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La otra inteligencia

La otra inteligenciaRedacción DNN

Ha llovido mucho desde que el supercomputador Deep Blue (IBM) ganó al campeón mundial de ajedrez Gari Kasparov, en 1997. Aquél fue un momento clave en la salida de la Inteligencia Artificial (IA) de los centros de investigación para entrar en lo cotidiano. Desde entonces, la IA ha experimentado un crecimiento exponencial hasta convertirse en una tecnología incluso posthumana, en el sentido que proponen algunos de evolucionar hacia un humanismo cibernético muy peligroso. Es lo que tiene nuestra capacidad de transformar la manera en que pensamos, creamos e innovamos. Los riesgos conllevan inevitablemente múltiples desafíos positivos y negativos que nunca debieran sortear los debates políticos y los marcos regulatorios legales. El cuchillo es estupendo para cortar pan, pero sirve también para cortar dedos.

Entre las posibilidades de la IA está su impacto en la educación, siempre que no se utilice para desvalorizar la capacidad de aprendizaje humana, como sería el caso de que la IA nos los dé todo hecho; al delegar los procesos cognitivos en las máquinas, perdemos la capacidad de aprendizaje. Los buenos profesores y alumnos sabrán aprovechar todo este nuevo escenario para crecer y avanzar. Los malos lo usarán para trabajar menos. Está en juego avanzar como sociedad aprovechando el potencial que tiene la IA para innovar las prácticas de enseñanza (ser la mejor posibilidad de cada ser humano) y del aprendizaje (medios más eficientes y eficaces).

Es una pena que la UNESCO no sea noticia cuando este organismo de la ONU se ha comprometido a apoyar a los estados miembros para que, por una parte, saquen provecho del potencial de las tecnologías que produce la IA con miras a la consecución de la Agenda de Educación 2030. Y por otra, dicho organismo se compromete a velar porque la educación responda a los principios básicos de inclusión y equidad. Dicho de otro modo, la UNESCO exige una IA que reduzca la brecha tecnológica entre países y dentro de cada uno de ellos.

En este tiempo caracterizado por avances tecnológicos constantes, el proceso educativo puede ser uno de los grandes beneficiados de utilizar aplicaciones innovadoras con inteligencias artificiales en la práctica pedagógica. Y esto es algo que excede del aula cuando cerca de un 40% del tráfico de Internet lo generan las máquinas al comunicarse entre sí. Antes del aula, la ética tiene su papel ante la IA como lo que es, la otra inteligencia del ser humano, más potente que la IA para crecer en convivencia, si le dejamos.

Los trabajos en equipo en red, así como la divulgación responsable de las vulnerabilidades de AI y el hardware seguro, son parte de la IA y de la inteligencia ética. No hay más remedio que conjugar ambas para que el cuchillo no corte los dedos de los usuarios. Un ejemplo reconfortante de IA ocurrió en la pandemia de 2020: dicha catástrofe favoreció el desarrollo inteligente en el ámbito de la salud aplicando herramientas de big data para la detección temprana de pacientes cero y el control de los focos de contagio.

Sí, la Inteligencia Artificial es una oportunidad y una amenaza, ambas a gran escala. Sabemos que esta tecnología no se adapta bien a trabajos que involucren creatividad, planificación y pensamiento interdisciplinar. El problema de base es hasta qué punto puede la IA llegar a todos cuando el punto de partida es desigual: Estados Unidos y China ya tienen el dinero para invertir, el talento, su peso en el mercado y el control de los datos para avanzar con ventaja. Pero al mismo tiempo, es imposible aislarse del resto del mundo por el alcance mismo de la inteligencia artificial. A la vez supone una oportunidad de socializar inevitablemente una parte importante de la misma. Esto facilitaría repensar la desigualdad económica a escala global poniendo soluciones.

El grave peligro está en la tentadora falta de transparencia en torno al desarrollo IA, un peligro que puede dificultar la identificación y corrección de desviaciones más peligrosas. Es preciso, pues, a corto plazo repensar la evaluación de riesgos en torno a los límites éticos que algunos entienden como anatema ante los delirios que sueñan desde la IA sin ética, aunque ello suponga un claro riesgo de deshumanización en colaboración con otras tecnologías.

El transhumanismo es uno de los peligros concretos que inocentemente se define como el apoyo a la evolución humana. En realidad, puede ser un plan de deshumanización en toda regla. De ahí la necesaria promoción de una cultura de la responsabilidad ética, el contrapunto inteligente necesario a la AI, y desde el mundo educativo básico. Cuando los expertos afirman que la IA generó más de 300 mil millones de dólares anuales de negocio a lo largo del año 2024, es hora de ocuparse, más que de preocuparse. Esto no ha hecho más que empezar.