“Si es que todo es mentira…”. Es la primera frase del autodiálogo que Coque Malla dice en el premiado corto El columpio, y tras algún que otro juicio de valor continúa “Con lo fácil que sería…”. Pero ¡ay! ¡Qué difícil es encontrar soluciones para problemas complejos! Y además, es mucho más difícil mantener esos comportamientos durante un prolongado tiempo, como hemos podido comprobar durante esta pandemia: mantener un aislamiento durante unos días podía ser una solidaria y gratificante experiencia; unas semanas ya se nos hacía pesado, pero unos meses insufrible, a pesar de que el riesgo individual o de las personas queridas fuese elevadamente grave.

El alcohol es la droga que más personas consumen en nuestra sociedad, el doble que la siguiente, el tabaco. En Navarra, más de veinte mil personas están diagnosticadas en los centros de salud con consumo abusivo de alcohol, la gran mayoría sin un tratamiento específico. La adicción es un trastorno mental adquirido, no voluntario, que una vez instaurado es crónico, caracterizado por un deseo persistente del consumo a pesar de las graves consecuencias que genera. Cada día muchos pacientes se enfrentan con valentía a esta enfermedad, no durante un breve periodo de tiempo, sino durante toda la vida. Javier, María, Ramón, Uxue, Ainhoa, Mikel, Patricia, Unai, Cristina y tantas y tantas personas lo afrontan todos los días, aunque la sociedad no los vea, ni se lo facilite, sino que machaconamente y en cualquier lugar y a cualquier hora se lo asocie con la fiesta, el deporte, el éxito, incluso con una alimentación saludable.

El alcohol es el responsable de la muerte en el mundo de más 3.000.000 personas al año, con una pérdida de esperanza de vida dramática en las personas adictas. Está relacionado con más de 200 enfermedades, con graves problemas sociales y un ingente sufrimiento en quienes la padecen y las personas allegadas. Sólo en Europa supone un coste económico cada año equivalente a la suma de las ayudas directas y reembolsables que nuestro país espera recibir entre 2021 y 2026. Como advierte el Informe mundial sobre nutrición, actividad física y cáncer, el alcohol es una causa de cánceres de boca, faringe, laringe, esófago, hígado, colon y mama. Por ello la Comisión Europea propuso modificar el Reglamento de Información Alimentaria al Consumidor, para que se incluyeran advertencias sanitarias en el etiquetado de las bebidas alcohólicas. Rápidamente los grupos de presión han actuado con toda la artillería convenciendo a representantes políticos en el Parlamento Europeo para que rechazaran la propuesta, primando, una vez más, los intereses económicos sobre el autocuidado de la salud de la población. Todo se justifica aduciendo que es un producto natural (¡como el tabaco y otras drogas también!), que un uso moderado y responsable es beneficioso, cuando el propio Ministerio de Sanidad insiste en que no existe un nivel de consumo seguro de alcohol. El concepto consumo responsable no existe, ni reconocido por la OMS ni es recogido en ningún glosario o léxico reconocido por las instituciones sanitarias. Pero los lobbies sí consiguen banalizar el riesgo, incrementar el consumo y justificar sus beneficios atribuyendo únicamente a los consumidores la responsabilidad de la capacidad adictiva de su producto. Se considera de bajo riesgo (no de ningún riesgo) el consumo al día de una caña o (no y) una copa de vino en mujeres, o dos en el caso de los varones, cuando la realidad es que de media en Europa en mayores de 15 años se consume casi el triple, y uno de cada 8 más de seis veces esa cantidad, ¿cómo es posible que se siga publicitando insistentemente el consumo? Los beneficios se los reparten unos pocos mientras los gastos nos afectan a todos.

Como estamos viendo desde el inicio de la pandemia del covid, necesitamos de la colaboración de todos para cuidar la salud de todas las personas: necesitamos de una información veraz, de una legislación que promocione y priorice la salud, de un sistema sanitario y social eficiente y justo. Muchísimas empresas invierten sus beneficios en investigación y mejoras sociales, como hizo la discográfica EMI invirtiendo parte de sus beneficios con la venta de discos de The Beatles en el desarrollo del TAC, o la distribuidora Golem, que nos facilitó amablemente, hace muchos años, el vídeo señalado al inicio y que tantas veces hemos utilizado en los tratamientos.

En el caso del alcohol es sobradamente conocido que las consecuencias en parámetros de enfermedad, costes sociales y muerte, superan sobradamente a la recaudación obtenida por impuestos. Si realmente priorizamos la salud, deberíamos priorizar la prevención y garantizar la atención y tratamiento a las personas que padecen esta adicción. Además, cuando no tratamos cuanto antes la adicción, los costes sanitarios por patologías asociadas se multiplican por ocho en comparación con personas en su mismo rango de edad. ¿No se aplica aquí aquello de que quien contamina paga? ¿Y el mejor prevenir que curar? ¿O priorizar la atención a los más vulnerables?

El autor es psicólogo clínico, director del Hospital de Día de Trastornos Adictivos ‘Zuria’