Los dos temas que más influencia han tenido estos días en la opinión pública y publicada son, por un lado, la gestión de la terrible DANA que ha asolado una gran cantidad de tierras y municipios y por otro la victoria electoral de Donald Trump en las recientes elecciones norteamericanas. Las opiniones de los expertos inciden en el hayqueísmo y en la irracionalidad del votante norteamericano. Una vez visto, todo el mundo es listo: no se debe construir en las zonas inundables, hay que dar avisos cuanto antes, en caso de alerta roja es mejor pasarse por exceso que por defecto, en las elecciones de Estados Unidos ha pesado sobremanera el hecho de que Kamala Harris no haya tenido tiempo de darse a conocer o las mentiras del candidato republicano han sido muy efectivas. Veamos algunos conceptos que proporciona la economía de la conducta para entender estos sucesos.

Nos vamos a Estados Unidos. Los analistas Marino Auffant (doctor por la Universidad de Harvard) y Alejandro Barón (consultor independiente) lo explican muy bien: “El partido demócrata lleva tiempo actuando como una cámara de resonancia de demandas posmateriales fabricadas en las grandes universidades del país y principalmente enfocadas hacia las élites urbanas y el establishment cultural”. Es necesario remarcar la expresión “demanda posmaterial”. Da la sensación de que los altos dirigentes de los partidos políticos están tan alejados de la realidad que en tanto tienen unos ingresos muy altos en comparación con los del votante medio sus preocupaciones son diferentes. En consecuencia, buscan medidas que satisfagan sus inquietudes personales e ideología. No es una situación tan diferente a la que tenemos por estos lares. Desde luego, es el escenario ideal para la aparición de un nuevo rango de políticos que para bien o mal están de moda: Bukele, Milei, Orban o Meloni. Es obvio: cuando la preocupación principal es encontrar trabajo, cobrar salarios mejores, los altos precios de los bienes básicos o la inseguridad ciudadana, temas como la igualdad, el cambio climático o el racismo pasan a un segundo plano. En resumidas cuentas, el sesgo de comportamiento es el siguiente: tendemos a pensar que nuestras preocupaciones y problemas son comunes a los demás, y eso no es cierto.

A todo ello se le debe añadir el impacto que tienen en las campañas electorales los golpes de efecto, esos que llevan a votar a un ciudadano cuyo propósito inicial era quedarse en casa. Donald Trump tuvo tres. En primer lugar, el famoso debate en el que Joe Biden realizó una reflexión inconexa. El comentario de Trump: “no he entendido lo que ha dicho, y creo que él tampoco”. En segundo lugar, algunos demócratas decían que los republicanos eran basura. La respuesta: ir a dar un mitin conduciendo un camión, precisamente, de basura. Por último, Kamala Harris comentó que había trabajado en McDonalds y no era verdad. Trump estuvo sirviendo hamburguesas en uno de esos locales durante quince minutos, el tiempo suficiente para tirarse el rollo de que él si había trabajado allí. Si a eso le añadimos eslóganes repetitivos y convincentes como “lo arreglaré todo” el cóctel está servido. Mientras, en Europa los expertos políticos comentan un día sí y otro también que los norteamericanos, como decía Mario Vargas Llosa, “no han votado bien”. Nos cuesta ponernos en el lugar de los demás para comprender las decisiones que toman: nuestras circunstancias internas y contextuales influyen sobremanera en la percepción que tenemos de los sucesos externos.

Nos vamos a la DANA. La prevención, información y reacciones posteriores de los gobiernos central y autonómico, cuya competencia abarcaba la gestión de semejante desastre, han sido desastrosas. Pero debemos comprender las razones de eso: en caso contrario, estamos condenados a repetir nuestros errores una y otra vez.

La mayor parte de presidentes y altos cargos de los gobiernos lo son por la carrera que han hecho dentro de sus partidos políticos o por tener los amigos adecuados. Eso está en flagrante contradicción con la capacidad personal requerida para tomar decisiones difíciles en momentos críticos. Es una de las claves de la decadencia europea: en otros países las decisiones complicadas las toman cargos que conocen las posibles consecuencias de sus actos. Aquí no. Se tiende a postergar lo que se debe realizar, ya que en demasiadas ocasiones el objetivo real de algunos políticos es tomar una decisión que les permita ponerse medallas si la cosa sale bien y echar la culpa a otros si no ha sido así. Eso, claro está, lleva su tiempo. Un tiempo que en circunstancias de emergencia es muy valioso.

En economía se llama retardo interno al tiempo que pasa entre un suceso y la decisión que se toma para afrontarlo, y retardo externo al tiempo que pasa hasta que se notan las medidas tomadas. Existen retardos que no son internos o externos. Son eternos.

Economía de la Conducta UNED de Tudela