a ausencia de público penaliza a unos equipos más que a otros. Hay estadios, como el Camp Nou o el Bernabéu, en el que hay quejas de los hinchas de carnet antiguo porque la presencia cada vez más numerosa de turistas genera griterío pero poca animación. Pero son contados los partidos en los que Barcelona o Real Madrid necesitan un plus que no pueda aportar el talento de sus estrellas. No es, desde luego, el caso de Osasuna. Ese estadio cubierto de lonas tapa la parte fea del esqueleto, anima el enfoque de la cámara, pero no pasa de generar una irremediable nostalgia: la del aficionado que no está en el campo. Porque El Sadar sin público es como una misa en la plaza de San Pedro sin feligreses, un lugar vació de misticismo, cuatro paredes sin eco, un corazón sin su latido. Hay equipos que dan vida a los estadios (y me vienen a la cabeza esos rodeados de pista de atletismo) y estadios que dan vida a los equipos. Creo recordar que el proyecto del Muro Rojo pone el énfasis en una construcción que lanza sobre el verde el rugido de la grada, que busca la cercanía entre los jugadores y su gente y que, al mismo tiempo, intenta aplacar los ánimos del rival. No trato de justificar ese sonrojante 0-5 en esa inferioridad numérica de Osasuna, en esos 15.000 apoyos menos con los que encaró un partido tan complicado y a los que iba echando de menos conforme caían los goles en su portería. Porque una hinchada comprometida como la de Osasuna detecta cuando sus muchachos flaquean y entonces eleva el volumen de sus canciones para estimularles. Así hemos visto infinidad de remontadas en El Sadar, sacando fuerzas de donde no las había y subiendo a rematar un córner varios centenares con la camiseta roja. No descubro nada nuevo. Como cuando entre aplausos se cuela una censura a un jugador de casa, una recriminación o una llamada de atención para que espabile. No dudo de que ayer la respuesta a tanto gol en contra hubiera sido una llamada a no bajar los brazos, pero también a más de uno le hubieran recordado para qué equipo juega y que aquí está prohibido dormirse aunque los puntos den para mantener la tranquilidad.

Lo que siempre ha sido una ventaja va a ser un problema. Ese mito de un estadio inexpugnable no tiene más cimiento que el de la fiel afición; sin ella, los rivales de visita juegan en terreno neutral, celebran que no haya vocerío, perciben la falta de estímulo externo en un contrincante que tiene lo que tiene y entonces juegan a lo que saben sin ninguna presión. Me parece que incluso los futbolistas de casa cuando salen a calentar en mitad del partido, que tienen una oreja en el campo y otra en la grada, ponen en tensión los músculos y rompen a sudar, y llevan además al campo el mensaje de la gente de tribuna y graderío sur. Ahora eso no ocurre. Y así, aunque metas en el partido a titulares como Nacho Vidal, Estupiñán y Rubén García, no arreglas un partido a la deriva.

Osasuna es menos sin su afición. No es ningún secreto. Cada vez que ha habido un momento crítico se la ha invocado y ha respondido, generando un efecto cascada. Ahora hay que jugar como local con estas cartas y esos toldos. El Sadar en reconstrucción es una metáfora del equipo: se le ven los fuertes hierros erguidos, la solidez de las columnas de cemento, la maqueta de lo que será en pocos meses..., pero está aún por hacer, por rematar. Como conseguir la permanencia. Pero esta vez los jugadores tienen que hacerlo solos. Sin el latido de su afición.