Algunos de los hitos que la humanidad ha vivido a lo largo de su historia han provocado auténticas revoluciones en el mundo y en nuestra forma de vivir. Desde la revolución neolítica con el surgimiento de la agricultura y los primeros asentamientos urbanos; el paso a la modernidad con el Renacimiento y el progreso científico; la revolución industrial con la consolidación del capitalismo y la respuesta de los movimientos obreros; hasta la eclosión de la tecnología digital, internet o la inteligencia artificial, la humanidad ha vivido momentos precisos –no son muchos, la verdad– que luego han desencadenado procesos de grandes transformaciones.
Quizás la Semana Verde Europea en la que estamos o el Día Mundial del Medio Ambiente que se celebra el día 5 de junio sea una buena ocasión para recordarlo: la emergencia climática es, en este siglo XXI, uno de esos puntos de inflexión histórica. Una crisis climática que debemos conocer con rigor y a la que debemos hacer frente con políticas audaces. Pero, sobre todo, que también debemos aprovechar como una oportunidad de transformación social y económica. “Las crisis son oportunidades para cambiar las cosas, no para aferrarnos a las viejas formas”, ha defendido recientemente el exministro griego Yanis Varoufakis.
Los efectos del calentamiento global del planeta son evidentes y palpables y sólo pueden cuestionarse desde un negacionismo ignorante o políticamente reaccionario. Episodios meteorológicos extremos de olas de calor, sequías, incendios o inundaciones son cada vez más frecuentes, a los que se suman alteraciones en todos los ecosistemas. Están teniendo impacto no sólo sobre la biodiversidad, sino también en todo el tejido productivo, en la salud o en la vida cotidiana con muchas más implicaciones de las que pudiéramos creer.
Mayores temperaturas y menos disponibilidad de agua
Las previsiones alertan de que las temperaturas medias seguirán subiendo entre 1,5ºC y 4ºC hasta el final de este siglo, habrá menos precipitaciones pero más intensas (Navarra ha registrado diez lluvias torrenciales en 50 años, pero 7 de ellas, en la última década) o cada año tendrá 20 días más con olas de calor. U otro dato especialmente significativo de cómo va a tener que cambiar nuestra vida: los estudios prevén para Navarra una reducción del 20% de los recursos hídricos hasta 2100, con el impacto que ello supondrá en los usos domésticos, industriales o agrícolas del agua. El agua va a ser un factor crítico en las próximas décadas.
En estos últimos 10 años, el Gobierno Foral ha activado iniciativas que van más allá de una visión meramente conservacionista y que buscan favorecer un proceso de transición ecológica: desde la hoja de ruta de cambio climático KLINa en 2018; un total de 53 acciones concretas en seis áreas (agua, agricultura, bosques, salud, territorio y monitoreo) bajo el proyecto Life NAdapta que culmina este año; el plan energético de Navarra 2018-2030 dirigido a alcanzar el objetivo de que el 50% del consumo proceda de fuentes renovables; el despliegue del plan Navarra Green en el marco del programa europeo Next Generation durante la pandemia; la creación –hace apenas año y medio– de la nueva Oficina de Cambio Climático de Navarra u otras actuaciones sociales como los pactos por el clima y la energía (PACES) –a los que se han adherido ya más de 200 entidades locales navarras– o la innovadora asamblea ciudadana del cambio climático que el sábado día 13 culminará sus cinco sesiones deliberativas, entre otras muchas actuaciones en colaboración con grupos sociales o agentes investigadores.
Y todo ello dotado de un marco normativo valiente y ambicioso como ha sido la Ley Foral de Cambio Climático y Transición Energética que Navarra se adelantó a aprobar hace tres años y que ahora vamos a revisar para facilitar su implementación en algunos ámbitos, analizados los escollos prácticos detectados desde su entrada en vigor.
Equilibrio entre sostenibilidad y desarrollo
La crisis climática nos está exigiendo nuevos pasos: otra perspectiva y herramientas que nos permitan adoptar una actitud más dinámica o proactiva. Necesitamos una estrategia de intervención transformadora para adaptarnos e ir cambiando nuestro modelo productivo desde el principio de equilibrio entre la sostenibilidad y el desarrollo.
Debemos afrontar el cambio climático, en definitiva, no como una amenaza, sino como una oportunidad para transformar nuestro sistema energético, para cultivar y producir alimentos de otra manera, construir ciudades, pueblos y territorios vivos y más habitables, movernos, transportar y consumir en circuitos de proximidad, disfrutar de otro tipo de turismo… En definitiva, como sostiene el divulgador Javier Peña, “el cambio climático puede ser un gran regalo para la humanidad”.
Y en este contexto se entiende la reorientación que supone Orekan, la nueva identidad de GAN que presentamos el otro día y que ha sido fruto de un proceso de reflexión que esta sociedad pública inició hace un año sobre sus objetivos estratégicos, sobre un cambio de enfoque apremiado por la emergencia climática y sobre la necesidad de buscar nuevas respuestas. Aprovechemos el cambio climático para actuar.
El autor es consejero de Desarrollo Rural y Medio Ambiente del Gobierno de Navarra