El comentarista de televisión tuvo que salir en auxilio de Osasuna cuando sus futbolistas ya habían entregado el partido, los puntos, las camisetas y hasta el botiquín de urgencias del masajista: “Para quien no haya visto a Osasuna esta temporada...”. El narrador fue hilando una breve disculpa para que los espectadores menos informados no pensaran que les estaban sirviendo el gato de un partido de homenaje en lugar de la liebre que anunciaba el menú de la Liga.

Por ahí caminaba un partido que se presumía encarnizado cuando en apenas una hora el Real Madrid ganaba por 3-0. ¿Qué le contamos a esas personas que hasta ayer no habían visto nada o muy poco a Osasuna? Que tiene 21 puntos, que iniciaba la jornada en quinta posición, que presume en sus filas de uno de los más acreditados goleadores del Campeonato, que su extremo ha sido llamado de nuevo por el seleccionados español, que había encadenado tres victorias consecutivas en las que no había recibido goles... Ante este cúmulo de datos positivos que sirven para describir a un equipo en alza, lo normal es que el espectador de sofá de salón y que solo reciba información de las televisiones españolas, reaccione a su vez con otra pregunta: “Entonces, ¿quiénes están dentro de las camisetas rojas?”.

Y habría que explicarle que Osasuna se quedó en casa, que sigue siendo donde se encuentra más cómodo; que compareció en el templo de Bernabéu acomplejado, sin transmitir credibilidad en sus opciones (que las tenía ante un Real Madrid muy castigado); que no encontró la clave para atacar los puntos débiles del adversario ni para rentabilizar sus puntos fuertes; que careció de cualquier atisbo de reacción, de creer en sí mismo; que le sacaron los colores al sistema defensivo en dos pases de más de cincuenta metros en los que los chicos de Vicente Moreno miraron volar el balón como quien cree ver un ovni; que Boyomo no acostumbra a regalar goles (¿o sí por los detalles que ya ha dejado?); que Budimir no es defensa pese a que sacó el balón varias veces de su área o lo protegió en la zona de reserva de Sergio Herrera; que el portero acostumbra a jugar muy avanzado en el campo, muy atento a cortar los envíos en largo, y sin embargo en este partido parecía anclado o incomunicado con sus defensas; que no es frecuente que los rojillos no coloquen ni una sola vez la pelota entre los tres palos; que los cambios suelen reactivar o mejorar el juego, pero esta vez no respondieron a lo que requería el partido (nada cambió durante el descanso), ya que quienes entraron en escena no aportaron nada y, sin embargo, alguien como Iker Benito, que destacó en el partido de Copa, quedara relegado al anonimato de la suplencia; que, en fin, Osasuna no supo hincarle el diente a un Real Madrid herido y diezmado por las lesiones, que otras veces ha sido un contrincante hosco y difícil en aquel escenario, un equipo resilente, un rival que a veces podía escudarse en un arbitraje dañino, en un penalti inventado, en un robo en toda regla. Esta vez no hay argumentos ni para las excusas: goleados y vapuleados; peor aún, quien haya visto poco a Osasuna en este curso no encontró ningún motivo para repetir.