Empiezo por el significado: el término estúpido deriva del latín stupidus, del verbo stupere, es decir, asombrar. Su origen, por tanto, no es sólo un significado negativo, sino que se vuelve negativo cuando el estúpido se sorprende ante cada acontecimiento. Si las reacciones que se producen son constantemente de asombro o estupor, acompañadas de expresiones atónitas, es claro que está surgiendo algún problema grave. La incapacidad de reaccionar o elaborar emocionalmente revela niveles de estupidez más o menos preocupantes.

Si penamos que la estupidez es un tema trivial, estamos muy equivocados. Platón fue uno de los primeros pensadores en hablar de ella, dejando a su discípulo Aristóteles la afirmación de que “el asombro y la curiosidad son el motor del pensamiento”. Pero no faltan ejemplos contemporáneos. Por ejemplo, un distinguido economista, Carlo M. Cipolla (que también ha enseñado en Inglaterra y en Estados Unidos), escribió dos libros titulados Allegro ma non troppo y Las leyes fundamentales de la estupidez humana, y solía afirmar que casi siempre se subestima la estupidez humana. Además añadía que sólo el 10% de los hombres –y de las mujeres– son inmunes a ella; del 90% restante, sólo una pequeña parte admite su estupidez, todos los demás creen formar parte del 10%.

Afortunadamente, la estupidez humana, o si se prefiere, las ocasiones en las que nos sorprendemos, pertenecen a varios niveles y no todas nos afectan negativamente, pero algunos comportamientos pueden ser irreversibles. Salir de casa con mocasines en un día de lluvia torrencial es una estupidez que sólo tiene consecuencias para uno mismo; ponerse una corbata para ir a animar a la esquina en el estadio, es una estupidez sin sentido y sin consecuencias. Podríamos llamarlas estupideces menores, no perjudiciales. En cambio, ser grosero, malhumorado, ofender, es una estupidez que suele pertenecer a la relación entre dos personas, y ya es un nivel superior de estupidez; mientras que destruir los recursos de nuestra casa común que llamamos planeta y contaminar es un comportamiento terriblemente estúpido, en tanto que gravemente irreversible, pero que al mismo tiempo, al adquirir dimensiones colectivas demasiado vastas para ser controladas por una sola mente, no lo percibimos como una estupidez atribuible a nuestra única responsabilidad. Un último nivel de dramática estupidez personal, se refiere a quien no sabe construir y vivir su propia felicidad en la relación con su pareja, y es incapaz o no quiere hacer balance para determinar el valor de su vida en pareja, y prefiere estúpidamente conformarse con una relación que ahora es insatisfactoria.

Sería un error imperdonable subestimar la propensión de una persona a la estupidez, del mismo modo que sería insensato pasar por alto la percepción personal de una persona –incluida la nuestra– sobre el nivel de estupidez y estulticia al que estamos sujetos. Si una persona cree que no es estúpida porque cree que nunca ha cometido una estupidez en su vida, ¡eso es! Esa misma afirmación es la primera, o quizás la última, de una larga serie de estupideces dichas o cometidas, y ten por seguro que él o ella formará parte del 90%, afirmando por el contrario formar parte del 10%. ¿Y entre un hombre y una mujer? ¿Cuáles son las estupideces más comunes? Se podrían elaborar largas listas de comportamientos y situaciones interminables, pero me limito deliberadamente a algunos ejemplos extremadamente estúpidos. El primero es, sin duda, creer que “posees” a tu pareja como si fuera un objeto sometido a tu voluntad. El segundo es olvidar que tienes una pareja y que ya no compartes intereses y pasiones con ella; no puedes pensar que sois dos entidades separadas, que sólo se “fusionan” en el acto sexual, volviendo a una existencia autónoma al final del acoplamiento. En la vida de pareja, el deseo es importante, pero la relación también debe basarse en la responsabilidad y el respeto mutuo. Para finalizar otra consideración puede ser ésta: no te preocupes demasiado por ocultar tu estupidez, o mejor dicho, tu asombro, deja que aflore ese atisbo de locura que te hará menos monótono, y no olvides que la estupidez de los demás nos permite convivir mucho mejor con nuestra propia estupidez “inevitable y saludable”. No te preocupes por formar parte del 10%, o del 90%... ¡lo importante es no abusar de ello! En todo caso… es una realidad, la estupidez, que no hay subestimar ni en lo demás ni en uno mismo. Y con la que, seguramente, hay que aprender a vivir y a convivir.

El autor es misionero claretiano