hay algo que conecta a Arrasate con las etapas más gloriosas de Osasuna. No es solo el hecho de compartir con otros antecesores este estadio cincuentenario que insufla carácter, obliga y aprieta; un recinto que no va a perder su esencia con la reforma que le dé un rostro más moderno, a tono con las exigencias de la industria futbolística. Remozado o no, El Sadar es la batería que alimenta a este equipo, que le da energía, que le pone a cien por hora y que le sostiene cuando vuelven los malos tiempos. Si un entrenador sabe comunicar con esa grada, tiene mucho camino recorrido; Arrasate ha sabido escuchar ese murmullo que llega desde el cemento, que baja desde la nueva tribuna, la voz del estadio que le habla. Y ha entablado desde su llegada una conversación sincera y productiva que acerca a las dos partes y la funde en una sola: los hinchas lo dan todo y el equipo también. Nadie es menos que nadie; yo canto y tú corres; yo aplaudo y tú chocas; yo me entrego y tu te entregas. Ahora mismo la propuesta de reforma realizada por Arrasate arrasaría en cualquier votación -es hoy la primera en el ranking de Segunda y la mejor de la categoría según otros entrenadores...-, y no es porque busque los golpes de efecto, los juegos de luces o sistemas avanzados, sino porque respeta lo que es Osasuna y además lo mejora.

Pero esa conexión de Arrasate va más lejos. Lo ponen de manifiesto los datos, el que con la victoria ante el Zaragoza haya igualado la mejor secuencia de triunfos como local (nueve), un récord que le aproxima a dos de los más relevantes entrenadores de Osasuna: Pepe Alzate y Javier Aguirre. Y eso no es cualquier cosa. Por un lado, el técnico de la casa que además de asentar su éxito en los futbolistas de la cantera aportó un juego en el que la velocidad y los desmarques desorientaban y rendían a los rivales. ¿Les suena de esta misma temporada?? Por otro, el exjugador mexicano que aupó al equipo a sus cotas más altas, tanto en Liga como Copa, en España y en Europa. Arrasate, en otro escenario, con otras obligaciones, en un fútbol más global y exigente, ha enfilado por esa senda de recuperar el sitio que la historia -otra vez los datos- dice que debe ocupar Osasuna.

Arrasate no trae solo el recuerdo de Alzate y Aguirre, también el de otros dos tipos de parecida personalidad como Lotina y Mendilibar. No cito aquí a Pedro Zabalza porque son palabras mayores. Pero como este, Arrasate transmite serenidad y cercanía; es un entrenador que ve el mismo partido que ven los aficionados, que no se esconde detrás de palabrería hueca y que si no le gustan los últimos diez minutos de su equipo -como no gustó a nadie que los rojillos recularan a pesar de su superioridad numérica- lo reconoce y punto. Pero ese echarse atrás es comprensible cuando durante toda la segunda parte has perseguido al balón y al rival como una jauría de perros voraces y bien adiestrados. “A por ellos” era el grito en la grada y la consigna en el campo. Por fin, el gol hizo explotar a la grada y acabó por reventar a los jugadores. Y supongo que al entrenador.

Escribí hace unos meses que un campo nuevo no era urgente si no había antes un equipo nuevo, que enganchara, que recuperara a la afición, que uniera las voluntades del osasunismo; un Osasuna que animara a ir cada quince días al estadio. Ese objetivo está conseguido y apunta aún más alto. La reforma de Arrasate pone a todos de acuerdo.