Con ánimo de aportación positiva en la comprensión de lo que sucede en Israel-Palestina, que también nos afecta a nosotros porque compartimos la misma condición humana, y en este mundo globalizado nada de lo que en él ocurra nos es ajeno.

El contexto general es mundial: intereses económicos, petróleo, áreas de influencia política, ideológica, geoestratégica…; luego existen otros subcontextos sucesivos que complican la situación y los anhelos correctos y legítimos de una coexistencia pacífica en esa zona.

Al criminal ataque de Hamás, del pasado 7 de octubre, el Gobierno de Israel, con su acostumbrada brutalidad, ha respondido con la declaración de guerra a Hamás (no a la Autoridad Nacional Palestina, no a Palestina); con ello, está reconociendo a una organización terrorista como contendiente; está reconociendo que lo que sucede en Gaza no es un problema de orden público, sino político.

Un problema político al que la Comunidad Internacional, la ONU, propuso como solución, en 1948, la mutua e internacional aceptación de la coexistencia de dos estados: Israel, y Palestina.

Luego ha habido guerras de por medio, y la intransigencia y el integrismo y fanatismo ideológico han hecho el resto, y han impedido la puesta en práctica de esa solución política propuesta por la Comunidad Internacional hace más de 70 años.

Esto pone de manifiesto la incapacidad de los intentos de solución propuestos por los sucesivos y respectivos políticos, así como también refleja a los individuos que componen esa sociedad/es, y que eligen a los políticos que eligen, si es que los eligen en unas elecciones limpias, y supervisadas por la Comunidad Internacional, mutuamente aceptada.

Mientras la prioridad de Hamás sea matar judíos, y la prioridad del Gobierno de Israel sea matar palestinos, la solución, que pasa por superar esa espiral de violencia, es muy difícil.

Si las dos partes hacen lo mismo, o muy parecido, las dos partes son iguales, o muy parecidas; si las dos partes asesinan civiles, las dos partes son asesinas, son terroristas, y han de ser juzgados en la Corte Penal Internacional por delitos de guerra y de lesa humanidad.

Israel está adherido a la Convención de Ginebra, que regula el comportamiento de los contendientes en una guerra, y que obliga a respetar y proteger a la población civil. También la Autoridad Nacional Palestina se adhirió a dicha Convención de Ginebra. Hamás carece de capacidad legal para hacerlo, lo cual no le exime de su aceptación y cumplimiento.

Entre nosotros, decimos que la persona ha de ser el centro en torno al que giren las decisiones políticas, legislativas, económicas…, para que esa persona, así cuidada, en unión con otras personas, vaya construyendo una sociedad en la que sus miembros se desenvuelvan con libertad, sean emprendedores y hacedores de una sociedad equilibrada, solidaria, pacífica y sana.

Lo mismo vale para Israel-Palestina.

Por eso vendría bien que los políticos actuales, y los terroristas de ambas partes, vista su incapacidad para poner en el centro de sus decisiones a la persona humana, se hiciesen a un lado y dejasen paso a la sociedad civil para que vaya deshaciendo los nudos de agravios acumulados en estos más de 70 años, a través de una Comisión de la verdad, en la que sea posible la participación de todos sus habitantes a través de las distintas organizaciones civiles existentes, los cuerpos intermedios que decimos los carlistas, y con la exposición del inmenso dolor acumulado, prefieran por encima del derecho a la venganza, el derecho a vivir en paz; y con paciencia y determinación abracen la esperanza de una coexistencia pacífica, desandando el mal andado; luego vendrán las propuestas de colaboración hacia un deseable futuro común.

Para empezar, la Comunidad Internacional, por dignidad de defender lo propuesto por ella misma como solución adecuada, tiene que obligar a los contendientes a parar esta inhumana salvajada en la que están liados Israel y Hamás.

El autor es secretario general federal del Partido Carlista