He encontrado esta palabra por casualidad y me gusta. Tiene algo de “serenidad” y me produce calma. Se puede traducir como “disponibilidad” de ánimo, tal como aparece en el cuento de origen indio en el que el personaje protagonista, llamada Serendipity, es una musa de los mares que posee la cualidad de prestar una especial atención a cuanto de bueno se le aparece ante sus ojos. Y lo hace porque se abre a la posibilidad de mirar aquello que a otros se nos puede pasar por alto. Creo que hace falta serenidad parar mirar y encontrar, a veces por casualidad, la “cara oculta de la luna”. Esta disposición de ánimo, la calma, nos permite, además, acercarnos a la realidad con mayor seguridad aunque requiera un cierto esfuerzo. Porque disponibilidad supone aceptación. Aceptación de la insuficiencia, de lo incompleto y carente, propio de la condición humana. Alguien se muestra disponible (como nuestros teléfonos móviles recogen) cuando se abre a los demás, para escuchar, entender, compartir y verbos similares. Carencia significa reconocer que nadie puede ofrecer todo a todos, sencillamente porque nadie lo tiene, creerse lo contrario es una verdadera falsedad que de nada sirve. Asumir la carencia, la falta de plenitud y la imperfección que nos constituye a todas y cada uno de las personas desde el mismo momento en que nacemos y que vamos descubriendo que no nos libraremos de un final que nos llegará más tarde o más temprano, implica abrirse a los demás y aceptar la interdependencia de unos y otros sin la que no sería posible la vida humana en ninguna de sus formas. El filósofo Jean Paul Sartre nos recuerda que la existencia misma del deseo, incluido el de imponer y dominar, confirma dicha carencia. Asumir la realidad y, a partir de ahí, intentar transformarla en lo que precise para lograr un avance, una mejoría de la situación presente, es un gran paso. Negarse a verla tal como es resulta infantil y algo patético. Sin embargo, de eso va mucho la actual narrativa social en la que no caben los análisis objetivos y realistas. Por el contrario, reina la confusión, las medias verdades y la difusión de ideas tramposas que omiten la parte no agradable y muestran la deseable, aunque sea imposible. Me refiero particularmente a la trampa del pensamiento positivo que, contrariamente a lo que pregona, consigue aislarnos cada vez más en la isla del “yo” y, en consecuencia, separarnos del resto de seres humanos. A propósito y sólo como curiosidad: me llama mucho la atención el aumento de personas que han optado por tener mascotas. Algún significado tendrá.
Volviendo al título. Creo que es necesario para poder convivir tener una actitud de serendipity, disponibilidad, también en política. Sobre todo, en situaciones difíciles como la actual en la que las posiciones parecen irreconciliables, pero no lo son si nos serenamos y dejamos que la razón actúe. Y creo que es lo que la mayoría queremos y necesitamos. La capacidad para pensar precisa de tranquilidad y de una disposición emocional favorable a incorporar o, al menos, tener en cuenta, a los demás.
Se habla mucho de empatía, pero se practica muy poco. No es fácil. Sobre todo, cuando ni siquiera somos capaces de respetarnos. Para muestra, el odio feroz que exhiben quienes se sienten amenazados sin razón alguna, ejerciendo una violencia irrespirable que intenta destruir lo que se siente incapaz de tolerar: la pluralidad. En este sentido, he de decir que detesto conductas e ideas basadas en la creencia de la superioridad de un ser humano sobre otro y que conducen, en la mayoría de los casos, al dominio de quien se siente superior o en condiciones propicias para ejercerlo. Tampoco estoy de acuerdo en hacer prevalecer la fuerza de la mayoría si eso supone despreciar a las minorías en lugar de reconocer su derecho a existir, a ser escuchadas y tenidas en cuenta como una parte más de la sociedad abierta, democrática y plural de la que disfrutamos en el presente. En mi opinión, la mayor fuerza moral es la que se obtiene con acuerdos, cesiones y renuncias por las partes, que entienden que es la mejor forma de mantener una unión sólida y solidaria.
Mi sentimiento me lleva a ver en quienes me rodean personas iguales a mí en sus derechos y deberes, siendo distintos y con deseos y aspiraciones propias, que pueden o no coincidir con las mías. Por último, si el proyecto de ley de amnistía sale adelante, me sentiré reconfortada porque saber y poder acoger y comprender es un gran paso para construir y construirnos como seres racionales que viven en sociedad y precisan de ella para existir.
*La autora es psicóloga clínica