CONFIDENCIAL

El Chimy, en el objetivo de Sampaoli. Nada más llegar a Sevilla, el nuevo entrenador ha pedido refuerzos para la delantera en invierno. Y, aunque se han filtrado nombres como el de Gabriel Barbosa, una de las debilidades reconocidas del técnico argentino es Chimy Ávila. En círculos de representantes colocan al 9 rojillo en cabeza de la lista de posibles fichajes.


A Osasuna le ha sentado mal el punto del Bernabéu. Y los elogios, algunas valoraciones un punto desmedidas, incluso que Jagoba Arrasate hablara de “un equipo grande”, aunque su respuesta viniera inducida al hilo de la pregunta de un periodista. Dicen que el elogio debilita; no creo que Osasuna sea un equipo que no tiene siempre los pies en el suelo, pero suele llevar mal que lo pongan en un pedestal, que lo idolatren. Ya lo decía Pedro Zabalza: “Si no confiamos...”. Porque entonces suceden partidos como el de este viernes, en los que se olvidan todos los buenos principios, desaparecen los jugadores que son referencia, se evaporan las figuras emergentes y hay que frotarse los ojos para reconocer a los de rojo. Salvo las camisetas, no había nada en común entre el equipo que plantó cara y pudo ganar al Real Madrid y este que fue presa fácil del Valencia y del buen planteamiento de Gatusso, para el que el entrenador rojillo no encontró respuestas en toda la noche. Ni Abde fue Abde, ni Moncayola fue Moncayola, ni Moi fue Moi. Simplemente, Osasuna no fue Osasuna, si hemos de poner en primer término al equipo del pasado domingo. Porque sí estuvo más cerca del que perdió en El Sadar ante el Getafe: un centro del campo que nunca se sintió cómodo ni en su sitio, y una defensa que perdía con facilidad la colocación. El retorno a la titularidad de Aridane resultó frustrante; errores en la salida del balón y en las marcas empujaron a Arrasate a dejar al canario en la caseta tras el descanso. En realidad, creo que la mayoría de los aficionados esperaban ver desde el comienzo a Juan Cruz fomar pareja con Unai García: el entrenador quizá busco más el control del juego aéreo, pero por donde hizo daño el Valencia fue a ras de suelo, apoderándose de la pelota, marcando el ritmo del partido y poniendo balones a la espalda de los zagueros rivales, lo que supuso que Sergio Herrera tuviera que abandonar más de una vez su área para recuperar la antigua figura del líbero. Ni los rojillos encontraron la fórmula para romper ese juego ni se aplicaron en la creación como lo hicieron en el Bernabéu; los saques largos de portería nunca encontraron fuera de lugar a los defensas valencianistas. Dio la impresión, desde el comienzo del partido, que Osasuna renunciaba a la presión alta, una de sus señas de identidad. Quizá fue que el Valencia no es el Real Madrid, vino a plantear batalla y fue superior de principio a final. Hoy, los elogios son para ellos.

Estos partidos de Osasuna provocan un despiste generalizado sobre la auténtica capacidad del equipo, de si sus prestaciones están más cerca de las que dio en Madrid o de las ofrecidas ayer. Además, después de estas dos derrotas consecutivas en casa, vuelve a flotar en el ambiente la duda de si los rojillos van a volver a sufrir como locales igual que en los dos últimos años o solo asistimos a un bache puntual. Sea lo que fuere no parece el momento adecuado para sembrar dudas.

Pese a que todo salió mal –el lanzamiento del penalti, el criterio del árbitro en las expulsiones...–, el equipo hizo un gran esfuerzo en la segunda parte, no se entregó pese a la desventaja numérica y en el marcador, y encontró, como siempre, el acompañamiento de una afición que reconoce a quien no baja los brazos. Y en eso Osasuna siempre es digno de elogio.