cho en falta en las cada vez más minuciosas estadísticas de los partidos un reflejo en datos de la actividad orgánica del árbitro, algo del tipo cantidad de oxígeno consumido en el número de veces que utiliza el silbato. Ese ejercicio de soplar con fuerza, de hacerse oír en media hectárea a la redonda con la misma sonoridad de un mazo que golpea en un bombo, implica un entrenamiento previo y no descartemos que hasta alguna clase de solfeo, ya que no es lo mismo parar el juego por una falta, sancionar un penalti o anunciar el final del partido. Para eso, para manejar el silbato, el colegiado Sánchez Martínez demostró buena preparación y mejores pulmones. Estoy convencido de que llegó a sofocarse más que algunos jugadores que durante buena parte del encuentro parecían ajenos a la importancia que los puntos tenían para Osasuna y Alavés. La interpretación del árbitro solo tiene parangón en un concierto largo, superior incluso a los cuatro movimientos de una sinfonía. Pitaba las faltas que había y las que le parecían, y gastaba diferente castigo para el mismo delito. El asunto tomó tal calibre que lo raro era consumir un minuto seguido sin que el juego se detuviera por una falta, balón fuera de banda o saque de portería. No sabría decir si ese fue el ritmo de partido que eligieron ambos equipos o el que se encontraron por la constante intervención del árbitro en el juego; el caso es que un compromiso con carácter de derbi, al que se le presuponía intensidad, idas y venidas, emoción por el resultado y lucha en campo abierto, acabó atentando contra el propio fútbol. En la primera parte, durante 36 minutos no pasó nada, pero nada de nada. Al Alavés, que le correspondía llevar la iniciativa por estar más cerca del peligro de descenso, se le vio desde el principio incómodo, plano en su propuesta y sin aplicación para llevar la pelota al área que defendía Sergio Herrera. Cuando intentó reaccionar al gol de Barja chocó contra un portero que tenía las manos intactas y no había perdido la concentración pese a que durante noventa minutos ejerció funciones de antiguo líbero y no le habían exigido con un balón dirigido entre los tres palos. Tampoco sé si a Osasuna le contagió la poca coordinación del rival, que el balón circulara sin dueño o que daba por bueno un punto que nunca estuvo en discusión. Pero jugadores de peso como Torró o Roberto Torres estuvieron fuera del partido en un equipo que pedía a gritos la presencia de Moncayola, a quien Arrasate metió muy tarde en el campo. Del insípido desarrollo del juego el mejor ejemplo es ese gol, de rebote, que penalizó la indolencia del Alavés y premió la apuesta de Osasuna en los últimos 25 minutos por cambiar el partido, el resultado y la perspectiva en adelante del Campeonato.

Muchos puntos para tan poco fútbol, dirá alguno y no le faltará razón. Pero Osasuna va encarrilando su permanencia en la categoría, garantizando otro año de altos ingresos (que es lo mismo que asegurar pagos), rentabilizando la cantera y reforzando en general todo su esqueleto. No fue una gran tarde de fútbol pero se quedó una jornada extraordinaria para Osasuna. El árbitro, cuentan, seguía silbando cuando abandonó Mendizorroza.

Osasuna mira a la Segunda B. Alejandro Alfaro, el ojeador de Osasuna en el sur de la península, sigue marcando objetivos. Uno de los últimos es el extremo Alhassan Koroma, de 20 años e internacional por Sierra Leona. Juega en la Balompédica Linense de Segunda B y dicen que está en la agenda de varios clubes de Primera.