o era un día para intentar alardes. Ni para hacer experimentos. La secuencia prueba-error no había solucionado nada en las diez jornadas anteriores; al contrario, en algunos trances lo empeoraba todo. Las circunstancias aconsejaban tirar por el camino de en medio, el que transita entre lo bueno y lo malo. En el caso del fútbol, esa senda es la más corta para llegar a territorio rival y no repara en el método elegido. Estaba claro que después del fraude del partido de Copa en Girona había que sellar la sangría sin plantear más objetivo que ganar al Cádiz; y cuando Osasuna tiene un atasco de ese calibre debe recurrir a métodos caseros, en este caso algo tan rudimentario como poner el balón en zonas de remate. Con estas urgencias, daba lo mismo que Cote enviara un centro combado desde la zona de tres cuartos, que Rubén García llegara hasta la zona de los fotógrafos o que Barja rompiera por dentro. El plan que requería el estado de crisis era tan sencillo que el Cádiz fió su suerte a atrincherar jugadores por delante del guardameta Ledesma y poner diez obstáculos en el camino. Creo que ningún aficionado osasunista esperaba otra cosa por parte de unos y de otros.

No voy a decir que era un partido como los de antes porque cuando Osasuna interpretaba ese fútbol lo ejecutaba con más rapidez y más movilidad de sus líneas. Pero ayer Arrasate sabía lo que requería el momento: por encima de un juego más o menos vistoso, lo que importaba era sumar tres puntos que, por un lado, acercan a la permanencia y, por otro, alejan a un adversario de su misma Liga. El entrenador acertó con la alineación, no solo por el desempeño de los tres citados en la primera parte del plan (Cote, Rubén García y Barja), sino también por el trabajo de desgaste, sudor y sangre de Kike García y la solidez que aportó Juan Cruz al sistema defensivo. Un partido perfecto en el contexto por el que pasaba el equipo, pero en el que también hay que ponderar la debilidad de un Cádiz que nunca inquietó a Sergio Herrera, que amontonó hombres atrás y que nunca hurgó en las heridas frescas de Osasuna. Si se trataba de tomar aire antes de este descanso que tan bien le va a venir a la plantilla, el Cádiz resultó el mejor invitado al final de la crisis.

Posiblemente, de esta mala racha, de la depresión futbolística del equipo, no se sale en un día, pero el horizonte sí que se ve distinto. Toda la hinchada esperaba que Arrasate le diera la vuelta al calcetín. Su continuidad nunca ha estado en entredicho, pero habrá que ver ahora cómo encarrilan ambas partes, club y entrenador, las conversaciones para la renovación de contrato. Osasuna lo quería cerrar en enero, pero nada me extrañaría que Arrasate se tomara su tiempo. En la hora de la reflexión habrá que analizar qué ha pasado esta temporada con la composición de la plantilla para que en cuatro meses no se consiguiera más utilidad de futbolistas como Grau, Ramalho, Barbero, Areso (antes de la lesión), Íñigo Pérez, Rober Ibáñez y Ontiveros, a lo que habría que sumar la merma en los minutos de juego de dos pilares de la plantilla y del vestuario como Oier y Roberto Torres. Está claro que lo primero es lograr mantener la categoría, con decoro y sin aprietos, y aún queda trabajo por delante; pero también hay que ir diseñando con una profunda reforma la plantilla de la próxima temporada.