Pacto de la ONU ¿para el futuro?
Los pasados 23 y 24 de septiembre la ONU ha celebrado su esperada “Cumbre del futuro. Nuestra agenda común” en un tono de autocrítica inusual en una organización acostumbrada a gustarse demasiado a sí misma. Una cumbre, tan necesaria como poco sorprendente, que pretendía acordar cambios estructurales y establecer nuevos consensos para superar el pasado del multilateralismo de bloques derivado de la Segunda Guerra Mundial y traer a la organización a los nuevos tiempos de la geopolítica variable.
Cumbre más que necesaria por la situación insostenible que viene arrastrando desde hace años y que le han sumido en una de las peores crisis reputacional, económica y organizativa que se recuerda desde su momento fundacional. Y una cumbre poco sorprendente por la persistencia de las dinámicas internas obsoletas y por una larga lista de compromisos y acciones difusas, recogidas en el Pacto para el Futuro, dependientes en exceso de la voluntad política de unos países miembros, que ya han demostrado poca voluntad de aceptar cambios y, todavía, menos capacidad para hacer cumplir los acuerdos mínimos, como la Carta de San Francisco a los miembros díscolos del club.
El Pacto para el Futuro es un importante acuerdo adoptado por Naciones Unidas con 56 acciones para transformarse internamente y asentar los pilares para un nuevo multilateralismo más adecuado a las nuevas realidades y necesidades de un mundo cambiante. Al margen de valoraciones sobre la idoneidad o posibilidad de implementar cada una de las acciones del Pacto y compartiendo la visión de Soledad Gallego Díaz en su columna de El País (30/09/24) cuando habla de “angustiosa impotencia” para referirse al Pacto, el documento plantea un escenario muy complejo, no solo a través de las acciones que propone, sino, sobre todo, a través de las afirmaciones y justificaciones para cada una de las acciones.
Según el Pacto para el Futuro, Naciones Unidas reconoce que el multilateralismo en el que vivimos no ha sido eficaz, tampoco ha sido justo o democrático o equitativo y menos aún representativo del mundo actual. Y además reconoce que la crisis del sistema no sólo es política sino que también es económica porque la organización con todas sus agencias, sus profesionales, sus grupos de trabajo y sus mecanismos de todo tipo no se sostiene desde hace mucho tiempo. Ahora, después de recortes de personas, de recorte de actividades y de recorte en las condiciones de trabajo de su personal llega el tiempo de buscar “nuevos sistemas de financiación” así como de “reformar la arquitectura financiera internacional” para que todos los países del mundo puedan garantizar el desarrollo de sus poblaciones.
Otra cuestión importante es la aceptación de la necesidad de reformar el Consejo de Seguridad, incluido el famoso derecho de veto, y de fortalecer la gobernanza interna de la ONU. Según el Pacto, el Consejo de Seguridad, tal y como fue creado y lo conocemos en la actualidad, no resulta representativo e inclusivo con la realidad de los Estados en el mundo y tampoco es transparente, eficiente, eficaz y democrático. El derecho de veto de las cinco potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial (Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Rusia y China) no es un principio muy democrático de organización e igualitario. Sin duda, el compromiso que asume el Pacto para reformar el Consejo de Seguridad y la estructura de la organización será uno de los grandes retos que pondrá a prueba los compromisos reales con el proceso de transformación de los países miembros.
Otra afirmación, poco novedosa, pero no por ello menos relevante, se centra en reconocer que el cumplimiento de los ODS lejos de lograrse en el plazo señalado, se encuentra en el mejor de los casos muy ralentizado En otros casos, tan relevantes como la igualdad o la pobreza, se ha retrocedido respecto a cómo estábamos 10 años atrás y prefieren no hacer previsiones sobre su posible cumplimiento. Según reconoce el Pacto la Pobreza y la desigualdad han aumentado en estos 10 años y el disfrute de los derechos humanos ha sufrido un retroceso muy preocupante. El Pacto vislumbra que habrá una agenda Post 2030 para continuar la labor que no se va a lograr en el plazo señalado.
El panorama de los derechos humanos no resulta mucho más alentador aunque se realizan importantes gestos como renovar el compromiso fundacional con el derecho internacional de los derechos humanos, o con las sentencias de la Corte Internacional de Justicia, o que se afirma claramente que, por fin, nunca se lograrán los ODS sin respeto y garantía de los derechos humanos. El Pacto afirma claramente la preocupación de la ONU ante el retroceso generalizado del disfrute de los derechos humanos en todo el mundo. También afirma que no existen presupuestos adecuados para los mecanismos de derechos humanos y que las agencias de la ONU pelean entre sí por las agendas y recursos duplicando demasiadas veces actividades y proyectos. El Pacto reclama una financiación adecuada, predecible y sostenible de los mecanismos y se compromete a aumentar la coordinación y la cooperación entre agencias y organismos internos y asume el compromiso de promover el disfrute de todos los derechos humanos a todas las personas del mundo.
Al margen de otras consideraciones el Pacto asume compromisos importantes con la promoción de la paz, la eliminación de armas nucleares y el fin de los conflictos, con un mundo sin terrorismo, con una mejora relevante de las operaciones de paz, con la protección de la infancia y la juventud, con la igualdad de género y con el papel de las mujeres como agentes de paz, con la reducción de la pobreza y del hambre, con aumentar la financiación para el desarrollo y para la Agenda 2030, con la protección y el medio ambiente, las nuevas tecnologías y los derechos digitales, la ciencia, la innovación y la cooperación digital, o la nueva arquitectura financiera internacional y la financiación para el desarrollo que ya hemos comentado.
El Pacto establece la hoja de ruta para el futuro inmediato de todos aquellos actores que quieran apostar por un mundo con un modelo multilateral más justo, igualitario y representativo. Navarra, como parte de un Estado que apuesta por el multilateralismo y el Pacto recién adoptado, debería revisar con responsabilidad crítica todas las medidas establecidas y definir sus compromisos en este proceso de revisión profunda del sistema internacional. El Gobierno de Navarra, premiando a la UNRWA por su contribución a la paz y a la convivencia el pasado 21 de septiembre, cuando muchos la han intentado criminalizar, entre otras acciones relevantes parece que quiere asumir su responsabilidad internacional. En cualquier caso será muy interesante ver que otros pasos da durante la legislatura para contribuir a los compromisos del Estado frente a la implementación del Pacto. Y será igualmente interesante ver qué pasos dan otros actores como los partidos políticos de la oposición, el empresariado navarro o la sociedad civil. Se inicia un nuevo tiempo en la comunidad internacional con un futuro incierto pero que necesita compromisos decididos para transformar una realidad internacional insoportable.