La crónica de treinta años de Osasuna es la de una generación. La que nació con el equipo en Primera, creció y dio sus primeros pasos con tropiezos y experiencias difíciles entre categorías, disfrutó el primer beso de la primera final de Copa, notó la angustia de la enfermedad casi fatal del descenso a Segunda B y siente ahora un amor fuerte, seguro, luna de miel.

Osasuna se ha hecho mayor. Todavía más grande para algunos que sienten latir en el corazón el osasunismo. Mayor, por la simple suma de años que le ha hecho cumplir cien hace muy poco. Grande porque lo verifica también el discurrir de estos últimos treinta años que han cimentado un sentimiento rojillo palpable y potente, que está en pleno estado de forma, deseoso de vivir más retos. Las sensaciones probablemente sean las mismas ahora que hace treinta años y más tiempo, pero como en estos tiempos todo se amplifica más y se multiplica más por los medios y redes –cada osasunista puede ser el actor principal en su relato, cruzándose así historias y demás–, todo parece más inflamado.

Portada del día de la final de Copa.

No hay periodo más exitoso en la historia del club que esta treintena ya que se ha producido la aparición del equipo en dos finales de Copa y la lucha así por fin por un título. Si virginal y emocionante fue la peregrinación hasta el Vicente Calderón –ahora derruido– por miles de aficionados rojillos para aquel partido con el Betis (2-1), igual de eléctrico, también novedoso fue el desembarco de hace un año en La Cartuja para reeditar cita en la final esta vez con el Real Madrid (2-1). Fueron momentos felices, estropeados lógicamente por los marcadores, pero con las dosis necesarias de orgullo para meterle las espuelas al osasunismo y seguir galopando. Si se aclama al derrotado como un campeón, en el fondo no se ha perdido. Algo ha pasado. Algo pasó en aquella noche de mayo en Sevilla.

Además de los ascensos y salvaciones y el gusto por muchos momenticos unidos al frenesí del instante –si Osasuna es algo, es emocionante y a veces con peligrosa tendencia al síncope como en Sabadell–, quizás el tramo más delicioso, por lo vigoroso del equipo, por la locura del calendario, por las gestas en otras partes, fue aquella Copa de la UEFA larga y bonita, en la que sólo el Sevilla en semifinales acabó con el viaje.

Osasuna había dado un par de pasos por Europa en los tiempos de Ivan Brzic, se había dejado ver con más intensidad con Pedro Mari Zabalza con algunos resultados históricos –la goleada al Stuttgart–, asomó la cabeza un partido con Javier Aguirre, pero disfrutó de lo lindo de la mano del Cuco Ziganda, en la temporada 2006-07. Se pasó un mal trago con la eliminación ante el Hamburgo en la previa de la Champions –una locura de situación por lo cerca que estuvo el paso a la fase de grupos–, pero el trayecto con partidos ante Trabzonspor en la primera ronda, Parma, Lens, Heerenveen y Odense en la fase de grupos; Girondins en dieciseisavos de final; Glasgow Rangers en octavos; Bayer Leverkusen en cuartos, y Sevilla en la eliminatoria de semifinales, le hizo conocer a afición y club la excitación de disputar una competición continental, de sentarse a la mesa con los grandes y discutirles su hegemonía.

Cada uno sabrá lo que pasó en aquel desplazamiento monumental a Burdeos, la aventura más gorda de la hinchada rojilla más allá de los Pirineos. Pero lo que pasa en los viajes, dice el manual del enviado especial, allá se queda.Por eso, el sorbo de Europa que se produjo en la mínima comparecencia en la Liga Conferencia de hace unos meses cayendo en la eliminatoria ante el Brujas ha dejado a casi todo el mundo con las ganas.

La final de Copa de 2023, sí, pero mucho más. Un encuentro en El Sadar siempre resulta interesante si hay pasión y sentimiento. El fútbol solo vive en el presente y las batallitas son para recordar. “Papá, somos los mejores”, decía a un niño con lágrimas en los ojos tras un partido cualquiera. Que siga.