pamplona. Osasuna cumplió con absoluta suficiencia el objetivo y seguirá otra temporada más en Primera División. El encuentro, cargado de emotividad y tensión previa -el juego resultó malo-, fue otra demostración de la dulce unión que reina entre equipo y afición, un trance propiciado por otro final de temporada terrible, con instantes de abatimiento y pesimismo general que reclamaba otra demostración de coraje de jugadores e hinchas. El osasunismo se ha notado a sí mismo en estos encuentros atronadores y esto ha resultado fantástico después de tiempos huérfanos de ilusión, de encefalograma plano. La grada estuvo ayer pobladísima y muy viva, dispuesta a llevar en volandas a los suyos si es que la noche pudiera torcerse. Nada de esto último hubo, porque los resultados de otros campos también empujaron siempre a favor.

Osasuna quiso dejarlo todo bien atado, sin margen para el soponcio, y también cumplió en el último encuentro con la cuestión del marcador. La victoria ante el Villarreal sentenciaba la permanencia por elevación, cerrando una campaña espectacular como local y, además, engordando unos números en la clasificación difíciles de conseguir. Bellas conclusiones que nada tenían que ver con la agitación emocional previa, del temor al fiasco en el último suspiro.

El desarrollo del partido indicó que la intensidad y la determinación iban a marcar diferencias insalvables entre un equipo y otro. El Villarreal, meciéndose plácidamente en la clasificación, jugó a una velocidad inferior, suficiente para el equipo de Mendilibar. En la primera mitad, Osasuna fabricó las suficientes oportunidades como para haber acabado la tarea con antelación insultante gracias a un amplio botín. El Villarreal enseñó algo de su excelente fútbol de apoyos, pero no pasó casi del centro del campo, salvo en un susto claro protagonizado por Rossi, que no acertó ante Ricardo en un mano a mano tras unos rebotes en el área. Osasuna, siempre más activo pese al nerviosismo que coronaba algunas de sus acciones -algunos futbolistas mostraron un tembleque patente-, encontró en la banda de Cejudo, en el gran desempeño del futbolista cordobés, su mejor argumento para buscar la portería rival con un empeño digno de elogio. A Cejudo le correspondió marcar el gol de la tranquilidad enseñando una de sus habilidades ya conocida. Un buen control y un solemne derechazo pillaron despistado a Diego López -atentísimo hasta entonces en las numerosas acciones de los rojillos-, que no llegó a ese lanzamiento lejano y dirigido junto a un poste.

La primera parte de la agonía había quedado pasada y a Osasuna, con un ojo puesto en los otros marcadores, le quedaban 45 minutos para ser casi solo oyente de la lucha por el descenso en otras partes.

El partido, controlado por Osasuna ante el juego inofensivo del Villarreal -mucho toque y ninguna explosión en el último tercio del campo-, decayó definitivamente en la reanudación. A pesar de que el equipo castellonense aparentó más atrevimiento -Rossi apareció en el área y volvió a obligar a la intervención a Ricardo-, se fue plegando con el paso de los minutos a la imposición de quien estaba gobernando el marcador. Osasuna debía cuidar su gol y no podía perder la posición cerca de su portería. Además, los rojillos no andaban especialmente finos -las fuerzas escaseaban también- como para atacar con claridad el otro marca y todo condujo a muchos minutos de no fútbol, de ausencia de juego por las dos partes. Capdevila se salió de guión cuando se plantó solo ante Ricardo y lanzó fuera. Ni había que resoplar porque la jugada quedaba invalidada por fuera de juego. Nunca peligró el futuro de Osasuna en la última jornada de Liga. Al contrario, ratificó que con su afición forma un dúo solvente. De primera.