El pasado 20 de enero me aposté ante la tele para escuchar el discurso de toma de posesión de la presidencia de EEUU de Donald Trump. Me encontré con la intervención de un mitin más que con un discurso de gobernante, y reconozco que no podía imaginarme que fuese tan agresivo y vengativo con todo el mundo.
Fue de amenaza en amenaza contra todo y todos, desde la salud hasta el medio ambiente pasando por la emigración. En definitiva, contra toda la humanidad aprovechando el gran poder que le da su país y su cargo. Y dicho y hecho, mediante resoluciones para sacar a los EEUU de la OMS, de los acuerdos medioambientales adoptados para paliar el cambio climático y anunciando masivas expulsiones de inmigrantes, a los que no duda en calificar como delincuentes y hasta criminales, olvidando que su país hunde sus actuales raíces en la inmigración que lo pobló desalojando de una gran parte del territorio a los originarios habitantes. Y todo con esa pose chulesca que le caracteriza haciendo ostentación de su firma pública con esos rotuladores negros que luego regala arrojándolos como los caramelos en las cabalgatas.
Dicen que no hay mal que cien años dure, pero no hay duda que los destrozos, aunque sea breve el tiempo en que se realizan, pueden causar estragos en quien los sufre. Y tiene toda la pinta de que va a tener, entre otros muchos e importantes efectos demoledores en la economía de la gente porque entre aranceles y otras resoluciones, la vida se va a encarecer mucho para todo y para todos. Excepto, claro está, para los multimillonarios que le rodean y los dueños anónimos de los fondos de todo tipo que especulan con toda clase de bienes y negocios por todo el mundo sin límites ni fronteras.
La última ocurrencia de transformar Gaza en paraíso de vacaciones, previo expulsar a sus ciudadanos contra su voluntad, refleja la inmoralidad del personaje y sus acólitos en una medida que es equiparable a la del nazismo y sus famosos campos de exterminio que trataron a las personas como elementos molestos para la consecución de sus objetivos.
Y aunque esto nos parece algo ajeno por ocurrir allende los mares, comprobar la colección de corifeos que por aquí aplauden y respaldan estas políticas es muy preocupante. Porque parece que, además, van ampliando su base social y electoral de manera incomprensible en una sociedad democrática, moderna y desarrollada.
Se habla de establecer “cordones sanitarios” para evitar el acceso al poder de estos movimientos y organizaciones, pero lo que es más importante es desenmascararlos porque entre lo que prometen y lo que producen si cumplen lo prometido hay un abismo en el que se hundirán la libertad, los derechos y el bienestar de la inmensa mayoría de la sociedad.
Pienso que hay que reaccionar de manera democrática pero efectiva. Hay que garantizar claramente los derechos y libertades pasando a la ley lo que constituyen pomposas declaraciones más o menos universales que se incumplen y no pasa nada. Hay que hacer efectiva la penalización de las vulneraciones de derechos y libertades, por encima de “razones de Estado” que dejan actuar y moverse libremente a los sátrapas que gobiernan muchos países dictatorialmente y se negocia con ellos por mor de interesantes intercambios comerciales. Europa debe ser ejemplo de tierra de asilo y solidaridad humanitaria por encima de la exclusiva consideración económica porque no hay mayor pobreza que la deshumanización de la sociedad. Y la historia nos enseña que ha costado mucho superar los efectos más nocivos del liberalismo económico que imperó a costa de la degradación de la mayoría de la sociedad en forma de pobreza y modos de esclavitud. Que no se olvide que los derechos laborales tienen cuatro días.
La sociedad debe ser consciente de que la autocracia ha sido el sistema de gobierno durante siglos, ya sea de reyes, emperadores o similares, eso sí, en general, por la gracia de Dios como el último caudillo que sufrimos durante decenios. Y que la democracia depende de lo demócratas que seamos los ciudadanos y es una cualidad que hay que trabajar permanentemente para disfrutarla pues no es de nacimiento.
Este panorama me impulsa cada vez más a defender la ideología nacionalista vasca superada de fronteras, monedas, ejércitos y soberanías y sustentada en la cultura e idiosincrasia que ha ejercido el pueblo vasco durante siglos con una personalidad y ejemplaridad universalmente reconocida. En un momento en el que a la derecha de aquí, tan beligerante contra todo lo vasco, le duele tanto la fiscalidad que envidia y ansía que seamos fiscalmente vascos.
Tengo la esperanza de que las nuevas generaciones adopten como propias experiencias y tradiciones vividas por nuestro pueblo, adaptándolas a los tiempos modernos. Que aprendan a usar y servirse de las nuevas tecnologías para formarse e informarse. Y que sepan integrar cultural y socialmente a cuantos vienen a vivir aquí porque es de justicia y humanidad, que son valores esenciales en y de la sociedad, que sigue siendo una asignatura pendiente que, hasta ahora y en general, no hemos aprobado. En contraposición a la denigración de los inmigrantes puesta de moda por los extremistas de derechas que no dudan en ponerlos a su servicio.
Porque, además, los necesitamos para rejuvenecer Europa.