a pasado de todo en estos tres últimos meses. Desde la histórica victoria ante el Athletic en la conmemoración del centenario, la vida de Osasuna parecía sumergida en una de las letras melancólicas y mortificantes de Joaquín Sabina. De la euforia de la fiesta al aplanamiento provocado por la resaca. De la pasión al tormento. Han sido 92 noches en las que el equipo y el osasunismo se iban adentrando en un laberinto cada vez más intrincado en el que unos y otros caminaban en círculo, con diez pasos atrás y uno adelante, atravesando más zonas de penumbra que de claridad. Por momentos, diría el poeta, parecía que Osasuna derrochaba la bolsa y la vida que con tanto esfuerzo ha atesorado en los dos últimos años sin otra expectativa que chapotear en el fango del sufrimiento. Han sido semanas de caída rumbo a la nada; un goteo de partidos en los que el club y el entorno se han puesto a prueba. Con mensajes en positivo que intentaban enfriar los resultados en negativo. Si esto no era una especie de maldición secular, una inmersión en el peor de los escenarios, una batida contra un equipo sin el escudo de su afición, se le parecía mucho. Las lesiones de futbolistas importantes (todos lo son en esta plantilla), la pandemia de despistes defensivos, el desafecto con el gol, los errores arbitrales encadenados y hasta una crisis institucional en el momento más inoportuno. Todo eso cabe en este largo periodo entre aquella victoria del 24 de octubre y esta de ayer en la que, como ejemplo de todo lo anterior, se lesiona el bigoleador de la primera parte, los árbitros de aquí y los de allí perjudican a Osasuna con decisiones que no toman con otros equipos, arrastrando una nueva expulsión y viviendo hasta el último minuto con la angustia pegada al cuerpo, con el corazón en los huesos, en palabras del juglar de Úbeda. Llega un momento en el que lo importante es ganar; ni dibujo, ni titulares, ni suplentes, ni pases de tacón ni vergüenza por meter a todos los de rojo en su propia área; era necesario poner fin a la mala racha, hacer borrón y cuenta nueva. Resetear. Esta victoria ante un Granada con hechuras, buen estratega en el banquillo y futbolistas de equipo grande se antoja el principio de algo más que la continuidad de todo. Fuera de los puestos de descenso, el equipo de Arrasate -a quien cualquier día le comenzará a asomar la escarcha en el pelo porque un partido con tanta tensión como el de ayer es factor desencadenante de alopecia-, con esos 19 puntos, digo, con los que avanza en la segunda vuelta Osasuna, asoman argumentos para insistir en la remontada, para poner la miel en los labios, en palabras del autor de voz aguardentosa.

Por dar sitio a la cofradía del santo reproche hay que recordar, sin embargo, que solo se ha ganado un partido, que el equipo pierde la concentración muy fácil, que le quema el balón en los minutos de tensión, que sufre en la banda izquierda, que cuando no manda en el juego la línea de ataque está muy lejos, que el portero hace cosas raras, que el equipo estuvo cerca de dilapidar una ventaja de dos goles... Pero no quiero ser un perro ladrando a las puertas del cielo; si algo identifica a Osasuna es capacidad para sobrevivir, y en este momento tiene al entrenador que mejor interpreta la situación y a toda la plantilla comprometida y con ganas de pelea. Esta es la letra, solo falta que vuelva a sonar la música.

Difícil la salida de Navas. La lesión de Aridane y ahora la baja de Roncaglia en el próximo partido de Liga complican en este momento cualquier intento por parte del jugador o del club de que Navas salga de Osasuna en el mercado de invierno como ha intentado el Castellón.