Leyendo una entrevista al poeta Antonio Praena, cita al también ilustre poeta Luis Rosales que dice “Donde hay dos, hay dolor, y sin embargo, la vida solo empieza donde hay dos”. A lo que Antonio Praena añade: “solo hay supervivencia, futuro y esperanza en el otro, pero también hay que asumir que las relaciones son conflictivas. Paradójicamente, muchas veces son las personas que más queremos las que más roces generan”.
La mayoría de las veces, los roces entre la gente cercana vienen dados por una falta o mala comunicación, por envidias o celos mal canalizados, o por tener una actitud ante la vida de amargura, de queja continua, de rabia, malhumor…, que tiñe toda la relación de tensión, mala leche y dominación.
La falta o mala comunicación tiene fácil arreglo, tan sencillo como expresarse bien, ser claro y preguntar cuando haya dudas. Si alguien te dice ¿me entiendes? respóndele que entiendes todo lo que se te explique bien. La envidia o celos mal canalizados es otra cuestión. La envidia en cuanto te penetra te carcome, te hace infeliz y todo lo ves bajo el prisma de la carencia, en vez de apreciar y valorar lo que con esfuerzo vas consiguiendo. La persona envidiosa nunca admira la rosa floreciente que tiene enfrente, tan solo mira las espinas de su tallo. No hay envidia sana, en todo caso hay admiración, respeto y ansia de emular lo logrado.
En cuanto a la actitud amarga, hay muchas circunstancias externas que nos pueden afectar, desde un día horrendo, hasta una enfermedad. Podemos vernos influidas por una carga de trabajo o por su pérdida, por unas dificultades económicas, por el fallecimiento de un familiar o amiga, o simplemente por un imprevisto como un pinchazo en plena ventisca. Si a esto le añades que enciendes el televisor y sintonizas cualquier noticiario, o entras en las redes sociales, o abres un periódico… lo que te llega de fuera es violencia, terror, hambre, muerte, desolación, abusos, xenofobia, pérdida de derechos, desastres ecológicos, etc., que te entra una pena, congoja y una tristeza unida a una indignación, que te amarga el día, la noche y lo siguiente.
La tristeza es fácil y no hay que buscar mucho para que una noticia te dé un bajón. Parece como si todo se confabula para que estemos mal, para que nos sintamos desanimados, bajos de energía. Y la única solución que esta sociedad nos da son tres opciones: la evasión, es decir irte por ahí a vivir experiencias; el consumo que te aporta pequeñas golosinas de placer inmediato pero efímeras; y/o la medicación para que te calmes de la ansiedad que se genera.
Las tres alternativas son “pan para hoy y hambre para mañana”, porque ninguna de las tres llega nunca a saciar, al revés, te proporciona más ganas de salir, más ganas de gastar, o te engancha a la droga legal (alcohol, anfetaminas…) o peor, las ilegales (marihuana, cocaína, heroína…) ¿Y cuál es la alternativa a todo esto? Un cambio de actitud personal ante la vida.
Como dice el músico Carlinhos Brown cuando se llega a una cierta edad, “creo que ya viví todas las tristezas, mi tristeza” y remarca, como he comentado, que la tristeza sale continuamente a tu encuentro. Él dice que lo que resulta difícil es transformar esa noticia amarga y sonreír al otro, porque es a través del otro como se sonríe al mundo y todo se ilumina de otra manera. Sabemos que es imposible no tener momentos de tristeza, pero también sabemos, si nos paramos un poco a analizar, que tenemos suficientes motivos para alegrarnos. Y es más, si observamos, muchas veces la gente con mayores dificultades físicas, mentales, económicas, etc…, es la gente que menos se queja y que más ganas tiene de vivir. Esa gente suele ser un espejo maravilloso al que mirarnos para entender que la alegría es una herramienta de convivencia, un escudo de defensa.
La alegría salva vidas, allana dificultades, hace brotar la solidaridad, cura enfermedades, amplía amistades, refuerza la convivencia, facilita la comunicación y destierra la envidia. Y hace que aprecies lo cercano por lo que convives mejor en tu lugar, consumes menos porque no necesitas tanto, y no necesitas refuerzos artificiales para sentirte bien. La alegría es la gran herramienta revolucionaria que tiene el pueblo y sus gentes a su alcance y, además es gratuita.
Tener alegría, ser personas alegres, no es sinónimo de felicianos, de despreocupación, de insolidaridad. Tener alegría para con una misma y para con los demás, es crear un entorno saludable y generar un efecto contagio para el cambio radical de esta sociedad. No hay nada más transgresor hoy en día, que ser personas alegres, es más, la alegría molesta al mercado, a la sociedad de consumo, al poder, porque la persona alegre tiene a los demás, nunca está sola y ya sabemos que la unión hace la fuerza y esta genera los grandes cambios sociales.
Finalizo con un extracto del poema El pobre feliz, publicado en mi libro Reflejos del devenir:
Alegría, alegría
que si intentan meternos miedo
nosotros ofrecemos ironía
que si intentan amedrentarnos
nosotros nos partimos de risa
que si intentan bajarnos el ánimo
nosotros subimos el tono de la carcajada.
Alegría, alegría
que no hay nada más revolucionario
que un pobre feliz
que no hay nada más contracorriente
que un pueblo animado
que no hay nada más contestatario
que la alegría.