Hoy en día es raro encontrar a alguien que no conozca o haya leído sobre uno de los temas más polémicos de la época que nos ha tocado vivir: el cambio climático. Si bien cada vez se observan mayores temperaturas en todo el planeta, así como distintas catástrofes naturales, todavía hay gente que discute la veracidad de este fenómeno y duda de su posible impacto (incluidas reconocidas figuras públicas), poniendo en solfa a la amplia comunidad científica que basa sus previsiones nada halagüeñas en la observación y los datos.

Ahora bien, este tipo de voces comienzan a ser más residuales. La sociedad (y sus instituciones) parecen cada vez más concienciadas con uno de los grandes retos de nuestro tiempo, si bien es cierto que todavía la velocidad de acción no va aparejada al tamaño de este desafío.

En este contexto, una de las principales palancas de acción para revertir la situación es la paulatina sustitución de nuestro modelo actual de combustibles, basados en alternativas fósiles. No en vano, es precisamente su uso una de las grandes fuentes de calentamiento. Es ahí donde la conocida como transición energética juega un papel fundamental. Un rol que busca, en regiones como Euskadi, no solo una sostenibilidad ambiental, sino que también social y económica, aprovechando el abanico de oportunidades que se presentan en la respuesta al reto climático.

Y es que la apuesta por las energías renovables no supone sólo una ocasión de cambio hacia modelos más verdes, sino que también una razón para la generación de nuevos puestos de trabajo y el posicionamiento de nuestro territorio como un referente en una de las industrias del futuro (con la consecuente oportunidad competitiva y económica que ello supone).

Cabe resaltar que, en este escenario, Euskadi se encuentra en una posición favorable para aprovechar los vientos de cola que trae consigo este nuevo modelo energético. Con su avanzada red de investigación y sus empresas punteras en innovación, nuestro territorio ha avanzado en el desarrollo de las tecnologías en las que se sustenta la transición verde, si bien es cierto que todavía queda camino por recorrer. Habrá que ver cómo continúa este recorrido en el corto y medio plazo, sobre todo ante la volatilidad política que vivimos en los últimos meses tras los cambios que en políticas gubernamentales y relaciones bilaterales se están dando (en muchos casos, por decisiones más allá de políticas energéticas).

En este futuro será critico de nuevo una de las claves en las que ha asentado Euskadi su modelo industrial: la colaboración público-privada. Sin la cooperación entre instituciones y empresas parece casi imposible vislumbrar un cambio real en el tejido industrial y social actual. Por un lado, las instituciones deben continuar apostando por la industria verde, promoviendo programas de incentivos que impulsen la adopción de energías limpias y la inversión en proyectos innovadores. Por su parte, la industria debe recoger ese guante integrando nuevas tecnologías que aseguren su competitividad sin comprometer la sostenibilidad.

Ahora bien, siendo clara la oportunidad que se presenta ante este cambio, no debemos caer tampoco en una falsa ingenuidad. No cabe duda de que este cambio de paradigma en nuestro modelo energético ni es fácil ni es cómodo. Exige una serie de sacrificios a todos los agentes involucrados: instituciones, empresas y a la propia sociedad y ciudadanía.

Lograr la transición energética y los beneficios esperados de ella no sólo depende de grandes inversiones empresariales o decisiones gubernamentales. Los consumidores tenemos una responsabilidad directa también, que está vinculada a la adopción de nuevos hábitos en su gran mayoría. Bien es cierto que esta adopción también depende de un desarrollo tecnológico óptimo y competitivo (el mejor ejemplo es el coche eléctrico en este sentido), pero hay muchas acciones en nuestro día a día en las que podemos ir adquiriendo nuevos compromisos y hábitos: mejorar la eficiencia energética en nuestros hogares, optar por el transporte público cuando sea posible, reducir el consumo de plásticos y productos de un solo uso… son sólo algunos ejemplos de prácticas que poco a poco debemos ir incluyendo en nuestro día a día para asegurar que todos contribuimos para alcanzar un cambio real.

La transición energética es una inversión en nuestro futuro colectivo. Aunque es innegable que algunos sectores se verán afectados a corto plazo, los beneficios a medio y largo plazo superarán con creces los inconvenientes iniciales. La creación de empleos verdes, la mejora en la calidad del aire, la reducción de la dependencia energética del exterior y la consolidación de un modelo económico más justo y sostenible son sólo algunos de los logros que se alcanzarán si mantenemos la apuesta con determinación por la descarbonización.

Nos encontramos en un punto de inflexión en el que nuestras decisiones definirán el futuro de las próximas generaciones. Debemos abrazar un modelo energético más limpio, justo y eficiente. La inversión en renovables, la apuesta por la eficiencia y la responsabilidad compartida entre ciudadanos, empresas e instituciones serán los pilares sobre los que se construirá la Euskadi del futuro. De la colaboración y compromiso de todos depende un mañana más próspero, con un tejido industrial fortalecido, un empleo más estable y un entorno más saludable.

La transición energética no es solo una necesidad, sino una gran oportunidad para construir una Euskadi más innovadora, competitiva y sostenible. De ahí que no se trate solo de adaptarnos al futuro, sino de liderarlo. La sostenibilidad no debe ser vista como un destino, sino como el camino hacia la Euskadi del mañana.

El autor es miembro de Arizmendiarrieta Kristau Fundazioa