Espero que estas líneas se nutran de la razón y no de lo que sale de las tripas, las que aún tengo revueltas, por la tragedia que pudo haber sido y que por escasos centímetros no fue.

El hecho de haber sido permisivos con el uso de la bicicleta, en las últimas décadas, por parte de los poderes municipales –dejando circular las bicicletas por todos los espacios que conformar la red de espacios peatonales– ha sido determinante para impulsar su utilización. A estas alturas, casi nadie discute el interés que aporta la bicicleta en la consecución del objetivo de alcanzar una ciudad menos contaminada, menos ruidosa y más respetuosa con el espacio público y el medio ambiente. La bicicleta es un vehículo que aporta múltiples beneficios a quien la utiliza, y también a la ciudad, a todos. Por eso, con esa finalidad –la de potenciar un medio de disfrute y de locomoción– creo que no estuvo mal planteada la estrategia de facilitar su uso por los espacios peatonales, por las aceras, por los paseos, por las calles peatonales y por las plazas.

Una regulación clara, rotunda y urgente

Una vez que el uso de la bicicleta empieza a consolidarse como un medio de transporte interesante, la pregunta que cabe hacerse ahora es sobre si, dada la intensidad de uso que se está dando en muchos sitios de Pamplona, y la deficiente cultura ciclista que se percibe, y el consiguiente mal uso que se observa en muchos de los ciclistas que circulan por aceras, por paseos peatonales y por el centro de las plazas y bulevares –tanto jóvenes como mayores, hombres como mujeres, paseantes como quienes se dirigen al trabajo, a un recado o a estudiar– debería pensarse en una regulación clara, rotunda y urgente que persiguiera por igual la potenciación de la bicicleta y la máxima seguridad del peatón en su ámbito espacial.

Si no se entiende bien lo que pretendo decir, ruego a sus señorías –al alcalde de Pamplona y a los concejales de la capital, en este caso– que caminen por el paseo de la Medialuna, por Carlos III, por el paseo de Roncesvalles, por el centro de la plaza del Castillo o por cualquier calle concurrida del Casco Antiguo (Chapitela, Estafeta, Mayor, por ejemplo) a eso de las seis o siete de la tarde, y dejen suelto unos minutos a un niño o a una niña de dos o tres años, o a un señor nonagenario que esté ágil como el viento, pero que no tenga todas las neuronas ordenadas. Como es probable que no tengan a mano un niño o una niña de dos años, ni un señor anciano con la mente algo tocada, pido a sus señorías –al alcalde de Pamplona y a los concejales de la capital– que, a eso de las seis o las siete de la tarde, caminen con brío por dichos espacios, y que de vez en cuando cambien su rumbo bruscamente, como lo haría quien se ha olvidado el paraguas en casa, quien decide asomarse a ver la Magdalena desde la Medialuna o quien quiere acercarse a algún escaparate. A nada que se ejerciten, sus señorías podrán comprobar con qué facilidad puede tenerse un susto, un accidente menor o incluso un accidente grave con alguna bicicleta.

No, no hablo de inversiones millonarias, sino de actuar con tiento, pero con urgencia y con determinación. Por supuesto, en los días de labor, antes de las diez de la mañana, apenas hay riesgo alguno en los lugares señalados. Entre las dos y las cuatro de la tarde, tampoco hay demasiado riesgo de conflicto entre peatones y ciclistas. Sin embargo, en esas dos franjas horarias es cuando más movimientos ciclistas se producen (trabajadores y estudiantes). Por eso, sería razonable que en esas franjas horarias no se prohibiera el uso de la bicicleta, pero sí en las demás. Si se desea evitar los continuos sobresaltos y los accidentes, debe prohibirse taxativamente la circulación de las bicicletas por los paseos peatonales, por las calles peatonales concurridas y por las partes centrales de todas las plazas de la ciudad –y también debería hacerse cumplir, claro–. Una acera, un paseo, una calle peatonal concurrida o una plaza activa no es un espacio apto para que el ciclista y el peatón convivan.

Alternativas

Y cuando se trata de espacios de paso para los ciclistas (como lo es, por ejemplo, el paseo de la Medialuna) urge encontrar una alternativa para los mismos. Sí, urge. En este caso, desde el final de la avenida de Roncesvalles hasta el Seminario, es bastante fácil plantear una solución segura y barata para los ciclistas, siempre que se entienda que es aceptable eliminar algunas plazas de aparcamiento en la calle Arrieta y repintar el suelo de la calles Medialuna, colegios sanitarios y el tramo de la Medialuna más próximo al Seminario, dando continuidad al nuevo recorrido con el de la cuesta de Beloso en construcción. La segregación ciclista de lo peatonal se hace imprescindible, y cuanto más drástica sea, y urgente, mejor.

¡Ah¡, y que sepan también sus señorías que esas señales que indican una velocidad máxima de 10 kilómetros por hora no las cumple casi nadie, porque la mayor parte de los ciclistas ni siquiera saben a qué velocidad circulan (pregúntenles y lo comprobarán). Con una simple proporción, puede concluirse que, quien circula por la Medialuna a 20 kilómetros/hora (muchos lo hacen) infringe de forma similar a quien lo hace en una autopista circulando a 240 kilómetros/hora. No estaría mal que la Policía Municipal (a quien en el control ciclista de la Medialuna ni se le ha visto nunca ni se le espera) concienciara a los ciclistas en tal sentido; muchos acabarían por saber, al menos, cómo se calcula el resultado de una simple regla de tres.

El autor es arquitecto