que la herencia del estereotipo deformado, ingenuamente soportado, pueda dificultar la credibilidad de lo que aquí expongo, pero les garantizo que esta es la realidad de este apasionante quehacer. Porque estamos convencidos de que la ciudad y los edificios que la componen afectan a nuestra salud. Y hoy en día, más si cabe, debemos tenerlo presente cuando cogemos el lápiz y el papel, y debemos buscar la excelencia en cada una de las líneas trazadas para que podamos disfrutar de un entorno edificado saludable, sostenible y estimulante que nos permita vivir mejor, física y mentalmente.

Miren a su alrededor, eleven la mirada en su transitar, analicen dónde y por qué se sienten más a gusto, más confortables, mejor cuidados, más contentos… Exijámoslo, exíjanlo, no vaya a ser que por creer tenerlo seguro lo descuidemos y lo valoremos demasiado tarde, cuando ya no esté.

El autor es presidente de la Delegación Navarra del COAVN (Colegio Oficial de Arquitectos Vasco Navarro)