A penas eran las 6 de la mañana y no había dormido nada. Como un niño una noche de reyes, como la noche previa al Chupinazo. Los nervios, el miedo a quedarme dormida y la emoción a un viaje de más de 800 kilómetros que me esperaba al levantarme de la cama. Comenzamos nuestra andanza bajando a Tudela, nuestra primera parada, en coche. Tomamos un café antes, en una gasolinera, porque había que espabilarse un poco.
Mientras atravesábamos nuestra querida Navarra para llegar a Sevilla, pude apreciar como una marea roja llenaba la estación de tren ribera. Un vigilante de la estación gritaba “¡este es el tren de Osasuna!”. Varias camisetas rojillas, banderas y bufandas de aficionados se movilizaban hacia aquel tren que les llevaría a su sueño. Yo tomé un cercanías ordinario a las 8:55 que me llevó a la capital aragonesa, Zaragoza. Pasando por varios pueblos que, es probable, nunca hubiese oído hablar. Varios eran los osasunistas que me acompañaban en ese recorrido.
Cánticos , risas y alegría se desbordaban por aquellos raíles. A las 11:20, en la Estación Delicias de Zaragoza cambiamos de tren. Un tren italiano. Sofisticación y elegancia , nada que ver con ese cercanías donde habíamos cantado y gritado unas horas antes animando a nuestro equipo. Rozando el mediodía nos encontrábamos en Madrid. Lugar hostil para los rojillos en estos momentos. Pero se podía apreciar alguna que otra camiseta y bandera rojilla por la estación de Atocha. Ya en el tren, rodeados de merengues, no nos intimidamos. Porque los rojillos no agachamos la cabeza. Conteniendo el aliento, y en pleno silencio pusimos rumbo a Sevilla.
Tras sobrevivir a esta odisea, llegamos a Santa Justa. Decenas de personas de rojo teñían la ciudad. A menos de cinco horas la suerte estaba echada. Alea iacta est.