La trashumancia de los primeros pobladores de la Txantrea fue fructífera. A fin de cuentas, su cabezonería caló en nuestra forma de ser. Y no solo heredamos sus genes, nos transmitieron su genio y cuando esta capacidad mental lleva consigo el ingenio.
Aquellos txantreanos no tardaron en levantar sus propias viviendas y despertar las conciencias. Fueron conscientes de su existencia y del entorno que los rodeaba. En auzolan y a brazo partido se las apañaron para construir su propia identidad, ya sea a pico y pala o a grito pelado.
Barrio obrero y comprometido, y cuando el compromiso era una obligación contraída por voluntad propia. Incidir en una sociedad encorsetada y darle la vuelta al paño, requería ser dinámico y no estático.
Desde los años del régimen, nunca han temido expresar abiertamente lo que piensan o sienten a pesar de las consecuencias que trae aparejado el inconformismo o la obstinación.
En la década de los 60 y 70, la sociedad se hallaba fragmentada. Eran años convulsos, inciertos, y urgía desordenar el orden establecido. Y en aquellos años, los txantreanos no fueron unos adelantados a su época, se entregaron en cuerpo y alma para sacar pecho y provecho del tiempo que sustraían a escondidas, porque entonces el tiempo estaba cuestionado y enredar en la vida social, política y religiosa, era un acto de fe o de rebeldía para los contrincantes. La libertad no era una prebenda, era el resultado de ejercitarla. Y a falta de libertades, se volvieron licenciosos; a falta de medios, encontraron remedios; y a falta de entendimiento, se entrometieron. Se erigieron inconformistas, contestatarios, y no tardaron en hacer la puñeta al sistema. Con su punto de vista y de mira, no fallaron como una escopeta de feria: “Premio, puro y botellín”.
Sí, la Txantrea no es un barrio al uso, es de usos y costumbres, y de ellas hace uso y hábito. Como el trueque de las palabras que se acostumbraba al atardecer. Los vecinos se tomaban un respiro saliendo a las calles y, a lomos de sillas de mimbre, a verlas venir. Y si por un casual se echaba de menos el aceite o la sal para condimentar los alimentos, enseguida la vecina de enfrente atendía y tendía la mano.
A estas alturas de los hechos, lo que sí son los txantreanos muy francos, cuando la franqueza se alía con los acontecimientos y sin disimulo. Asimismo, de puro cascajo, tan consistentes como las piedras que sembraron en los terrenos del Chantre.
En la Txantrea el saber popular no ocupa espacio, se adapta, se desparrama, se abre en canal. Desde siempre, en cualquier festejo, los mayordomos y los dantzaris dan lustre; se gritan irrintzis; se cantan jotas; se bailan pasodobles, pero hay una canción de Barricada que nos sigue estremeciendo, la de Bahía de Pasaia.
Por tanto, llevar la contraria al título de la canción de Barricada: Barrio conflictivo, no es un despropósito, es adecuado. La Txantrea nunca se ha significado por ser un barrio problemático, sino todo lo contrario.
Barrio hospitalario, tolerante, solidario, eso sí, muy exigente en sus reivindicaciones y muy beligerante frente a las barricadas que refrenaban el paso a la otra orilla. El hombre no está hecho de barro, se va moldeando a golpe de agitación, lo hacen.
Y ahora, después de 75 años, a nosotros los descendientes de los primeros txantreanos, su recuerdo nos transporta a la nostalgia, a esa añoranza que conduce a la sonrisa y no tiene horario. Nadie es demasiado viejo para meter ruido con los recuerdos, y a esa época que nos remitimos, nosotros, de críos, jugábamos a tres navíos en el mar, y el mar, eran las calles.