Aestas alturas, y con el posicionamiento de la Sociedad de Pediatría delante, nadie duda de que el ritmo de la jornada partida es más respetuoso con los bioritmos de niños y niñas que el de la continua. No sólo por el horario de la comida, que también, sino porque el ritmo es más relajado, con más pausas, más acorde a los picos atencionales, y no tan compactado como el de la continua, lo que permite asimilar los conceptos más fácilmente, algo especialmente importante en los niños que tienen más problemas en el aprendizaje, para los que la prisa de la continua es especialmente dañina. Tampoco nadie duda de que la jornada continua amplifica las desigualdades sociales, al depender el uso que los niños y niñas hacen del tiempo a partir de las 14:00 de lo que sus familias disponen, que puede variar en un rango muy amplio, desde extraescolares de calidad hasta un excesivo uso de pantallas y cero socialización. 

Me cuesta, por tanto, identificar qué niños, y cuántos, se pueden beneficiar de algún modo de la jornada continua. Hagamos cuentas. En nuestra escuela, que está en jornada continua, más de la mitad de los niños se quedan a comer en ella, porque esa supuesta libertad para ser recogidos a ellos no les aplica en la práctica. Ningún niño de ese más del 50% que se quedan a comer se beneficia en nada de la continua; a pesar de no comer con sus padres, tienen que compactar su jornada (perjuicio) y comer tarde (perjuicio) para luego, simplemente, esperar. Del otro (redondeemos a) 50%, todos los que se van a casa, como mucho la mitad (asumamos que el 25% del total) tendrán una familia con posibilidad de dedicarles de verdad tiempo de calidad de 14 a 16:30, y el otro 25% no lo tendrá, recurriendo sus padres a las pantallas, a los dibujos animados y a las prisas mientras hacen todo lo que tienen que hacer a la vez (perjuicio). Para este último 25%, por tanto, sería mucho mejor la partida, de ahí que los expertos digan que la escuela es el único sitio seguro para muchos. Del aproximadamente 25% que sí tiene la suerte de poder recibir tiempo de calidad a esas horas, estimamos que aproximadamente a la mitad, los que son rápidos en el proceso de aprendizaje (esto es, en torno al 12,5% del total) ese tiempo de calidad puede compensarles el perjuicio de la compactación horaria, porque esta compactación no les afecta tanto, mientras que al otro 12,5%, los que tienen más problemas de aprendizaje, ese tiempo de calidad no les compensa ese perjuicio, porque la compactación horaria les afecta muy negativamente.

Así pues, como máximo, estimamos que un 13% de los niños, los que son rápidos mentalmente y además sus familias pueden dedicarles toda la atención de 14 a 16:30, podrían beneficiarse algo de la continua. Y con esto, a mí me surgen las siguientes preguntas: ¿por ese posible beneficio de a lo sumo el 13% de los niños vamos a tener que perjudicar al 87% restante? ¿Cómo es posible que muchos de los padres y madres de ese 87% de niños no sepan que esa compresión horaria les perjudica?  Hace dos meses pedimos a Educación que hiciese llegar la monografía del Consejo Escolar de Navarra sobre la materia a todas las familias que tienen que votar, pero no lo han hecho. ¿Cómo puede ser que los partidarios de la jornada continua hablen de forma idílica de ese tiempo con sus hijos, cuando saben que sólo representan como mucho a un 13% de familias, y oculten cómo afecta la compactación horaria al 87% restante?

*La autora es madre de dos niños de la escuela pública. En nombre de las familias de la plataforma a favor de la jornada partida de Navarra