Víctor Eusa, su nombre y su memoria
En mi remota infancia, un callejón infecto ubicado entre la estación de ferrocarril y la actual avenida deSan Jorge llevaba el nombre de calle del Doctor Fleming. Por lo que veo en el callejero todavía existe con el mismo nombre y espero que más aseado porque entonces carecía de pavimento, embarrado y cubierto de deshechos entre las fachadas carcomidas de dos bloques de viviendas decrépitas e insalubres. No recuerdo, aunque puedo equivocarme, que el colegio de médicos o de farmacéuticos ni ningún vecino protestara por tan inicua dedicatoria urbana a un científico y benefactor de la humanidad de la talla de Alexander Fleming. Las instituciones políticas y la opinión pública actúan al vaivén de la historia y a menudo no distinguen a un benefactor de quien no lo fue tanto, para decirlo suavemente. Esto está ocurriendo estos días con la calle dedicada a Víctor Eusa.
En este asunto hay un dato histórico que llama la atención. La dichosa calle está en una zona en lo que antes se llamaba el extrarradio de la ciudad, más allá del río Arga, y Eusa comparte homenaje urbano con otros arquitectos pamploneses, una práctica onomástica habitual mediante la cual se riegan las nuevas calles con nombres elegidos por homogeneidad geográfica o profesional, ya sean ríos, monasterios, artistas plásticos o arquitectos, lo que en el caso de Eusa quiere decir que, en cuarenta años, ningún ayuntamiento se sintió instado a dedicar una calle al eximio arquitecto; de haber sido así, hubiera sido apropiado que diera nombre a la avenida de Carlos III, pues está fuera de duda que Eusa fue el artífice principal del II Ensanche. En este hipotético caso es seguro que su nombre hubiera desaparecido del callejero en los años ochenta a más tardar, como desaparecieron los nombres de Franco, Mola, Ruiz de Alda y otros próceres del golpe de estado y de la dictadura sin que nadie los eche en falta (aunque nadie quizá sea un término exagerado en este tiempo de neofascismo rampante).
El cambio de nombre de la calle es un mandato legal pero, aún si no lo fuera, el significado de lo que Víctor Eusa fue e hizo está fijado en la historia y no admite revisión posible; otra cosa es que no quiera verse o que se utilice como arma de debate político. En la fervorina de la discusión pública de estos días, el exalcalde Enrique Maya ha argumentado que Eusa amó a su ciudad. En efecto, seguramente la amó tanto como las víctimas del órgano golpista del que formó parte y que no pudieron disfrutar de sus calles y plazas; la amó tanto como su colega Albert Speer amó Berlín, pero nadie en Berlín demandaría una calle a su memoria.
El Colegio de Arquitectos debe velar por la racionalidad, la funcionalidad y la belleza de los edificios de la ciudad, y en este sentido los edificios de Eusa están a salvo (incluido el carcelario colegio de los Maristas y el asfixiante armatoste que han levantado en su patio) sin más excepción que el edificio de los Caídos por razones obvias, un expediente en el que se agradecerían voces conciliadoras que dieran ocasión a un amplio consenso sobre su destino, pero ese es otro tema.