El pasado 5 de diciembre, el Departamento de Energía de los Estados Unidos anunció que el Lawrence Livermore National Laboratory (LLNL), situado en California, había logrado que una reacción de fusión nuclear produjera más energía que la empleada para activar este proceso. Algunos sectores científicos y políticos, además de diversos medios de comunicación, se apresuraron a considerar que se trataba de un paso decisivo para lograr una producción energética “limpia” (sin emisiones de CO2 ni residuos), “barata” e “inagotable”. De alguna forma, aunque se trata de cosas diferentes como explicaré a continuación, me recuerda este tipo de calificativos a los que se dieron tras la Segunda Guerra Mundial a la llamada energía nuclear de fisión de los años cincuenta, cuando se vino a decir prácticamente lo mismo, que se trataba de una energía limpia, barata, abundante y segura, pero que, sin embargo, los accidentes que ha tenido esa energía nuclear, los más graves, los de Chernóbil y Fukushima, más las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki; los residuos radiactivos que han generado y para los cuales no hay una solución hoy por hoy satisfactoria, y un sinfín de cuestiones más, nos viene a demostrar que estos cantos de sirena son una auténtica falacia.

Además, en su día se presentó a la energía de fisión como la solución a los problemas energéticos de la humanidad, y, sin embargo, hoy en día tan sólo el 4,5% de la energía consumida en el mundo es de origen nuclear, y cada vez va a menos, afortunadamente.

La fusión nuclear es otra cosa diferente, menos peligrosa y amenazante al menos, que desde los años cincuenta se viene a decir que es el futuro en el campo de la energía, pero que todavía está poco menos que en mantillas. Mientras que la energía de fisión se basa en una reacción en la que el núcleo de un átomo pesado se divide en dos o más núcleos de átomos más ligeros, emitiendo en él grandes cantidades de energía, la fusión es diferente. Busca producir energía fusionando dos núcleos de átomos ligeros (normalmente, hidrógeno y sus isótopos deuterio y tritio) para formar otro núcleo más pesado y liberando partículas muy energéticas en el proceso.

Si bien el nombre de nuclear lleva ambas energías, la fusión y la fisión son muy diferentes como he señalado, y para producir energía deben contar con tecnologías, materiales y combustibles totalmente diferentes. Para que se produzca una reacción de fusión, es necesario que el combustible utilizado reciba mucha energía inicialmente para que los átomos se acerquen tanto entre sí que se empiecen a fusionar.

En el laboratorio de Estados Unidos se ha logrado generar una reacción de fusión que produce más energía de la que se necesita para ponerse en marcha, pero son muchas las voces dentro de la ciencia que llaman a tomarse el anuncio con prudencia y cautela, ya que consideran que la humanidad sigue estando muy lejos de poder aprovechar las reacciones que se producen en el interior de las estrellas para generar energía limpia, barata y estable. Y más lejos todavía de que la energía de fusión sea un actor relevante en la producción eléctrica global. Y tampoco será la solución mágica que nos salve del cambio climático, como ha señalado Jerónimo García, investigador español del CEA, la Comisión Francesa de Energías Alternativas y Energía Atómica, en una entrevista en la revista Climática, especializada en informar y formar sobre el calentamiento global, sus causas y sus consecuencias.

Por otra parte, la energía de fusión nuclear también plantea incertidumbres relacionadas en torno a la seguridad y los residuos, aunque menos problemáticas que la fisión nuclear. Así, en cuanto a la seguridad, fusión nuclear no se basa en una reacción en cadena como la de fisión, y si se produce un incidente en el reactor, éste se detiene automáticamente.

En relación a los residuos radiactivos, el mayor problema asociado a las plantas de fisión nuclear, es decir, a las centrales nucleares que funcionan en la actualidad, los reactores de fusión producen, sobre todo, helio, un gas inerte. Sí que generan residuos radiactivos, pero su vida es muchísimo más corta que la de los residuos radiactivos que se producen en las plantas de fisión, que se mantienen activos durante cientos de miles de años, sin que haya actualmente opciones capaces de demostrar que permanecerán aislados, y durante los cuales hay que almacenarlos y gestionarlos adecuadamente, ya que son muy peligrosos para la salud y el medio ambiente.

El anuncio, tal y como se ha presentado a bombo y platillo de que la energía nuclear de fusión es “limpia, barata y e inagotable”, choca con muchas cuestiones, entre ellas con los límites materiales que existen en el planeta Tierra, tal y como se reveló en el informe Los límites del crecimiento, encargado al Instituto de Tecnología de Massachusetts (IMT) por el Club de Roma y que fue publicado en 1972.

Un tema muy importante, y al que hay que salir al paso, como lo han hecho expertos y especialistas en la materia, es que la fusión nuclear no es una salida a la crisis climática en que vivimos. Según el Grupo III del VI Informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), las emisiones de CO2 deberían reducirse a la mitad en algo menos de diez años si queremos cumplir con el Acuerdo de París, que plantea que no se supere los 2º para finales del siglo XXI, preferiblemente 1,5º, porque de lo contrario se desencadenarían cambios en el clima de consecuencias muy graves que pondrían en jaque la estabilidad de las sociedades humanas. Por tanto, se trata de una tarea muy urgente que no puede esperar al desarrollo de la fusión nuclear, que, en el mejor de los casos, será dentro de varias décadas.

El autor es experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente