La inversión de la realidad, la utilización del lenguaje para presentar las cosas al contrario de como son, es una estrategia comunicativa manipuladora que busca desestabilizar la percepción del receptor del mensaje con el objetivo de provocar confusión, duda y dependencia emocional e intelectual del emisor y de su reconstrucción de la realidad. Al invertir el significado del lenguaje se debilita la capacidad de razonar ya que las palabras ya no representan ideas claras, sino que se convierten en herramientas de control. Esto es común en propaganda política, publicidad engañosa o relaciones abusivas.

Y eso mismo es lo que hemos estado viendo aplicado de una manera cada vez más intensa (y probablemente no de manera casual, ni espontánea) con los mensajes que, desde ciertos espectros políticos e ideológicos, se han ido colocando en tribunas, medios y movilizaciones por todo el mundo desde los ataques a Israel del 7 de octubre de 2023. Con un añadido, a esta estrategia psicopática se le ha sumado recientemente la cruel negación del duelo a las víctimas copando y apropiándose el pasado día 7 del segundo aniversario de las matanzas y secuestros de ciudadanos israelíes para presentarlas como un acontecimiento en el cual los verdugos son víctimas y las víctimas, verdugos.

El argumento principal de esta campaña, esgrimido desde el día siguiente a los atentados, es el del manido genocidio. Esto es especialmente llamativo no ya sólo porque el termino se tipificase tras el Holocausto judío llevado a cabo durante la Segunda Guerra Mundial sino también por un hecho histórico menos conocido como es el de que el fundador del movimiento árabe palestino, Amin al Husseini, colaboró durante dicha guerra con el régimen nazi en labores de propaganda y formación de unidades Waffen-SS musulmanas bosnias y albanesas que participaron en dicho Holocausto en Yugoslavia y Hungría. Posteriormente, en los juicios de Núremberg se citó la relación de Husseini con Adolf Eichmann, responsable de la Solución Final. Hoy en día es fácil encontrar imágenes de este personaje (instigador a su vez de las primeras matanzas de judíos de comunidades históricas en Palestina durante los años 20 del siglo pasado) reunido con Adolf Hitler o Heinrich Himmler así como visitando el campo de entrenamiento y concentración de Trebbin. La intención de Husseini era aplicar las técnicas de exterminio nazis en Palestina tras la Segunda Guerra Mundial pero la derrota del eje le impidió llevar a cabo sus planes.

Sin embargo, su figura y su doctrina de no aceptación de los dos Estados y total destrucción de Israel influyó en figuras como Yasir Arafat o Mahmud Abás y aún perdura en las facciones islámicas más radicales. Es precisamente el radicalismo islámico quien, por compartir una visión totalitaria de la sociedad (sin separación entre religión y Estado ni separación de poderes), se ha situado siempre más próximo no ya al fascismo sino a su vertiente más violenta y xenófoba: el nazismo. Y son sus posiciones maximalistas, excluyentes y, ahora sí, genocidas las que han estado durante ochenta años boicoteando cada posibilidad de acuerdo que pudiera poner fin al conflicto árabe-israelí. A ellos les pertenecen cánticos como “Desde el río hasta el mar” o consignas contra la existencia del Estado de Israel que hemos visto en las últimas manifestaciones en nuestras propias calles y en la boca de representantes públicos ignorantes, irresponsables y oportunistas como pocos.

Los atentados del 7 de octubre de 2023 fueron un intento de boicotear el acercamiento que los países árabes e Israel estaban realizando de la mano de EEUU tras los acuerdos de Abraham de 2020 y a los que quería incorporarse Arabia Saudí. La suma de países árabes y musulmanes a los acuerdos podían sentar las bases de una convivencia próspera y pacífica en la región y esto mismo era lo que algunos sectores no estaban dispuestos a consentir. Dos años después, y tras unos niveles de muerte y destrucción tan innecesarios como difíciles de soportar, el resultado es el peor que podían esperar los autores de las masacres emitidas en directo por sus propios perpetradores y algunas de sus víctimas. Hamás y los grupos armados radicales gazaties están más aislados que nunca con sus redes de apoyo en Líbano, Siria e Irán prácticamente desmanteladas y con su principal fuente de financiamiento, Catar, comenzando a pivotar para incorporarse a los pactos que van a reconfigurar Oriente Medio por las próximas décadas.

Mientras tanto, en Europa hemos perdido completamente el ritmo de los acontecimientos, especialmente en España donde este conflicto no ha sido sino un instrumento para tapar problemas internos de corrupción, mala gestión y pérdida de apoyo (se puede medir el grado de apuro de un político por los discursos y aspavientos al respecto). Que el pasado día 7 estuviesen una parte de nuestros representantes públicos reproduciendo los argumentarios de Hamás en el Congreso o que la misma cámara acordase el embargo de armas a Israel horas antes de que los países árabes, Israel, Hamás y EEUU firmasen un acuerdo de paz histórico (sea cual sea su resultado final) no denota sino un grado de desconexión con la realidad que ya nos está pasando factura y que, sino que si no somos capaces de corregirlo, nos va a pasar facturas aun mayores en un futuro no muy lejano.