Después de todos los fastos bastante fatuos de los funerales del papa Francisco ya ha llegado el tiempo de hacer un balance de su legado ideológico, tantas veces mencionado y tan pocas veces respetado. Francisco había llegado al corazón y a los sentimientos de muchas personas creyentes y no creyentes que vieron en sus pronunciamientos matices diferentes y contradictorios a los que nos tienen acostumbrados los mandatarios más poderosos. Pero en su legado quedan también algunos déficits o fisuras que merece recordar.
Los papas hablan mediante sus discursos, sus comunicados y sus manifestaciones tanto a los medios de comunicación como a través de sus pronunciamientos personales en actos religiosos o públicos. Pero los pronunciamientos más emblemáticos suelen ser cuando se pronuncian excátedra, haciendo uso de la infalibilidad que proclamó allá en 1870 el Concilio Vaticano I y el papa Pío IX. Francisco no hizo nunca uso de un pronunciamiento de tales características.
Escribió cuatro encíclicas, que son las comunicaciones emblemáticas de los papas a la opinión mundial. Una de dichas encíclicas –Laudato si– tiene contenido medioambiental y se ha solido elucubrar con que la propia elección del nombre de Francisco, que yo creo que no fue explicada de manera convincente en su relación con la figura naturalística de San Francisco de Asís obedecía a esa inquietud. Las otras tres encíclicas sobre la fe, la solidaridad y el amor –lumen fidei, fratres omnes y dilexit nos– se deslizan a términos y expresiones de carácter espiritual e imaginativo.
Por todo ello la imagen de Francisco es más conocida por sus expresiones a medio camino entre lo coloquial y lo socialmente solidario. Al margen de lo estrictamente religioso y de la fe, la iglesia constituye un poder y una referencia cultural y social que se acredita y queda demostrada en la voracidad política con que se disputan fotografías, primeras filas y protagonismos personajes del barro político con las manos manchadas en genocidios, crímenes e insolidaridades. Por eso, cuando se evoca la figura de personalidades que se han hecho simpáticas o atrayentes como lo fue en una medida importante Francisco, se traiciona tantas veces su memoria, su legado y su mensaje.
Muchas y muchos de los que recuerdan las palabras de solidaridad de Francisco con los pobres, los migrantes y los menos favorecidos, no sacan sin embargo la conclusión de la falta de respeto por la igualdad y los derechos humanos. Cuando se trae a colación las repetidas invocaciones a la paz y al desarme realizadas por Francisco no se debiera tener la desvergüenza ni hacer compatible tal evocación con la desvergüenza criminal de seguir dependiendo los gastos cada vez mayores en armamento. Gastos que, además, no tienen justificación económica posible, dado que vivimos y sobrevivimos bajo el riesgo nuclear que se denomina eufemísticamente disuasión nuclear ya que una guerra atómica se convertiría en el suicidio humano. Todos los que mencionan paz y mayor gasto armamentístico mienten. El mayor gasto armamentístico es solamente un mísero y degradante tributo al imperialismo.
Decía Ortega y Gasset haciéndose eco del espíritu del 98 dimanante del desastre del imperio español aquello de “Me duele España”. Ahora nos duele Europa, que no es capaz de hacer frente al sionismo hitleriano. Cada uno de los miles y miles de niñas y niños palestinos masacrados, mutilados, hambrientos y desesperados clama contra el genocidio que no empieza con Hamás sino que viene desde la Nakba. Además, todo lo que está sucediendo en la llamada Cisjordania desmiente con rotundidad lo que propugna el sionismo hitleriano. Por lo tanto, las menciones pacifistas o antibélicas cuando tratan de ser compaginadas farisaicamente con los mensajes de Francisco constituyen una traición para dichos mensajes.
Pero hay otro aspecto en el que Francisco no fue valiente, y es uno de los muy pocos ámbitos en los que la iglesia podría hablar al mundo: la equiparación e igualdad de géneros. No resultan filosóficamente sostenibles invocaciones a la igualdad humana mientras la segregación de géneros sigue siendo un tabú teológico que no se acaba de superar. Escuché ciertas declaraciones de Francisco sobre la posibilidad de abolición del celibato obligatorio en las cuales aludía a los “coptos” católicos que es una de las realidades en las que está permitido el casamiento de sacerdotes católicos. Lo cierto es que mientras no se aborde la igualdad de géneros no se pueden tampoco abordar temas de la unión de las diferentes ramas religiosas en que está dividido el Cristianismo, empezando desde el anglicanismo y acabando en las diferentes líneas ortodoxas. Sobre el sacerdocio de las mujeres, Francisco hacía referencia a algunas manifestaciones de Juan Pablo II, como algo insuperable.
La igualdad de géneros es un mensaje básico democrático que dimana del radical concepto de los derechos humanos, y que mientras el catolicismo no sea capaz de proclamarlo en la teoría y en la práctica con total honradez no tiene la credibilidad ni en otras religiones ni en otros sistemas como son los de los sátrapas petroleros y monarquías ricachonas a las que rinden pleitesía personajes como Trump y otros y otras tan ridículos como él.
El legado ideológico de Francisco tiene la enorme fisura de su falta de valentía en abordar el tema de la discriminación de género que no es solo una cuestión histórica ni una cuestión cultural, sino que es una cuestión básica de derechos humanos con reflejo en todos los ámbitos y en los que la iglesia católica, si no es capaz de dar un paso valiente, radical y completo, perderá la credibilidad en todos los ámbitos.
Nos duele Europa, y en Europa nos duelen no solo los que con total falta de rigor y de honradez, como es la extrema derecha, se ponen de lado de los más poderosos y más depravados, sino también los cobardes que no son capaces de levantar la voz. A falta de Europa no tenemos más remedio que admirar a gestos y actitudes como la protagonizada por Sudáfrica en defensa de una justicia mundial, y a quien el miserable y ridículo Trump ha pretendido menospreciar en la persona de su actual presidente.
El autor es abogado