El sol sale dócil en las tierras ibéricas y vienen de lejos a buscarlo en nuestras playas, las fiestas se prodigan y se habitan calles y plazas con gran algazara, pero algo siniestro se esconde entre tanto barullo, porque cada día se suicidan más de diez personas y es la primera causa de muerte –más allá de las enfermedades–, que duplica a las víctimas mortales de los accidentes de tráfico. Se ha convertido en un grave problema que destruye familias y a amistades cercanas del que se quitó la vida.

El plan de prevención previsto todavía no ha aparecido porque no se dio el presupuesto para ello, se gastó en otros ministerios y asuntejos. El Ministerio de Salud lo considera un grave problema, pero no es la salud solo, es también la visión del mundo, la mentalidad. Además de las depresiones endógenas, de los problemas químicos del cuerpo, está creciendo, en Europa, la falta de sentido en la vida. Lo que antes daba el cristianismo o los ideales que promovía el comunismo o el socialismo se han desvaído. España es el país que más ansiolíticos consume del mundo por habitante.

Nuestra juventud está especialmente afectada, más que por la melancolía, por la falta de sentido. Los ideales ya se desvanecieron. Parece que todo es pasarlo bien y ganar dinero, fama, pero solo un porcentaje ínfimo lo consigue y la inmensa mayoría fracasa. El horizonte parece traer tormentas nuevas en lo que afecta a la estructura económica y saben nuestros muchachos que vivirán peor que sus padres. Nuestros ancianos sufren el drama de la soledad que, unido al dolor, a la enfermedad, conduce a muchos arrojarse a la fosa, anticipadamente.

Duele vivir en tantos rostros..., cuesta lograr una vivienda, más todavía mantener los gastos, los trabajos dan poco, la familia se desarma... Se piensa solo en el presente y este se diluye entre dolorosos instantes.

El expresidente del Banco del Banco Central Europeo, el prestigioso economista y político Mario Dragui, ha presentado un informe que ha provocado grandes exclamaciones: Europa tiene que cambiar urgentemente, aumentar la competitividad y eliminar el exceso de regulación, normas, leyes, que asfixian la actividad. El futuro económico de nuestros países, adormecidos en los restos del estado de bienestar, puede empeorar. Si el centro de la vida está en la ganancia material, en pasarlo bien y ya está, no vamos a mejorar. Hace falta cambiar la mirada. Muchos pueblos bien querrían la mitad de lo que nosotros gozamos, sintiéndose felices, mientras que en España no se para de rabiar. Las religiones nos muestran que para entender lo que sucede acá hay que mirar hacia el más allá, al igual que para contemplar bien el bosque hay que salir del árbol. Sin contexto general, sin el “marco”, no se comprende a menudo el texto, el cuadro.

El autor es catedrático de Estética y Teoría de las Artes Humanidades. Universidad Carlos III de Madrid