No toques lo que funciona. Es una recomendación aplicable a todos las tareas. En el fútbol también. En un deporte cada vez más supeditado al dato, a la evaluación numérica y a la estrategia a balón parado, el margen de maniobra del entrenador se ve en muchas ocasiones acotado. Y para alguien que suele ser el único titulado de la plantilla (los futbolistas no pasan ningún examen teórico), la tentación de poner su sello a un proyecto es algo natural. Más aún si se trata de marcar diferencias o que te reconozcan por tu aportación. Vicente Moreno trajo a Pamplona su manual; algunas de sus pretensiones afloraron durante la pretemporada en un intento de dar un aire nuevo al equipo. Pero una cosa es ganar tiempo de preparación y otra pelear por los puntos. Y el cuerpo técnico y el equipo demostraron durante la primera parte ante el Leganés que las semanas de preparación les habían servido de poco.
Ni la disposición de los futbolistas en el campo resultaba adecuada, ni los movimientos y decisiones de estos eran los propios de gente que lleva tanto tiempo compartiendo vestuario. Ese Osasuna fue irreconocible; con un doble pivote en el que perdía protagonismo Iker Muñoz; con la línea de tres que no ganaba nunca el balón en segundas jugadas; y con dos laterales sin profundidad. La hinchada se llevaba las manos a la cabeza sorprendida por el comportamiento errático de los rojos. No recuerdo desde cuando no veía a Osasuna interpretar tan mal el fútbol y olvidar sus principios. Ocurría esto en un momento tan delicado como es el inicio del Campeonato, cuando aun siendo comprensible que queda mucho por ajustar, sin embargo se contrae la responsabilidad de generar expectativas y dejar a un lado las dudas. Si además es la puesta de largo de un nuevo proyecto, el desencanto que sufrió la afición ante la indolencia de sus chicos no acabó en bronca en el descanso porque esto es El Sadar y el lema de ‘rojillos hasta la muerte’ se practica al pie de la letra.
No sé si por el túnel, de camino al vestuario, algún colaborador cercano le recordó a Moreno lo de no tocar lo que funciona. El caso es que el entrenador tomó decisiones más naturales y del estilo de Osasuna. La principal fue mover a Aimar Oroz de la banda y situarlo cerca de la circulación del balón. Aquella demarcación estaba bien para los intereses de la selección olímpica, pero no vale para Osasuna. El ‘chico de oro’ ordenó y dinamizó el ataque, ayudado por la nueva disposición del centro del campo tras la sustitución de Iker por un Moncayola que leyó bien los espacios. Además, Areso volvió a ser más extremo que lateral, hubo más nervio, intensidad, asalto del área y un equipo que ya era más reconocible. Los cambios que fue introduciendo el entrenador apuntalaban esa tendencia. Con todo, el empate hace justicia al desempeño de unos y de otros.
Creo que la evolución del partido le marcó a Vicente Moreno el camino a seguir, tanto en el dibujo como en la ubicación de jugadores. Los entrenadores quieren influir en el juego porque persiguen su cota de protagonismo para estar en el escaparate. Pero los partidos los acaban decidiendo siempre los futbolistas. Sobre todo los que tienen talento.