En primer lugar mis disculpas a Arantxa y a Adrián -era su gran día pero también para Osasuna, y espero que me entiendan a mí y también a mi hermano, a Rebe y a Uxu-. Luego retomo este tema, pero primero me meto en harina: ayer si tengo que definir con una palabra los últimos 90 minutos de esta Liga en Graderío Sur lo tengo muy fácil, se resumen en una palabra: tranquilidad -en ningún momento se pensó en Segunda, sobre todo, tras el cejudazo-. No se percibían nervios entre los asistentes, a lo sumo Gaizka, incondicional donostiarra que a través de sus auriculares se teletransportó una y otra vez hasta Anoeta. Los bocadillos de macarrones que comieron los de mi peña fueron la antesala de un bosque de brazos -como así lo definiría mi profesor de Latín, el hermano Víctor, en mis años de Bachiller- que devolvieron a Don Pepito y a Don José a esta parte del estadio. Los minutos pasaban y Osasuna cada vez era más de Primera, al igual que la Real. "¡Gooooool!", gritó Gaizka. Mientras los rojos y los amarillos jugaban en el campo, en la grada los incondicionales animaban, incluso, la palabra invasión se dejaba escuchar entre los presentes -de nuevo el día de la marmota-. Una vez más pasó lo de todos los años, el campo se pobló, aunque a diferencia de otras ocasiones, al mismo tiempo que sucedía esto en la calle Nueva de Pamplona, Arantxa y Adrián festejaban su enlace, donde eran felices y comimos perdices. ¡Felicidades, pareja!
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