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Tribunas

Un buen momento económico con nubarrones geopolíticos

Un buen momento económico con nubarrones geopolíticosPexels

La economía mundial vive una etapa mejor de lo que muchos esperaban hace unos meses. Las previsiones del Fondo Monetario Internacional en su informe de octubre dibujan un panorama razonablemente favorable, con un crecimiento global que rondará el 3,2% en 2025 y una inflación más contenida. Los grandes temores de recesión se han disipado y, en la mayoría de los países, la actividad se mantiene firme. En apariencia, todo va mejor de lo previsto. Sin embargo, el propio FMI advierte que la calma puede ser engañosa. Los riesgos que amenazan a la economía mundial no son menores y muchos tienen que ver con un factor que se ha convertido en una constante de los últimos años, la inestabilidad geopolítica. Guerras abiertas o latentes, tensiones comerciales y rivalidad entre potencias dibujan un entorno incierto que, sin llegar a frenar la expansión global, puede alterar su rumbo con rapidez.

Este repunte de la incertidumbre llega precisamente cuando el ciclo económico parecía consolidarse. La inflación ha bajado en buena parte de las economías avanzadas, los tipos de interés han dejado de subir y el consumo resiste. Pero la sensación de alivio se mezcla con la conciencia de que el equilibrio actual es frágil. La directora gerente del FMI lo resumía recientemente al afirmar que la incertidumbre se ha convertido en la nueva normalidad. En este contexto, España destaca entre las economías desarrolladas con mejor comportamiento. El organismo espera que el PIB crezca cerca del 3% este año y algo más del 2% en 2026, cifras muy superiores a las de Alemania, Francia o Italia. El turismo sigue siendo el gran motor, la inversión pública ligada a los fondos europeos mantiene su empuje y el mercado laboral continúa creando empleo. A primera vista, el cuadro es envidiable. Pero no conviene confiarse. La inflación, que parecía controlada, repuntó en septiembre hasta el tres por ciento, impulsada por los carburantes, la energía y algunos alimentos. No es un salto alarmante, pero sí una señal de que los precios siguen siendo un riesgo latente. Además, los factores que explican el dinamismo de la economía española son, en buena medida, coyunturales. El turismo depende de la estabilidad internacional y del poder adquisitivo en los países emisores. La inversión pública se apoya en un flujo de fondos europeos que tiene fecha de caducidad. Y el consumo interno, aunque todavía sólido, difícilmente podrá sostener el mismo ritmo si la inflación se resiste a bajar o los tipos de interés se mantienen elevados.

Más allá de las incertidumbres domésticas, el factor geopolítico se ha convertido en la gran amenaza para la economía global. La guerra en Ucrania continúa bloqueando rutas comerciales, elevando costes energéticos y manteniendo la presión sobre las finanzas públicas europeas. En Oriente Próximo, Gaza vive una paz frágil tras meses de conflicto y el riesgo de una nueva escalada sigue presente. La tensión en la zona afecta al tránsito marítimo por el canal de Suez y puede repercutir en los precios del petróleo y del gas. Al otro lado del Atlántico, la relación entre Estados Unidos y Venezuela se ha endurecido por la presión de Washington sobre el régimen de Maduro a raíz de las acusaciones de narcotráfico. Las sanciones y la tensión diplomática podrían afectar al suministro de crudo y añadir más incertidumbre a los mercados energéticos. Ninguno de estos focos de conflicto tiene por sí solo capacidad para hundir la economía mundial, pero el conjunto de todos ellos incrementa la volatilidad y alimenta un clima de desconfianza que puede frenar inversiones y encarecer suministros.

España, con una economía muy abierta y dependiente de la energía importada, no es ajena a estas tensiones. Cualquier repunte del precio del crudo o del gas se traduce de inmediato en un aumento de la inflación y en un deterioro del poder adquisitivo de los hogares. Y si los conflictos geopolíticos afectan al flujo de turistas internacionales o a las exportaciones de bienes y servicios, el impacto sería inmediato. Una escalada en Oriente Próximo, por ejemplo, podría reducir la llegada de visitantes de alto gasto y encarecer los costes logísticos del transporte marítimo. El panorama se complica si se tiene en cuenta que Europa atraviesa un periodo de debilidad estructural. Alemania, su principal economía, apenas crece. Las inversiones industriales se frenan y la competitividad energética sigue comprometida. Francia e Italia se mantienen estables, pero sin impulso. La eurozona, en conjunto, avanza a un ritmo inferior al 1,5%. En ese contexto, el tirón español resulta aún más llamativo, aunque también más vulnerable a un cambio de escenario.

El FMI advierte además de riesgos menos visibles, pero no por ello menos preocupantes. El aumento de la deuda pública tras años de políticas expansivas ha dejado a muchos gobiernos con poco margen para reaccionar ante nuevas crisis. El crecimiento del crédito privado fuera del sistema bancario tradicional, a través de fondos o plataformas financieras, puede convertirse en un foco de inestabilidad si los tipos de interés se mantienen altos o si se produce un episodio de pérdida de confianza. Son vulnerabilidades que, aunque hoy no ocupen titulares, podrían reavivar tensiones financieras con rapidez.

Aun así, el balance general sigue siendo positivo. El crecimiento global es más resistente de lo previsto y la economía española ha demostrado una notable capacidad de recuperación. Pero el reto es no confundir la buena coyuntura con una tendencia irreversible. El riesgo no es solo que se materialicen las amenazas externas, sino que se desaproveche el impulso actual para reforzar los fundamentos del crecimiento. España necesita avanzar en productividad, diversificar su estructura productiva y reducir su dependencia del turismo y del gasto público. Aprovechar este momento para fortalecer la economía sería la mejor manera de prepararse para un entorno internacional que seguirá siendo incierto.

Estamos, en definitiva, en una fase de crecimiento más sólida de lo esperado, pero rodeada de riesgos que no conviene ignorar. La guerra en Ucrania, la paz frágil en Gaza o la presión de Estados Unidos sobre Venezuela por las acusaciones de narcotráfico recuerdan que la política internacional influye tanto como los tipos de interés o los presupuestos nacionales. La economía va bien, pero bajo un cielo que no termina de despejarse. Y cuando las nubes son geopolíticas, el cambio de tiempo suele ser rápido y difícil de prever.

La autora es profesora de Economía en IESE Business School