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Lo pequeño acaba siendo grande

Lo pequeño acaba siendo grandeEFE

Yo confío en lo pequeño, en las señales discretas, en los detalles. Lo esencial de la vida humana en ciernes habita en lo micro para hacerse macro a través de la insignificancia. Ocurre igualmente con las semillas en la naturaleza. La vida se compone de muchísimos pequeños esfuerzos, diminutos granos negativos y positivos que vamos acumulando en nuestro interior y que pueden ser decisivos para el efecto reparador o devastador dentro de nosotros hasta repercutir en los demás.

Las guerras no son ajenas a lo pequeño: se precipitan desde un sinfín de granitos negativos –que no pocas veces comienzan en el dormitorio de un político o de un general– a los que dejamos germinar hasta infectarnos durante años. Y llega un momento en que se propaga al exterior llenándolo de toxicidad o de cosas peores. La ocupación de Ucrania y el genocidio de Palestina son el resultado de una acumulación de partículas sedimentadas en demasiados corazones convertidos en ingobernables que trabajan inconscientemente en construir la Tercera Guerra Mundial. Así es como la paz verdadera pierde terreno, incluso entre quienes estamos lejos de estas tragedias.

Llegados a cierto punto de germinación interior, lo que parece más trivial (un recuerdo, un saludo amable, una indiferencia ante el sufrimiento cercano) puede producir en los demás un resultado desproporcionado: sentirse apreciados o desechados. El plan de Trump para Gaza puede parecer un asalto occidental más, sin matices. Sin embargo, los matices son esenciales, para bien y para mal: el proyecto aboca a que Hamás desaparezca como entidad terrorista y política dominante en Gaza. La solución imperfecta de potencias exteriores liderada por Trump cuenta con el apoyo explícito de un buen número de países musulmanes, desde Indonesia a Qatar, hasta ahora mediador oficial de Hamás. Espero y deseo que sus dirigentes no vean este momento como un proceso dilatorio que busca una tregua para su reconstrucción interior, rearme y vuelta a empezar. Se olvidarían de que sus apoyos directos en la zona no tienen capacidad de apoyo: Irán, Hezbolá, Siria… La cruda realidad es que su estrategia de haber sacado a Israel definitivamente de sus casillas ha supuesto el aplastamiento de Gaza, una matanza genocida y destrozar de por vida a los supervivientes.

Me parece igualmente cierto que este plan de Trump no puede llamarse así si lo que pretende es la perpetuación de la ocupación israelí en Gaza y Cisjordania: más bien parece una imposición a Hamás a que responda en 72 horas… sin que dicho plan aclare plazos de retirada israelí.

Escribo estas líneas cuando todavía no ha pasado ese tiempo. Lo cierto es que no hay plan de paz posible que pueda significar la normalización de una ocupación. Pacificar es algo más que parar una guerra. Para Johan Galtung, científico de la paz, desarrollo humano y paz vienen a ser lo mismo porque ambos estadios persiguen la supervivencia, el bienestar, la identidad y la libertad. Si se produce el no-desarrollo, aparece la injusticia estructural y la violencia como peldaños de una misma escalera. Solo cuando tratamos con dignidad a las personas nos transformamos en agentes de paz. Y de eso, los artífices de este plan de paz saben poco.

Me inquieta sobremanera si al final se alcanza el acuerdo, con cambios o sin ellos, y se realiza el canje de rehenes israelíes por prisioneros palestinos. Qué será entonces de lo que queda de Gaza y Cisjordania tras la postura reiterada de Israel de negar la existencia a Palestina. No todo depende de Hamás y su disposición a desaparecer como organización terrorista.

Platón expresó esta parte de la condición humana con su mito racional del carro alado. Todos tenemos dos caballos interiores que dirigir, uno blanco y el otro negro. Y depende de cuál azucemos más, así nos conduciremos. El caballo negro de Netanyahu no se desbocó cuando la matanza de Hamás aquel 7 de octubre. Ese día logró precipitar la infernal respuesta de Israel, que había comenzado mucho antes con la planificada invasión de colonos en los mejores territorios de Cisjordania, junto a un progresivo bloqueo de la franja de Gaza sobrepoblada, pobre y no viable económicamente, tratada como una colonia del siglo XIX. En 1987, eran 80.000 trabajadores que atravesaban diariamente el paso de Eretz, cifra que no ha dejado de bajar desde entonces hasta reducirse a cero personas, con lo que este estrangulamiento supone.

Cuando nuestro interior se reseca, somos capaces de valorar la violencia de parte dependiendo de dónde venga, sin criticar a Hamás o disculpando la actitud de Israel (y Estados Unidos, no lo olvidemos) de manera cómplice. Ojo, porque lo pequeño en nuestro interior, sea bueno o malo, suele acabar siendo grande.