Retomando el inicio del artículo Derribar y sus sinónimos sobre el monumento del denominado los Caídos de Pamplona, en tal artículo se cita que el autor del asesinato de Nagore Laffage pide borrar toda huella y con ello conseguir el olvido total. Hasta aquí total coincidencia con el planteamiento inicial, pero la conclusión de los autores viene a derivar en dirección opuesta, pues concluyen en demoler los antecedentes, en derruir y, como consecuencia, el olvido total. Pues no, con el demoler se liquida y en un breve espacio de tiempo se acaba con lo poco que aún se mantiene aunque sea en el recuerdo. Lo que tiene nombre existe, lo que pierde incluso hasta el nombre, tan sólo queda la nada.

Una cosa es estar de acuerdo con la forma por la que se llegó a construir este monumento, como así es en la gran mayoría de los monumentos, y otra la vigencia y el resultado de su permanencia. Y para ello un rosario de ejemplos: Así las pirámides de Egipto, que son erigidas para perpetuar la memoria de los faraones con la deriva de miles de siervos, esclavos muertos bajos sus piedras. Así la mayor parte de obeliscos, estatuas, mausoleos prehistóricos o históricos romanos de conquista cruel o de invasión bárbara, y ello tanto en Occidente como por ejemplo el Taj Mahal de Oriente, etcétera.

Centrándonos en Navarra-Nafarroa, de forma infame es considerada la imagen del cardenal Cisneros con su decisión de derruir más de medio centenar de castillos navarros. ¿Cuántos ciudadanos de esta comunidad (en su tiempo reino) conocen siquiera la ubicación de los mismos durante los siglos del reino navarro? Ni aún los paisanos del lugar, allá donde se asentaba el castillo, tienen noción del mismo, a no ser tan sólo por un sencillo y olvidado topónimo del relegado tiempo pasado.

Los castillos que se erigieron en época medieval de Navarra, la mayoría fueron erigidos, mantenidos y sostenidos en la injusticia a favor de unos pocos privilegiados. Fueron los collazos –casi siervos–, pecheros, súbditos, etcétera los que sufrieron las consecuencias de tales construcciones y su mantenimiento. Desear la permanencia y sostenimiento de tales castillos no conlleva por ello el deseo de ser collazo ni pechero.

La historia es esa, podría haber sido otra, pero conocer, visualizar lo que permanece, lo que resta, es también conocer lo que no se debe hacer. Honesto y justo es mantener la vigencia de los avatares históricos para el común de las gentes, y más aún para los más duros de mollera. Ejemplos mil para reflexionar y repensar lo que no se debía hacer, pero se hizo, y por supuesto una corrección de cara al futuro.

Remontándonos a un presente más reciente en Navarra es preciso subrayar el litigio a lo largo de legislaturas en el Ayuntamiento de Pamplona por el hecho tan sólo de querer mantener o no el nombre de las calles de Mártires de Cirauqui-Zirauki o Mártires de Estella en el casco viejo de Pamplona; ello en recuerdo a los ciudadanos, no contendientes, liquidados por una chusma enfurecida y alentada por la saña de odiosas rencillas; en este caso en la tercera guerra carlista.

Aquello ya pasó y con un borrón el olvido se cierne incluso ante la tan sólo pretendida presencia de una mínima placa en recuerdo de los mismos.

Y ya más reciente, unas diminutas placas en las aceras y rincones tanto en los pueblos como en la capital de Pamplona recuerdan a ciudadanos (tampoco contendientes) los vilmente asesinados y desaparecidos, olvidados no sólo durante la incívica y golpista guerra, sino del largo periplo de la larga y eterna dictadura. Hoy, al margen del recuerdo familiar, es pobre el recuerdo civil para el común de estos ciudadanos cuyo mayor mal era el creer y luchar por la democracia.

Que el edificio actual de los Caídos deje ya de una vez por todas de ser privilegio de los que se encontraron en el bando golpista y los que tan sólo fueron considerados como mártires por la larga dictadura. Lo que hay que derribar es el soporte y el odio del levantamiento, la guerra y sus eternas secuelas. El edificio, en cambio, reconstruir para dar cobijo y recuperar el honor y la memoria democrática a los que se la quitaron y que apenas la tienen. Restaurar y reconstruir se encuentran en las antípodas del espíritu talibán que deja desierta la historia, desiertos los lugares y desierta la memoria del pasado, del presente y del porvenir.

Y que la reconstrucción sea hecha de forma artística (aunque en cuestión de arte tampoco habrá consenso), y para ello dejar este campo a los creadores de arte; obra artística que da más consistencia y vigor a todo empeño humanista. Su destino: lo que mejor suena: que primen las actividades culturales y/o cívico sociales donde encajen todos. Derribar, derruir dirige el camino hacia la nada y la nada a nada conduce, el nihilismo nada aporta (siguiendo a Albert Camus; una obra hecha con arte tratará de equilibrar la injusticia en belleza). Y si el consenso que se postule es reconstruir, la conclusión es que se haga pronto, que los caídos no sigan sepultados en el olvido.