Desde que el Régimen del 78 blindó al rey en todas sus comparecencias públicas, para que no se note cuánto lo quiere parte de la ciudadanía, la final de la Copa se ha convertido en el único escenario en el que, merced a esa libertad de expresión reconocida en la Constitución, se le puede expresar qué se piensa de él y de la modélica monarquía borbónica. Hubo, por supuesto, varios intentos de castigar como delictivas las pitadas al jefe del Estado, pero los tribunales dijeron que naranjas de la China. El problema es que, al no haber público por culpa de la pandemia, el rey se presentará hoy tan pichi en un Athletic-Barça, al igual que hace dos semanas en el Athletic-Real Sociedad, convencido de que el silencio de las gradas vacías es sinónimo de aceptación. No es por dar ideas a los cuerpos técnicos de Athletic y de Barça pero, gracias a las mascarillas, a quien sepa silbar sin usar los dedos no se le notaría. Más que nada, por respetar las tradiciones.